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Reportaje:

Nápoles. Territorio Camorra

Doce de la mañana. El 19 de septiembre, día de San Gennaro, fiesta mayor en Nápoles. En la catedral, el cardenal arzobispo de la ciudad, Crescenzio Sepe, habla, micrófono en mano, delante del altar. Un año más, el centro de su homilía es la Camorra. La noche anterior, mientras el Napoli jugaba un partido de Copa de la UEFA en el estadio de San Paolo contra el Benfica, en Castel Volturno, a sólo 20 kilómetros de la ciudad, un grupo de sicarios ha ametrallado a seis emigrantes africanos y a un italiano.

Sepe define a los pistoleros como "serpientes venenosas", y les dice: "Entregad las armas, estas armas con las que hoy matáis. Mañana os matarán a vosotros, a vuestras familias y a vuestros hijos. Esta tierra, esta ciudad, no puede morir y no morirá. Lo repito con fuerza y convicción, porque el pueblo napolitano tiene consigo el coraje de sus raíces y de su identidad". Sólo unas decenas de fieles escuchan al cardenal.

San Gennaro ha hecho el milagro de licuar la sangre de la ampolla un rato antes, a las nueve y media de la mañana, como hace puntualmente tres veces al año, y los napolitanos han dejado la catedral seguros de que nada malo podrá sucederles hasta el siguiente milagro. Al fin y al cabo, San Gennaro es sólo uno más entre los miles de dogmas y contradicciones de esta ciudad en la que conviven la Camorra y la religión, la superstición y el miedo, la desesperanza y la lucha, la miseria y la solidaridad, el fútbol más apasionado de Italia y las mejores cabezas del país.

Fuera de la catedral, en el centro histórico, un hervidero de gente llena las calles, bellísimas y tocadas por un halo de suciedad antigua, por la gracia de las sábanas colgadas, los altares populares a los otros dos grandes santos (Maradona y Totó), el cesto que la mamma lanza al hijo con una cuerda desde la ventana para enviarle la llave, o el tabaco, o el dinero olvidado, y evitar así que el chico tenga que subir a pie otra vez.

Calles y cuestas y callejones parados en el tiempo, 2.800 años de historia, con monumentos barrocos de quitar el hipo, callejuelas empinadas del barrio de los Españoles, vecinos que discuten y vocean, coches que circulan por sitios inverosímilmente estrechos, miles de tiendas minúsculas, quioscos de quincallería, perros y gatos, niños jugando, mujeres sensuales, hombres capaces de meter miedo con una mirada.

La vida en Nápoles fluye ajena al mundo, como si su alma hubiese renunciado al enloquecido sprint del progreso y el consumo. Apenas hay marquesinas de marcas globales, y la ciudad vive y regatea mucho más asomada al pasado que al futuro.

"Ves Nápoles y después mueres", según el dicho. Pero demasiadas veces los napolitanos mueren mientras la están viendo. La región encabeza las listas de muertes violentas de Italia, seguramente de Europa. Desde 1979, la Camorra ha firmado 3.600 homicidios. Un récord más letal que el que suman, juntos, la Mafia siciliana, ETA y el IRA. Sangre con coca: sumando los datos de las Fiscalías Antimafia calabresa y napolitana, La 'Ndrangheta y la Camorra mueven cerca de 600 toneladas de cocaína cada año.

Atada a sus viejos tópicos y vicios, avergonzada de su propia omertá, familiar y cotilla, furiosa contra el racismo que magnifica siempre sus malas noticias, Nápoles sigue existiendo, tratando de vivir y respirar, de ver alguna luz. Sus habitantes sufren, pero no se callan. Unos culpan al Estado; otros, a la historia. Todos filosofan, opinan, maldicen.

Pese a todos los peros, la ciudad sigue siendo un lugar fascinante, pero mucho menos moderno que en tiempos de los romanos, cuando era la única gran ciudad europea que contaba con agua potable en las casas. La Nápoles de hoy se conforma, simplemente, con que no haya basura en las calles.

Y ahora las calles están por fin (más o menos) limpias otra vez. Toda una novedad, porque la emergencia de la basura dura ya 14 años, lo que permite a un humorista local hacer el chiste fácil: "¿Pero se puede saber dónde diablos estáis tirando la basura?".

