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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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Caminos divergentes

Soledad Gallego-Díaz

La diferencia entre Brasil y Argentina es que en Brasil existe un ministro de Asuntos Estratégicos, Roberto Mangabeira Unger, un filósofo y jurista que fue en su día el profesor más joven que tuvo nunca Harvard y que ahora asesora a Lula pensando en el Brasil de dentro de diez, veinte o cuarenta años. Eso, asegura el diplomático argentino autor de la comparación, es algo inconcebible en Argentina, devorada siempre por feroces urgencias que provocan las luchas internas de poder. La consecuencia es que los dos países se alejan cada vez más. La última prueba la dieron esta semana la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, y el presidente brasileño, Lula. La primera provocó un auténtico y peligroso caos con el anuncio inesperado de la nacionalización del sistema privado de pensiones, mientras que el segundo autorizaba que los bancos públicos brasileños puedan comprar acciones de entidades privadas en dificultades (al estilo británico) sin que la oposición moviera una pestaña o le abrumaran las críticas internacionales. En Argentina se desarrolló un imparable sentimiento de desconfianza y temor, mientras que en Brasil se intentaba aumentar la seguridad y la estabilidad del sistema.

Brasil ha visto la ocasión estratégica de imponerse como la gran potencia de América Latina
Argentina es menos desequilibrada y más educada, pero sus clases medias no avanzan

Una de las cosas que más duele e irrita en Argentina es la profunda sensación de que el país ha perdido la carrera con Brasil y que el gigante de habla portuguesa se impone como la gran potencia de la región. "Todo lo que se compra hoy en Argentina o es chino o es brasileño", es una de las quejas más frecuentes de la sufrida clase media argentina. Hace veinte o treinta años, esa ventaja brasileña no era en absoluto evidente: Argentina era, y es, un país con una sociedad mucho menos desequilibrada e injusta que la brasileña, y poseía, y posee, un sistema educativo mucho más fuerte y extendido. En Argentina se hacen, y se siguen haciendo, muchas cosas muy bien, pero la percepción es que las clases medias no sólo no avanzan, como ocurre en Brasil, sino que retroceden.

Éste sería, además, un buen momento para Argentina dentro de América Latina. Estados Unidos se ha retirado un poco del continente suramericano y se supone que pasará al menos un año antes de que el nuevo presidente estadounidense pueda poner en marcha una nueva política exterior. La ocasión, sin embargo, no la está aprovechando Buenos Aires, sino Brasilia, con una potente irrupción en la política internacional y una presencia mucho más activa que antes en la propia América Latina. Brasil aprovechará, sin duda, este año y el próximo para asentar su protagonismo. Eso son decisiones, precisamente, estratégicas.

Mientras tanto, en Argentina, el debate político se centra en una feroz batalla interna por el poder. Las medidas adoptadas por la presidenta se interpretan también como una demostración del poder del "equipo Kirchner" (incluido el ex presidente Néstor Kirchner, a quien se considera absolutamente presente en la toma de decisiones).

Por supuesto, la decisión de "renacionalizar" los fondos privados de pensiones permite a la presidenta acceder a un buen montón de dinero fresco para hacer frente a pagos de deuda u otros gastos, pero también fue una decisión tomada como demostración de fuerza cara a las elecciones legislativas, en 2009. Mientras que Brasil camina hacia una especie de bipartidismo fuerte, que da estabilidad y garantía de alternancia no traumática, en Argentina el sistema de partidos prácticamente no existe y todo el escenario político gira, y todo el mundo está convencido de que girará durante mucho tiempo, en torno al peronismo. El movimiento peronista está dividido en grupos y facciones, que se relacionan en clave de poder y de lucha interna. Los políticos argentinos sufren un desgaste enorme en ese proceso, que les exige casi todas sus energías para demostrar quién manda y de qué es capaz. Cualquier signo de debilidad será aprovechado por otro grupo o facción del peronismo para desalojarle del poder.

En ese sentido es en el que el diplomático argentino mencionado tiene razón al asegurar que Argentina no dispone ni puede disponer de alguien que se encargue en el Gobierno de Fernández Kirchner de lo que se encarga Roberto Mangabeira en el de Lula: de pensar qué hay que ir haciendo para asegurar un camino continuado y solvente de cara a los próximos diez o veinte años.

"En Argentina", ironiza el interlocutor, "no se trata de ser apocalípticos. Nosotros nos comemos a los jinetes del Apocalipsis sin pestañear".

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