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¿Norma... o sentido común?

Las últimas noticias apuntan que Bilbao está a punto de perder, originalmente, uno de sus edificios más emblemáticos, probablemente el edificio visitado por un mayor número de bilbaínos en los 78 años que lleva abierto: el Mercado de la Ribera. Pocos serán los que, solos o acompañados, no han paseado nunca entre sus puestos.

Un edificio ideado y construido por un arquitecto de aquí, para la gente de aquí: don Pedro Ispizua Susunaga (1895-1976), quien lo hizo además siendo arquitecto municipal de Bilbao, lo que implica el encargo de toda la villa. Para cualquier arquitecto es un orgullo trabajar para sus paisanos y compartir el trabajo con su ciudad. Y es también un orgullo para los ciudadanos contar con obras bien hechas por la gente de su tierra, y el mercado es, sin duda, una de ellas.

¿Por qué el Mercado de la Ribera, de 1930, ha de cumplir las normas de 2008?
¿No se le puede dar otra oportunidad, como se le dio en su día a la Alhóndiga?

No vamos a descubrir aquí nada nuevo sobre lo que este inmueble supone a nivel artístico o arquitectónico. No se trata ya de eso. Baste decir que a cualquier bilbaíno le viene su imagen a la mente nada más nombrarlo, con lo que ello significa. Sin embargo, ahora ha sido condenado a la piqueta porque su estructura no cumple con la norma actual para obras de hormigón. Y cabe preguntarse: ¿Y por qué un edificio del año 1930 ha de cumplir con las normas de 2008? ¿No se le puede dar otra oportunidad, como se le ha dado a la Alhóndiga? ¿No se puede rehabilitar? ¿Hasta qué punto merece la pena derribarlo para reconstruirlo casi exactamente igual?

Habitualmente, una de las principales dificultades con las que se topan los edificios antiguos que forman parte de nuestro patrimonio arquitectónico, para su conservación, es un régimen de titularidad privado que se ve desbordado económicamente para hacer frente a los gastos de mantenimiento o rehabilitación del mismo, por lo que es la Administración la que debe adquirir el inmueble para su preservación. En este caso este problema no existe.

Otra de las grandes dificultades para los edificios grandes es encontrarles un uso adecuado. Se tardó años en encontrárselo al antiguo almacén de vinos. En el mercado, este problema tampoco existe.

El último de los problemas es el económico, que aquí tampoco existe, ya que las características de este inmueble permiten afirmar que, por muy mal que se encuentre su estructura, la rehabilitación de la misma siempre será más barata que su derribo y la construcción de una nueva estructura, pues el resto de los trabajos a realizar en rehabilitación también hay que hacerlos en reconstrucción. Lo que más encarece la rehabilitación o reparación de una estructura de hormigón es el acceso físico a la misma, ya que habitualmente está oculta o tapada por decoración, tabiquería e instalaciones. Pero en este caso, no es así. El inmueble ofrece una estructura de vigas y losas vistas -salvo la decoración de escayola del techo de planta de sótano, fácilmente eliminable- junto con pilares exentos. Además, las instalaciones son mínimas y superficiales, lo que optimiza los trabajos previos a la reparación propiamente dicha.

En el momento actual, existen técnicas que permiten asegurar que la práctica totalidad de las estructuras de hormigón son reparables y reforzables a precios, sin duda, asequibles. Técnicas conocidas y practicadas habitualmente por los arquitectos de la villa, sin que haga falta recurrir a estrellas foráneas y a contratos galácticos, que permiten aumentar las sobrecargas de uso hasta hacer entrar a las estructuras antiguas en la norma actual.

En 1930, año en el que se inauguró el edificio, no existía norma alguna que regulara el hormigón, y ahí lleva 78 años. No fue hasta 1939 cuando se aprobó la Primera Instrucción sobre Obras de Hormigón, que nació como un Reglamento Técnico Provisional de obligado cumplimiento. Modificaciones, complementos y nuevas instrucciones se han ido sucediendo desde 1941 hasta este mismo año en que se ha aprobado la Instrucción EHE-08, que probablemente no cumple ningún edificio de Bilbao. Pero no por eso vamos a demolerlos. El recientemente aprobado Código Técnico de la Edificación regula también, y por primera vez, la construcción en piedra, pero esto no puede hacernos poner en crisis la seguridad de la Catedral de Santiago, que, sin duda, no lo cumple. ¿Por qué a un edificio de 1930 le hemos de exigir el cumplimiento de la norma actual?

No resulta muy creíble que la estructura de este inmueble no resista una sobrecarga de 100 Kg/m2, como se ha señalado, ya que, de ser cierto, se debería cerrar de inmediato el edificio al público, como medida de precaución. Dos adultos charlando amistosamente ocupan menos de un metro cuadrado y pesan más de 100 kilogramos. No será para tanto.

Por todo esto, digo yo: ¿No sería posible y acertado darle una nueva oportunidad a nuestro mercado, rehabilitarlo y conservarlo, aunque sólo sea como homenaje al que fuera arquitecto municipal de la villa, don Pedro Ispizua Susunaga?

Mario Ezquerra Frías es arquitecto.

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