"La basura está en los vertederos", responde el escritor y periodista Roberto Saviano. "Berlusconi ha firmado un pacto con las autoridades locales, ha metido el Ejército en los vertederos, ha impedido que los jueces y la población bloqueen las descargas y ha solucionado así el asunto. Pero es una solución frágil, momentánea. Lo importante no es la basura, sino los residuos tóxicos. Campania está envenenada y tiene el índice más alto de cáncer del Mediterráneo. Siete mil muertos al año".

Luego volveremos con Saviano, sin cuya voz, Nápoles parece muda. Pero conozcan antes a otros napolitanos.

El 'manager' sensible. Andrea Aragusa, de 41 años y mirada franca, es el primer guía del viaje. Es productor artístico, organiza festivales y conciertos, y lleva la carrera del saxofonista Enzo Avitabile. Aragusa es un tipo inquieto, y está trabajando con el Ministerio de Cultura español, que ha firmado un acuerdo de colaboración con el Ayuntamiento de Nápoles. "Se acabó la monarquía y empezaron los problemas del sur", dice. "De hecho, en el referéndum de la posguerra, el sur votó monarquía. Antes, con la unidad de Italia había nacido el brigantaggio, el bandidaje napolitano. Eran una especie de no alineados de la unidad, vivían en las montañas porque no querían integrarse. Paraban las caravanas y las asaltaban. Ése es el origen de la Camorra. De ahí nace todo".

Salvatore, el dueño del restaurante, nos explica luego los secretos de la comida napolitana. "Es pobre y antigua. La pizza y la pasta son la base fundamental. Las salsas, el ragú..., tienen carnes distintas, que están un día entero cociendo. El día clave es el domingo. Se empieza a comer a las dos y se acaba a las siete". Pero es en las bodas donde las familias tiran la casa por la ventana. "Almejas y mejillones crudos, algas, croquetas de patata, salamis, callos, manitas, morro... El antipasto (aperitivo) no acaba nunca". ¿Y ha evolucionado? "Cambia mucho, porque hay millones de locales. Pero Ferran Adrià, aquí, cerraría".

Aragusa tiene tres hijos y todavía cree en el futuro, pese a que conoce bien la Camorra y los tejemanejes políticos de la ciudad. "Tenemos una música riquísima, un barroco espléndido, los tambores que se tocaban en Pompeya, unos cantos campesinos sin tonalidad, maravillosos, tenemos la canción napolitana, el Oh sole mio y la canción neomelódica que adoran los camorristas. Tenemos de todo, el problema es que no funciona lo ordinario, lo normal, lo básico. Los autobuses, los aparcamientos. El metro llevan 12 años ampliándolo, y el segundo año que hicieron la Noche Blanca en la ciudad hubo que suspenderla porque en la Piazza Dante la gente se metió en el metro, no cabía, y casi hubo muertos por aplastamiento".

Un drama doble: hay talento, pero no se puede desarrollar. "Nos falta normalidad, tranquilidad, orden público, Estado. Que la niña pueda hacer deporte cerca de casa, que la madre pueda bajar al niño al parque, que el Ayuntamiento recoja la basura, que pongan contenedores. Aquí no se puede vivir".

Antes de solventar todo eso, Nápoles tiene otros planes. La ciudad se prepara ya para albergar el Fórum de Culturas 2013. Será en Bagnoli, una deprimida zona ex industrial. De manera que Aragusa insiste en pagar la cuenta del restaurante y en que vayamos a ver al concejal de Cultura, Nicola Oddati.

El concejal ateo. Se ve que Oddati anda ocupado con el Fórum: tarda 50 minutos en recibirnos. Pero merece la pena. Lleva perilla y collar, fuma en pipa, va vestido de negro, tiene 44 años, nació en Salerno, tifa por el Inter, y algunas mujeres le llaman homo eróticus.

