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Salvar al capitalismo de sus depredadores

Antón Costas

Al fin una buena noticia relacionada con la crisis. En medio del holocausto financiero que estamos viviendo, con la desaparición de parte importante del ahorro colocado en productos financieros y planes de pensiones, la semana pasada dos bancos españoles, Fibanc-Mediolanum y Banif, controlado por el Santander, anunciaron que se hacen responsables de los bonos de Lehman Brothers que habían vendido a sus clientes como formas de ahorro totalmente seguras y que después se demostró que no era así. Aplican, a mi juicio, una regla básica de la confianza mercantil: el vendedor del producto es el que se responsabiliza de su fiabilidad frente al cliente.

Espero que esa decisión beneficie la reputación de ambas entidades y que otras instituciones financieras les sigan.

Hay que recuperar los valores básicos del capitalismo primitivo, aquellos que le dan legitimidad social

Éste es un ejemplo de las noticias que hacen falta para, poco a poco, ir recuperando la confianza perdida en el sistema financiero.

Para comprender lo que está sucediendo, es conveniente diferenciar lo que le ocurre a la Bolsa de lo que sucede con la confianza financiera. La Bolsa se ha desplomado muchas veces, pero en la mayoría de los casos, como ocurrió con el desplome de las punto.com a inicios de esta década, esas caídas no afectaron a la confianza en los bancos. Por tanto, la pérdida de confianza financiera tiene otras causas.

Recuerdo que hace unos años mi padre, jubilado, me llamó para decirme que el director de su oficina bancaria le aconsejaba que pasara sus ahorros de toda una vida de trabajo de la tradicional cuenta de ahorro, que le daba un interés bajo pero era segura, a un producto financiero que, aunque en teoría tenía más riesgo, en la práctica era "igual de seguro". Era un consejo irresponsable. Por suerte, mi padre no lo siguió. Pero otros sí lo hicieron. ¿Quién es el responsable de haberlo hecho, el banco que aconsejó o el cliente que compró? ¿Qué confianza se les puede pedir a personas que, mal aconsejadas, han metido todos sus ahorros en un "producto muy seguro" que luego resultó insolvente?

Dentro del capitalismo ha crecido un nueva casta de altos directivos y ejecutivos excepcionalmente bien retribuidos que, sin embargo, no se consideran responsables de las consecuencias de sus decisiones. Esa nueva élite anida especialmente en los despachos de los bancos de inversión, en los fondos de alto riesgo, en las agencias de calificación de riesgo, en las grandes consultoras y despachos de abogados. Justifican sus elevadísimas retribuciones por el valor que añaden a los negocios. Pero, en muchos casos, más que añadir valor, actúan como verdaderos depredadores de la riqueza de sus clientes.

Esta nueva casta ha desarrollado un nuevo capitalismo cuyo rasgo cultural es la irresponsabilidad. A pesar de sus elevadísimas retribuciones y de haber hecho circular productos fraudulentos, no se sienten responsables, aunque las consecuencias sean devastadoras para las empresas que dirigen o para los clientes a los que asesoran. Posiblemente porque practican la autoexclusión de los ricos y han dejado de sentirse parte de la sociedad en la que viven.

Curiosamente, después de arruinar a los demás, algunos se presentan como víctimas del sistema. Hace unos días participé en una jornada para ex alumnos de una escuela de negocios. Hablé de esa nueva élite. Desde la sala se me objetó que no era adecuado hablar de depredadores, sino de un fallo sistémico. Sin dejar de tener algo de razón, el argumento me recuerda el cinismo de aquel escocés que después de haber asesinado a sus padres pedía al juez ser tratado con benignidad por el hecho de ser huérfano.

Sin embargo, de la misma forma que conviene no confundir la religión con lo que hacen los ministros de la Iglesia, tampoco debemos confundir el capitalismo con esta casta de capitalistas. Por eso hay que "salvar al capitalismo de los capitalistas", como argumentan en un libro reciente dos profesores de la Universidad de Chicago, Luigi Zingales y Raghuram Rajam, defensores a ultranza de la economía de mercado, pero que, a la vez, señalan de forma convincente que el mercado no puede funcionar sin la "mano visible" del Estado. Ya lo dijo, aunque de otra manera, Carlos Marx cuando en el Manifiesto comunista afirmaba que el Gobierno del Estado moderno es el consejo de administración de los negocios de la clase burguesa en su conjunto. Es decir, de lo que ahora llamamos clases medias.

Eso es lo que ha hecho el primer ministro británico, Gordon Brown, un laborista socialdemócrata a la antigua que no ha dudado en utilizar la mano visible del Estado para suministrar un bien público básico en una economía moderna, la seguridad financiera. Tanto la seguridad de los mercados, mediante la capitalización pública de los bancos privados en situación de riesgo de quiebra, como la seguridad de las personas, mediante la protección de sus ahorros.

La historia financiera nos enseña que el capitalismo es como el colesterol: lo hay del bueno y del malo. El buen capitalismo es como el colesterol bueno, no hace daño; al contrario, fortalece mediante la creación de riqueza. Pero en las últimas décadas el colesterol malo del capitalismo se ha expandido como un virus que ha intoxicado al conjunto de la economía, la depreda y amenaza con destruirla.

Hay que recuperar los valores básicos del capitalismo primitivo, aquellos que le dan legitimidad social. Por una parte, la cultura del esfuerzo y del trabajo responsable y bien hecho, premiado con un salario adecuado y una jubilación digna. Por otra, el principio fundamental de que quien recibe los beneficios también ha de correr con las pérdidas. Para ambas tareas, la mano visible del Estado, la regulación y el control público, es insustituible y urgente.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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