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Columna
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¿Para qué?

Escena 1: una profesora llama a su despacho a un alumno, estudiante universitario de una carrera de Humanidades, para decirle que no puede aceptar el trabajo escrito que le ha entregado, plagado de faltas ortográficas, sintácticas, de puntuación. Las comas están puestas al tuntún, como un alegre confeti lanzado al azar; las eses y las zetas que tan a menudo pueblan las palabras euskéricas se reparten aleatoriamente; los numerosos anacolutos muestran, entre otras cosas, que el alumno no se ha tomado la molestia de releer su apresurado escrito. Sentado frente a la profesora, el joven no parece incomodado por la profusión de tinta roja que encuentra sobre su texto. Debe haber vivido la escena con anterioridad, sin que le haya supuesto, en apariencia, grandes problemas para pasar de curso. Ah, ya -explica desganadamente-, es que nunca he entendido para qué hay que aprenderse todas esas reglas. ¿A que me entiendes igual aunque no ponga bien, según tú, las comas?

La sociedad actual no cree que hablar y escribir bien sea fundamental para el éxito social y profesional

Escena 2: un profesor está dando una clase sobre teoría del arte en el último curso de una carrera de Humanidades. En un momento dado utiliza la palabra "taxonomía". Una alumna pregunta inmediatamente el significado del término, que desconoce. "Clasificación", le aclara el profesor. Ah, bueno, y entonces -pregunta la alumna, toda resuelta-, ¿para qué dices la otra palabra? Di "clasificación" y ya está. Estupefacto, el profesor intenta justificarse, explicarse: "Pero, bueno, supongo que venís a la Universidad para ampliar vuestra mente, para ampliar vuestro vocabulario, para cultivaros, para haceros personas cultas". La resuelta alumna no tarda mucho en contestar: "No queremos ser cultos, queremos ser normales".

Recordé estas escenas y otras de ese tenor (vividas por mí o contadas por compañeros), cuando leí el pasado domingo el reportaje de José Luis Barbería Mucho título y pocas letras. Se afirmaba allí que en buena parte de los universitarios de hoy se aprecia una pobreza de vocabulario, una incompetencia expresiva y una profusión de errores sintácticos, ortográficos y de puntuación verdaderamente llamativa. El descuido de la lengua en el sistema educativo de los últimos tiempos viene secundado por la percepción de que la sociedad actual no cree que hablar y escribir bien sea fundamental para el desarrollo personal y el éxito social y profesional. Efectivamente, hoy en día el éxito, el dinero y la fama vienen mayoritariamente por otro lado. ¿Para qué esforzarse entonces en hablar y escribir con claridad, coherencia y riqueza expresiva?

Los alumnos de las escenas arriba relatadas también se lo preguntaban. ¿Para qué si nos entendemos igual, si la gente normal, de la calle, habla así? ¿Cómo explicarles que el lenguaje es nuestro más sofisticado instrumento de pensamiento? Quien no alcanza a expresarse bien es que tampoco sabe pensar bien; quien no sabe explicar algo es que tampoco lo comprende.

Pensar bien es buscar el matiz, la exactitud. Exige un vocabulario rico y el dominio de la gramática y la puntuación a la hora de plasmarlo por escrito. ¿Para qué? ¿Es que todo ha de tener un para qué? Habría que reivindicar aquello que expresa el concepto alemán bildung: formarse, aprender, no por ésta o aquella funcionalidad, por obtener tal o cual empleo, sino por la pura maravilla del conocimiento, por avanzar, siquiera unos pasos dubitativos, en la comprensión del mundo.

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