"Llevamos 15 años invirtiendo en cultura para luchar contra la Camorra y mejorar la imagen de Nápoles", explica. "Hubo una fase de muy buenos resultados, de gran vitalidad cultural, abrimos los dos museos y el teatro Mercadante. Ahora hemos montado el Festival de Teatro Italia. Pero es verdad que la basura ha sido una losa tremenda, enorme...". El Fórum, la cita que albergó ya Barcelona con resultados poco alentadores, debe ser para la ciudad "la bandera del nuevo renacimiento", afirma Oddati. "Berlusconi ha dicho que nos apoyará. Es fundamental revitalizar la ciudad, generar recursos contra el paro juvenil, mover esta bellísima ciudad ".

¿Es Nápoles una víctima del racismo del Norte o merece sus estereotipos? "Hay las dos cosas, racismo y culpa. Debemos dar una imagen mejor, respetar más las reglas, defender la ciudad, estar más orgullosos de nuestra identidad, dejar nuestra inclinación al disfattismo (deshacer), al nonsipuotismo (no se puede hacer), y dar una imagen de ciudad moderna, organizada, que puede hacer lo mismo que Barcelona. Tenemos autoestima individual, nos falta la colectiva".

El escritor amenazado. La canción que ha ganado el último Festival de Piedigrotta, el evento más napolitano de Nápoles, estaba dedicada a Saviano. "Roberto está escapando / porque la Camorra le está buscando".

Saviano (Nápoles, 1979) es el autor de Gomorra, el impactante reportaje-novela que ha revelado al mundo la estrafalaria cotidianidad y la terrorífica capacidad de matar, envenenar la tierra, ganar dinero y expandirse globalmente de la Camorra. Tras vender 1,5 millones de copias en Italia, Gomorra se ha traducido a 33 lenguas y se despacha en las librerías de 42 países. Como consecuencia, Saviano ha sido amenazado de muerte por los Casalesi, el clan más sanguinario de Italia, y llega a la cita protegido por cinco escoltas armados hasta los dientes.

El escritor, barba rala y ojos tristes, lleva dos móviles y va vestido de un oscuro muy discreto. Mientras bebemos un acedrato, rico refresco local, no para de mirar los teléfonos. Aunque no tiene miedo, "sólo tristeza y un poco de inquietud", los efectos de las amenazas se sienten ya en su vida, que ahora es una especie de no vida. "En Nápoles duermo en el cuartel de la policía, en la Piazza della Carità, porque la gente se niega a alquilarme un apartamento. No por miedo a la Camorra, sino porque les obligas a tomar partido. Tengo casa en Roma, pero ya no veo a mis amigos, y la relación con mi novia se acabó. Habían dejado de ser lo que eran para ser los amigos y la novia de Saviano. Quizá fue culpa mía, porque no tenía la cabeza para eso. O quizá, inconscientemente, me fui alejando de ellos para evitar que sufrieran represalias".

Las últimas estimaciones señalan que la Camorra factura 17.000 millones de euros anuales en droga, 5.800 en negocios públicos y privados, 4.700 en extorsión y usura, 1.000 en tráfico de armas, 580 en prostitución... En total, cerca de 30.000 millones de euros anuales. Según esos cálculos de las instituciones antimafia, la facturación global de las cuatro grandes bandas italianas (Camorra, Cosa Nostra, 'Ndrangheta y Sacra Corona Unita) no baja de los 100.000 millones por año.

Con esos datos, ¿se siente Saviano un cadáver ambulante, objeto de una fatua irremisible? "La Camorra piensa que haciendo esa política de tierra quemada me lo ha quitado todo", dice sonriendo. "Ahora, como dijo Von Clausewitz, sólo tengo el recuerdo. Esto se ha convertido en una cosa personal, he cambiado de frente. Antes fingía que era un sicario de la Camorra, ahora parece que soy policía. Estoy con los esbirros. Y para poder seguir escribiendo recurro al material policial: escuchas, soplones, investigaciones...".

"Me inquieta una cosa", cuenta después. "En mayo mataron a tiros a Domenico Noviello, un empresario que hace nueve años había denunciado la extorsión. Tuvo escolta todo ese tiempo, y cuando se la quitaron, lo asesinaron. Eso quiere decir que los clanes son "tardarielli, ma mai scordarielli" (tardones, pero nunca olvidadizos)".

