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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE

Transgénicos

Hay algo en la televisión, en la manera en que ha caminado en el tiempo -me niego a usar el verbo evolucionar salvo que hablemos de Soprano, Simpson y compañía-, profundamente terrorífico. Esa gente, los que manejan el cotarro, seguro que posee una granja. Un vivero. Un invernadero. Un laboratorio secreto, lleno de científicos con batas blancas, probetas y aparatos. Una piara de seres experimentales, revolcándose.

Margaret Atwood, la gran escritora canadiense, refleja en Oryx y Crake una nueva especie animal, los pigoons, un híbrido de cerdo y humano que sirve para proporcionar órganos destinados a trasplantes. Esas desdichadas criaturas me recuerdan, a veces, a nuestros telegoons, como podríamos llamarles, híbridos de humano y piraña con melena y colágeno, o con cráneo rapado y pendientes, o con afeminamientos varios -ellos y ellas- que no son ni femeninos ni humanos, sino meros injertos apretujados en un contexto físico. Los telegoons preguntan -es un decir: maltratan-, pero a su vez son objetos de la misma brutalidad en que han sido adiestrados. Por lo que yo sé, todas las televisiones de todos los mundos tienen a criaturas de esta especie, pero en ninguna como en las nuestras se ha alcanzado tal admirable grado de perfección: que los devoradores puedan convertirse en devorados de un día para otro. La misma granja, el mismo vivero, el mismo invernadero, el mismo criadero. La misma piara, con perdón de los simpáticos cerditos. Piara de pirañas.

Suelo alardear de que no veo televisión. Comprenderán que no es cierto. Resulta casi imposible no verla: si no la tienes conectada en casa, te la meten por las fauces en los bares o en las discotecas, o en las terrazas, o en el hogar de las amistades. Por otra parte, no ver un televisor -la caja- es, en nuestros días, milagroso; a menudo, un prodigio del diseño. Cuánto plasma para tanto pasmo.

Otra cosa es mirar. Mirar, mirar, no. Prefiero seleccionar los programas o las películas en la pantalla del ordenador, a través de Internet.

Lo que quiero decir cuando niego a la tele -no el medio, sino el 98% de sus contenidos- es que no la creo. Buenas series de ficción aparte -de ficción verdadera-, no creo nada ni a nadie en esa pantalla. Durante un tiempo, ¿no seguimos a una presentadora del telediario de TVE que tenía pómulos interesantes y barbilla algo austro-húngara? En realidad, era una princesa mofletuda a la que las cámaras desvirtuaban.

Me gusta alguna mujer de las mañanas, aunque las prefiero cuando hacen radio. Las personas damos más y mejor de nosotros cuando no nos ven, cuando somos muchos, no esa imagen concreta y nada más: sin margen para que la imaginación ajena nos mejore. Me gusta Iñaki en la Cuatro, claro, y le creo, y hay algunos otros... Me gustan algunos conductores de programas ligeros pero dignos, sobre todo en autonomías no centrales. Mas, globalmente, podría prescindir de forma indolora de la televisión. No así del teléfono móvil, ni de mi ordenador portátil conectado por Wi-Fi o por lo que se pueda. El ordenador -y el móvil- puede ser apartado, dejado fuera de la intimidad, de lo que se convierte en una amena conversación, una cena de amistad o un coqueteo senil. Son artilugios manejables que refuerzan nuestra individualidad. No nos lo parece, pero con ellos no dejamos de tomar decisiones.

La televisión tiene un temible aliado: el sofá. Y el calor familiar, que tampoco es manco.

Es gregaria e intrusiva. Siempre hay alguien a quien le molesta que apagues la corrida de toros. Eso, por ponernos en lo peor: que en pantalla se lidie a un pobre cornúpeta cuadrípedo, cuando, en general, la fiesta nacional por excelencia es la del linchado de bípedos, por otro lado, y también en general, perfectamente linchables.

Y que conste que, cuando hablo de pirañas televisivas, no me refiero a las Grandes del Género. Todo mi respeto para la duquesa de Alba y Belén Esteban, Jacintas y Fortunatas de esta España deformada de la que huyen hasta los espejos del Callejón del Gato.

En algún lugar, los "telegoons" siguen reproduciéndose.

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