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Columna
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El día de los tramposos

El día de los tramposos (Joseph Mankiewicz, 1970) es un extraordinario western en el que el malo, Kirk Douglas, y el bueno, Henry Fonda -un ladrón y el alcaide de la prisión-, miden sus fuerzas en un tenso combate. El ladrón recibe su lección en un final inesperado. Pero tanto el bueno como el malo son, ambos, unos tramposos: protagonizan un juego de listos. La serie televisiva Deadwood, una maravilla de David Milich no vista todavía en España, abunda en el muestrario de posibilidades tramposas del western vistas desde ahora mismo. El western es claramente un género moral, de ahí buena parte de su atractivo. Pero una cosa es el cine y otra la realidad, aunque ésta tenga cada día más perfiles de western ya que el talento humano se mide ahora, sobre todo, en dinero y en las múltiples habilidades y trampas para lograrlo.

Lo que se lleva es el retruécano como habilidad para captar la atención, la venta, el éxito y el dinero

Fue el sociólogo George Simmel quien describió en su excepcional Filosofía del dinero (una rara joya editada por Instituto de Estudios Políticos en 1976 con traducción de Ramón Cotarelo) algunas de las claves que permiten comprender tanto la realidad que nos envuelve como las películas más clásicas. "El dinero", escribía, "actúa como un estímulo de todos los sentimientos posibles (...). La riqueza se considera como una cualidad moral, procura respetabilidad (...). El rico influye no sólo por lo que hace, sino por lo que podría hacer". Para Simmel, el dinero es el símbolo de los símbolos, "el equivalente monetario de los valores personales", y describe a los banqueros como "la clase que realiza las funciones más abstractas y universales". Pero también advierte de que "el valor económico ha de ser real para ser valor" y diagnostica que "la época contemporánea tiende a confundir el medio (el dinero) con el fin", es decir, previene sobre la equiparación del dinero con un talento para el cual son precisas habilidades que no excluyen, como en el póquer, el farol, el despiste, la trampa o el engaño.

Esta confusión entre dinero y talento, buenos y malos, es parte importante de nuestra realidad actual. Circula en Youtube (http://www.youtube.com/watch?v=pFmYIFk5i1Q) un hilarante vídeo de dos veteranos humoristas británicos que da explicaciones claras al maremágnum de la crisis. "Hay que tener presentes dos cosas que hacen del mercado un lugar mágico: lo mueve gente muy sofisticada y toda transacción va cargada de sentimientos". ¿Las subprime? "Tuvieron éxito por su nombre: en vez de Fondo del Negro Desempleado se llamaron Fondo Estratégico de Crédito Estructurado Alta Gama. ¿Quién podría resistirlo? Algo hay que pagar para recompensar lo que Gordon Brown ha llamado ingenio del mercado, es decir, la estupidez y la codicia". Medio mundo, pues, ante tanta confusión echa mano del humor, mientras contempla cómo Warren Buffet, de 78 años, la mayor fortuna del mundo (62.000 millones de dólares), se va estos días de compras y se gasta en las rebajas bancarias no menos de 12.000 millones de dólares. A Buffet se le atribuye una interesante divisa: "Invierte en algo que pueda dirigir un imbécil porque, cualquier día, un imbécil lo hará" (citado por Claire Gatinois en Le Monde, 14 de octubre).

Incluso gente con las mejores intenciones, como la ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia -una presencia imponente en encanto y serenidad-, que sólo persigue que este país abandone sus malas costumbres de tacañería en el conocimiento y fijación por el beneficio económico, se topan con una realidad humana tan correosa como la que hace pocos días llenaba el auditorio de La Caixa. Con guante de seda y gesto sabio, la ministra contextualizó la crisis como "oportunidad para el conocimiento". Bendita ella que, ante una audiencia de empresarios, gestores y científicos -mayoría masculina- como corresponde a la convocatoria del Círculo Financiero de Amigos (no "amigas") del País, fue capaz de lamentar que las magníficas empresas españolas son hoy incapaces de absorber la investigación que ya se hace en nuestro abrupto suelo e incluir a las ciencias sociales en el concepto genérico de ciencia. Un realismo inusual, ¿la entenderían?

Lo que se lleva, pues -simplemente porque da rendimientos contantes y sonantes-, es el retruécano como habilidad específica para captar la atención, de lo cual se derivará, presuntamente, la venta, el éxito y, de nuevo, el dinero. Así, este interesante libro titulado Odio Barcelona (Melusina), de varios autores tirando a jóvenes -un concepto elástico el de la juventud- que Philip Engel denomina Promoción Odio Barcelona, no hace otra cosa que mostrar una nueva faceta, quizá generacional, de amor por Barcelona. Una declaración de amor, sí señor, en toda regla, con nuevos ojos, nuevos sentidos, los de la generación zapping. El meollo está en descubrir que, tras el aparente odio, reina el amor, que es como decir que los malos son, en realidad, los buenos. Kirk Douglas y Henry Fonda no lo hubieran hecho mejor. Son las reglas eternas de la cultura de los ganadores.

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