Desde que hace dos años su libro fue publicado por Mondadori, la editorial del imperio Berlusconi, Gomorra ha crecido hasta convertirse en un fenómeno extraliterario. Primero fue obra de teatro, escrita por el mismo Saviano con Mario Gelardi. Y luego, película, una adaptación libre de Matteo Garrone que obtuvo el Gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes y se estrenará en España el próximo mes. "No me siento mal por publicar con Berlusconi", explica Saviano. "Rushdie, Pasolini o Camilleri también están en ese catálogo, y creo que los grandes editores deben tener un papel en la lucha antimafia, aunque habrá gente a la que le parezca asqueroso ganar dinero con eso. Si yo hubiera publicado el libro con una pequeña editorial, habría vendido 10.000 copias. Y los lectores, y no yo, son el verdadero peligro para los clanes. Porque son ellos quienes fuerzan a las televisiones y a los periódicos a hablar de las mafias. Y sólo así acabará la omertá (la ley del silencio)".

El escritor sabe que, de momento, su gran objetivo, acabar con la connivencia de los políticos corruptos con el sistema, no ha dado frutos. Quizá porque, en los últimos años, ambos han cambiado su forma de relacionarse. "Ellos prefieren condicionar a los políticos con su brazo económico, presionando como si fueran la General Motors. Y los políticos se dejan condicionar por la doble moral. Les gusta perseguir a los líderes, a los bosses. Pero si les hablas de que ese hotel o aquel negocio son de la Camorra, entonces te llaman demagogo".

El problema es que la Camorra es una mafia internacional, y vive muy cómoda en Europa. "Salvo en Italia, en ningún país de la UE existe el delito de asociación mafiosa. Tampoco en España, un país que adoran. No produce líderes mafiosos, pero genera mucho cemento y los alberga sin problemas".

Aunque España ha detenido a algunos jefes mafiosos en los últimos tiempos [el último fue arrestado el 21 de septiembre en Barcelona], Saviano cree que "la policía española sólo se fija en ETA y aplica la doctrina Mitterrand: 'Mientras no mates, puedes quedarte'. Cuando vivía cerca de ellos, siempre me decían: 'Vete a España, Roberto, aquello es territorio nuestro".

También es notoria la habilidad para blanquear dinero ilícito con empresas de apariencia legal, que muchas veces medran en la Administración captando fondos públicos que luego reinvierten en Milán (Lombardía es la cuarta región italiana, tras Sicilia, Calabria y Campania, en bienes confiscados a la mafia), pero también en Nueva York o España. En casa, la Camorra ha levantado algunas infraestructuras de la región, entre ellas carreteras, algunos de los centros comerciales más grandes de Europa y la cárcel de Santa Maria Capua Vetere. Allí está encerrado el jefe del clan, Francesco Schiavone, Sandokán. "Levantaron ellos mismos las cárceles donde están encerrados", ironiza Saviano.

La historia personal de Saviano es la de un adolescente de la burguesía local que estuvo a punto de caer en las redes de la mafia y se escapó justo a tiempo. "Crecí en el Casertano, y por suerte mi familia tenía anticuerpos mafiosos. Mi madre me ayudó a tomar distancia; luego empecé a escribir sobre la Camorra, no tanto por denunciar, sino porque me fascinaba la potencia literaria de sus historias". Un ejemplo: la mujer de un sicario descubrió que su marido era un asesino una noche que llegó a casa tarde del trabajo. El tipo había metido en el bolsillo de la chaqueta la mandíbula de un muerto. "Se le había desprendido de la cara cuando le mataron y se la llevó a casa sin darse cuenta". Otro ejemplo: Michele Zagharía, un boss que lleva 12 años escondido, se presentó con una tigresa de circo una noche en una fiesta. "Esas historias tan novelescas sólo podían contarse con nombres verdaderos. Para que fuera creíble decidí escribir con estilo de novela y nombres reales".

Más allá de lo novelesco, la realidad es que el Estado no puede con las mafias. "Los políticos campanos han cerrado los ojos durante años. Han convertido la ciudad en un museo y han utilizado la cultura como un anestésico. Caravaggio mola, sin duda, pero no puede servir para tapar. Las contradicciones llevan siglos ahí, y al final la política se ha devorado a sí misma. Es una bestia extraña. Lo consideran un fenómeno fisiológico".

