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Columna
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Siembran vientos

Con una oposición desfallecida, una crítica mediática casi desarmada y un vecindario desmovilizado, al tiempo que complacido con su pecho colorado y el reciente auge económico, ya desvaído, que diríamos remedando el poeta César Vallejo, la travesía política de Francisco Camps al frente del Consell ha venido siendo, como es bien sabido, un paseo en barca. Se ha colgado todas las medallas, se ha instalado en una nube de euforia y convertido esta antigua capital de la República en el coso de una derecha hegemónica y tirando a beata al tiempo que cada día más hostil frente al presidente Zapatero, que tanto nos odia, según la soflama de un tarambana carca.

Una fórmula con rendimiento garantizado hasta el punto de que no es previsible un cambio de color en el gobierno autonómico, como muestran las citas electorales y las prospecciones demoscópicas. El único atisbo de esperanza -en el relevo- es que acontezca un prodigio o el actual titular de la Generalitat cometa errores, sobre todo si son absurdos, por arbitrarios y extravagantes, como el que el PP se ha obstinado en consumar para boicotear la asignatura Educación para la Ciudadanía mediante la ocurrencia de impartirla en inglés, arrollando con ello la dignidad de los profesores -a quienes convierte en loros- y el derecho de los alumnos a estudiar en cualquiera de los idiomas oficiales. El resultado ya se ha visto: hacer el ridículo en los foros docentes de España entera y soliviantar a todos los estamentos involucrados a lo largo y ancho del País Valenciano. Los plantes y protestas estos días así lo han confirmado.

Que recordemos, este es el primer jarabe de palo serio que se le administra a este Consell y lo que tiene de más significativo a nuestro entender no es que consiga el disfraz o reforma del disparate docente que glosamos, o la misma destitución del consejero del ramo, Alejandro Font de Mora, que podemos dar por amortizado debido al peso del descrédito con el que ha de pechar y que justamente ha de compartir con el Molt Honorable, su valedor. Lo más notable de este episodio es la insólita respuesta pública, después de tantos años de anestesia política y de los intentos oficiales -por supuesto que lógicos, aunque no siempre democráticos- para desactivar una protesta que nos redime colectivamente y sugiere que todavía hay vida cívica en las entretelas del universo social progresista indígena de cualquier obediencia partidaria.

Para llegar a este extremo han tenido que sembrarse vientos y propiciar, con la arrogancia que este Gobierno se gasta, el cabreo del gremio enseñante del sector público por los déficit y desatenciones que soporta. En realidad, la Education for Citizenship -que así dicho parece una chanza fallera- ha venido a ser el chorro que colma el cabreo represado por el agravio constante a que se le somete.

No diremos que una revuelta similar puede darse en otros espacios del panorama social valenciano, asimismo damnificados por las decisiones y preferencias de los gobernantes autonómicos. Pensemos, por ejemplo, en la sanidad, con sus exasperantes listas de espera y las apreturas de la atención primaria en contraste con las iniciativas faraónicas hospitalarias. O en la frustrante ley de dependencia para tantas personas desasistidas, o en la secuestrada TVV, con sus discriminaciones y juego sucio informativo. No habrá revueltas, pero no será por falta de motivos o que no se hayan sembrado vientos.

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