Crímenes de honor
Otra mujer, esta vez en Somalia y a golpe de piedra, ha sido ejecutada en defensa del honor e invocando una religión que alimenta la cosificación y el sometimiento femenino al hombre.
La religión y la cultura han servido, a lo largo de la historia y en toda la geografía mundial, para legitimar la violencia letal contra las mujeres. Estos crímenes de honor no son sólo atribuibles a las sociedades islámicas. La Comisión de Derechos Humanos de la ONU reconoce que estos asesinatos para "limpiar el honor familiar" se producen en Gran Bretaña, Brasil, India, Ecuador, Israel, Italia, Suecia y Uganda. En España y otros países latinos, no se reconocen los conocidos como "crímenes pasionales" o "violencia de género" en la misma categoría que los anteriores; sin embargo, responden al mismo patrón de violación de los derechos humanos, demostrando así que este genocidio contra la mujer rebasa culturas, fronteras y religiones. Las lapidaciones son, con esa extrema y primitiva crueldad que implican, sólo una dolorosa muestra de la brutalidad y el abuso.
Pero existen muchas formas para este mismo crimen y las páginas de sucesos nos salpican a diario con las víctimas de esta pandemia. Las religiones y la cultura machista han ejercido un control sobre la vida de la mujer que, en ocasiones, ha determinado su muerte. Se trata de un exterminio femenino de carácter mundial. Nos enfrenta al anacronismo de una época en la que los derechos fundamentales aún vienen determinados por el género. Por la despiadada supremacía de un cromosoma que ha actuado, y todavía actúa, como un tirano contra el otro sexo.
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