Según algunos, la política simplemente es incapaz de acabar con ella; Saviano cree que hay un pacto tácito irrompible. "El Estado no es un monolito. Hay políticos cómplices que se venden, y otros que se dejan matar por hacer justicia. El problema es cómo quitar a las mafias los 100.000 millones de euros que mueven al año. Si fuesen un motor de desarrollo, bueno. Pero no crean nada, en el sur sólo montan pequeños negocios y pagan 1.200 euros por matar. El dinero de verdad lo invierten en el Norte".

Los policías se acercan. Saviano se tiene que marchar. "Este país está enfermo", dice al final. "Para poder sacar el talento a la luz hay que trabajar 100 veces más que en otro sitio. Aquí, incluso el que vale necesita protección y enchufe. Tengo ganas de irme, quiero ser escritor y no camorrólogo, recuperar mi vida. Pero todavía no puedo. Irme ahora sería como si me echaran".

El abogado filósofo. Gerardo Marotta, de 81 años, hombre sabio y entusiasta, sigue siendo uno de los grandes cerebros de la ciudad. Director del Instituto para los Estudios Filosóficos, que continúa la obra del gran filósofo italiano, y napolitano, Benedetto Croce, Marotta vive "para formar una minoría de jóvenes que pueda luchar contra ese mar de negociantes y de mala vida".

El Instituto da decenas de becas cada año, y Marotta trata de mezclar reflexión, estímulo y acción. Es un marxista convencido. Por mediación del artista Giuseppe Zevola, otro resistente, el filósofo nos invita a su casa, un palacio situado en el barrio de Monte di Dio que cuelga sobre la bahía. Hay que entrar por la cocina porque tras la puerta principal tiene una barricada de libros que se extienden hasta el enorme salón, el comedor, los dormitorios. Marotta aparece tocado con su borsalino, se sienta y da su visión dialéctica de la situación:"El Instituto sirve para combatir a la nueva burguesía. La burguesía del gestor de basuras, del cemento, de la intermediación financiera, del saqueo de las empresas del Estado, del saqueo urbanístico, de la droga. Ese gran negocio no es el pequeño comercio de los pobres reclutas del subproletariado, sino el sustento de una burguesía que no estudia y no paga impuestos. El sur es cada vez más un sitio de gente que no lee. Somos un reducto viscoso: sin nervio, sin voluntad, sin memoria histórica. Y es cada vez más difícil vivir en esta ciudad".

Hace cuatro siglos, la culpa de los males de Nápoles la tenían los Borbones. El 7 de julio de 1647, Masaniello, un napolitano rebelde, levantó al pueblo contra los españoles al grito de "¡Viva il re di Spagna, mora il malgoverno!". La república independiente napolitana duró apenas 10 días, pero forzó al rey a aceptar las reivindicaciones. Masaniello empezó a comportarse como un déspota estrambótico, fue acusado de loco y acabó asesinado por sus propios correligionarios.

Hoy, según Marotta, la televisión impide cualquier atisbo de rebelión. "Presenta una falsa Italia, la Italia del divertimento, de los concursos, de las locutoras, de las adivinanzas. ¡Pero la vida es otra cosa!".

Pero él no se rinde. "Croce decía que no hace falta mirar al elemento inerte, flaco, pesado, átono y desganado de la sociedad, sino al elemento activo, a esa parte de la sociedad que se mueve. Los intelectuales, o mejor, los hombres de cultura, sufrían también mucho en aquel tiempo, pero acabaron haciendo la unidad de Italia, se impusieron a esa masa inerte. Hoy no quedan hombres de cultura, sólo intelectuales sedientos de dinero y poder cuya tarea es montar una representación periodística y mediática para privar a los jóvenes de la conciencia y la sabiduría".

¿Y cuál es entonces el elemento activo? "La mafia, la Camorra, el nuevo capital, que se ha aliado en bloque perverso con la política". ¿La esperanza, entonces? "Los jóvenes que salen de la Universidad, del Instituto de Filosofía, del Instituto de Estudios Históricos de Croce, del de Biología y Genética, del de Cibernética". Y una pequeña burguesía que será la salvación: "Los empleados de archivos, bibliotecas y patrimonio, y los maestros. Si ellos se movilizan se podrá derrotar al bloque social. No tienen periódicos ni televisiones, pero ganarán, como pasó en el Risorgimento. Desenmascarando a los intelectuales bufones".

Si se le pregunta qué responsabilidad tiene Berlusconi en esa decadencia, Marotta lo piensa largamente. "Él se encontró la Italia de Tangentópolis, un país completamente corrupto. Una Italia que no sabía gobernar, que no tenía hombres de Estado, en la que socialistas y comunistas estaban ya dispersos. Un país en manos de los banqueros y los poderes fuertes, que saqueaban los bienes públicos... Él maniobró en medio de esa porquería, de esa inmundicia. ¿Qué podía hacer? No iba a decir '¡Italianos, volved a estudiar!'. Se encontró en el barro y lo está maleando, hace estatuillas que parecen hombres políticos. Pero ni Berlusconi, ni Prodi hacen lo que quieren. Por encima siempre están los poderes fuertes. Nosotros no los vemos porque somos pequeños, pero ellos sienten su soplido en el cogote".

La extranjera resistente. Nathalie Dolores Heidsieck es francesa, pero sabe de Nápoles y de Italia más cosas que muchos nativos. Hija de una pareja de amigos de William Burroughs y de la generación beat, llegó a la ciudad en 1993, el año en que Berlusconi ganó las elecciones por primera vez. Heidsieck era periodista y vendedora de alfombras persas, y se instaló en un gran apartamento situado en el Palazzo Spinelli, en la zona de Spaccanapoli, la calle que parte en dos la ciudad. "Me llamaban la extranjera. No había ninguno más. Era una ciudad blindada, cerrada y pobre. Se parecía a Praga". Hoy se gana la vida como galerista de arte contemporáneo y hotelera. Las dos cosas a la vez, en esta Nápoles sin turistas desde hace un año largo, son una garantía de ruina. Pero Heidsieck resiste, dirige la asociación cultural Locus Solus y está dispuesta a morir aquí. "La amo más que a nadie, y la odio. Esta ciudad es de una belleza que ya no existe".

Su hotel se llama El Purgatorio y es un gran piso de cinco habitaciones escondido en otro palacio del XVI, el Marigliano. En su camiseta puede leerse: "Hábleme suavemente, soy rubia". Rubia, flaquísima y ágil, Heidsieck nos conduce hacia una trattoría cercana y allí nos da su pequeña lección de historia: "América mantuvo a Nápoles blindada y bloqueada durante medio siglo desde el final de la II Guerra Mundial. Llegaron con el apoyo de Lucky Luciano a Sicilia, y desde ahí subieron. El acuerdo fue que se quedaran con el Sur como puerto franco para importar sus bienes: alcohol y tabaco, sobre todo de contrabando".

Cien años antes, la unidad de Italia había entregado el poder al norte del país, y Nápoles, "que había sido la ciudad más importante de Europa hasta 1850, se quedó anclada en el pasado, fuera del circuito de los viajes románticos a Venecia, Florencia y Roma. Entre 1870 y 1945 emigraron millones de personas".

"En 1993, la ciudad era un paraíso de corrupción, burocracia y parálisis", continúa Heidsieck, "pero como la mejor parte de ser francesa son los genes del decir no, pese a todos los problemas me quedé. La ciudad estaba muerta, la Camorra surgió por pura necesidad. Tras el terremoto de 1980, los americanos se habían ido del centro a Bagnoli. 20.000 soldados dejaron el centro. EE UU había financiado universidades, investigación, laboratorios, industrias, pero no el comercio. El comercio era suyo, y las únicas opciones que tenía la gente eran estudiar o gestionar. Lo demás estaba en manos del crimen. La gran burguesía fingía no darse cuenta, porque el sistema movía mucho dinero. Y se creó una bestia monstruosa. Un Estado putrefacto y corrupto, y una Camorra eficaz y que daba de comer. Inseparables".

Dos cómicos. Estamos yendo al Casertano, la zona de Casal del Príncipe, el feudo de los Casalesi. Sigue siendo el día de San Gennaro, y en Lago Patria, a 30 kilómetros de la ciudad, hay una boda camorrista. Allí actúan Cocó, de 55 años, y Albertuccio, de 42. Son humoristas de bodas, bautizos y comuniones, llevan siete años juntos y hacen sceneggiata, la palabra local que designa el talk show o cabaré. Su mundo es el circuito paralelo del espectáculo: fiestas y ceremonias de la Camorra y allegados. Cobran 700 euros por actuación. Como hoy es fiesta, su representante, Salvatore, les ha cerrado cuatro: "Dos bodas, un bautizo y luego una plaza".

El circuito del espectáculo camorrista es una actividad fiscalmente tan oscura como todas las demás. De él comen cientos de actores y cantantes neomelódicos.

Todos cobran en negro, por supuesto, así que no hay impuestos que declarar. La jubilación es una preocupación menor en este ambiente, donde no es fácil que la vida se prolongue tanto. "Vamos ahorrando y no pensamos en el futuro. En Nápoles preferimos ser leones un día que ovejas cien días. No tenemos pretensiones, estamos acostumbrados a arreglarnos con poco, y sabemos que la realidad es difícil de cambiar", explica Cocó. La noche anterior, un grupo de sicarios con metralletas ha matado a los africanos en un pueblo cercano. La policía se apresuró a tranquilizar a todo el mundo diciendo que se trataba de un ajuste de cuentas. Pero el hotel-restaurante Prince Garden queda en una tranquila carretera secundaria, y los invitados comen y hablan animadamente, como si nada pasara ni hubiera pasado. Fuera llueve y la sangre de los inmigrantes tiñe todavía el suelo. Dentro es la normalidad, un día de fiesta.

"Somos artistas de calle, de los buenos", cuenta Albertuccio. El Prince tiene amplísimos salones refrigerados y un aparcamiento-jardín con palmeras y fuentes desmesuradas. Las Cascadas, el local de al lado, sigue también el estilo Scarface que tanto gusta a la Camorra. El representante cuenta que el negocio renta porque muchos napolitanos piden créditos a la Camorra para tirar la casa por la ventana el día de su boda. "La tradición manda que los novios sean generosos. Así que piden su crédito y luego se vuelven a vivir a casa de los padres porque no les llega para el piso".

Si se le pregunta a Cocó, Ciro Maggio en la vida real, traje a rayas, reloj espectacular, gafas de diseño, la Camorra no es una cosa excepcional. "Crimen y basura hay en todas partes", explica, "pero sólo se habla de la de Nápoles porque somos la coartada. Del norte y del mundo. Los napolitanos son buena gente. Aquí siempre ha habido problemas, pero la gente no se abate. Somos solidarios, muy sociales".

¿Piensa que puede acabar la Camorra? "Debería cambiar el Gobierno. La Camorra existe desde los Borbones. Siempre ha habido acuerdos entre los gobiernos y la Camorra. La política es Camorra, y la Camorra es política. El problema es que el napolitano no tiene trabajo. Si lo tuviera, no haría eso. Antes tenía el contrabando, ahora tiene esto. Y las víctimas son los jóvenes que no tienen otra salida".

Acaba el viaje. Sigue lloviendo sobre el Casertano. La Camorra ha envenenado durante 20 años las aguas subterráneas de esta zona depositando allí las basuras tóxicas de Milán, Parma, Venecia. Nápoles es Gomorra, y el Vesubio, un balneario comparado con lo que se trajina en la ciudad. Sus días gloriosos, Pompeya y Herculano, Pulcinella y Croce, quedan ya muy lejos. También la II Guerra Mundial, cuando la ciudad vivió otra famosa revuelta, Los Cuatro Días de Nápoles. La gente se rebeló contra la ocupación nazi. ¿Volverá a pasar algo semejante?

¿Y contra quién se rebelarán esta vez? ¿Contra los Casalesi? ¿Contra los chinos? ¿Contra la prensa? ¿Contra Italia? ¿O contra Saviano?

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