La ciudad de los prodigios editoriales
Barcelona es la capital mundial del libro de lectura en castellano. ¿Por qué no se celebra allí el Liber todos los años? ¿Por qué no tiene organismos gubernamentales? ¿Por qué no concede premios nacionales?
Aquel noble impulso descentralizador que proclamó en su primera legislatura el Gobierno Zapatero parece haber quedado en una mera proclama. Hubo llanto, crujir de dientes y dimisiones cuando el organismo regulador de las telecomunicaciones fue "exportado" allende las fronteras madrileñas, y de entonces para acá esa iniciativa no ha tenido continuidad, que yo sepa. El centralismo capitalino permanece inmutable, pese a que los sucesivos Gobiernos socialistas padecen en sus propias carnes (con gran regocijo de la Sra. Aguirre y del Sr. Ruiz) las consecuencias de esa timidez descentralizadora. Espero que nuestros gobernantes no se ofendan si les hago una modesta proposición.
Ante todo, unos cuantos datos. La industria editorial tiene una capital para el subsector del libro de texto, que es Madrid, y otra capital para el libro de lectura, lo que los del oficio llamamos el libro de librerías, que es Barcelona. Para el texto hay que estar cerca de los ministerios. Para el libro de lectura corriente, digo yo, habría que estar cerca de los grandes de ese sector de la edición. El texto está sobre todo en Madrid. La novela y el ensayo están sobre todo en Barcelona. Hay excepciones, claro. En Madrid publican para librerías Alfaguara y Alianza, Siruela y Lengua de Trapo, y nacen nuevos sellos como Impedimenta. Y en Barcelona Vicens Vives, entre otros, se dedica al texto. Pero hablo de grandes cifras, y las grandes cifras del libro de lectura corriente se dan en Barcelona.
Las novelas que venden más de un millón de ejemplares salen de editoriales barcelonesas
Allí viven el 80% de los agentes literarios, numerosos traductores y no pocos escritores
Y más que nunca en el que sin duda ha sido el año de los prodigios editoriales para esa ciudad. Veamos unos pocos datos que tal vez no han sido suficientemente difundidos. En el curso 2007-2008, el mundo editorial en lengua española ha vivido uno de los años más extraordinarios de toda su historia. Si contamos desde la última feria de Francfort hasta la que se celebra estos días, que es como habría que contar los años en nuestro sector, los números editoriales establecen récords notabilísimos. Tres libros publicados durante este periodo han alcanzado primeras ediciones de un millón de ejemplares cada uno (las nuevas novelas de Ken Follet, J. K. Rowling y Carlos Ruiz Zafón), e incluso reediciones casi inmediatas tras esa salida tan extraordinaria.
Dos de los sellos que han realizado semejante proeza pertenecen a sendos macrogrupos, Random House-Mondadori y Planeta. El tercero de los libros del millón de tirada inicial, la nueva entrega de las aventuras de Harry Potter, lo ha publicado Salamandra, una pequeña empresa familiar que ha dado también en la diana comercial con otro libro (El niño del pijama a rayas) cuyas ventas exceden la cifra del millón. Subrayo que Salamandra es un negocio familiar porque ésa es la gran tradición editorial barcelonesa, encarnada en ese caso por Sigrid Kraus y Pedro del Carril. Y hay muchos ejemplos más de esta clase de pequeños editores de dimensión global y extraordinarios resultados. Así, también fueron editados por una empresa familiar, la de Joaquín Sabaté, varios éxitos millonarios en ventas de los años inmediatamente anteriores, a saber las novelas de Dan Brown y el manual de autoayuda ¿Quién se ha llevado mi queso?, publicados por el grupo Urano, que acaba de cumplir con brillantez su 25 aniversario. Otros dos libros que superaron hace poco la cifra redonda y descomunal del millón de ejemplares vendidos fueron La catedral del mar, publicado por un sello de Random, y La sombra del viento (Planeta). También son barceloneses otros dos grandes grupos con una notable aportación al libro de lectura corriente, RBA y Ediciones B. Y lo son también los editores del 70% de los libros del bolsillo que se imprimen en lengua española, sobre un total de más de 20 millones de ejemplares anuales (Debolsillo de RHM, con un 50% del mercado, seguido con un 20% por Booket, de Planeta). Por cierto, para calibrar la dimensión del fenómeno millonario de estos años, baste decir que la tirada inicial de un libro de librerías sigue siendo en el 80% de los casos de unos 3.000 ejemplares.
Si abandonamos las cifras millonarias y vamos a la edición selecta (que también logran estos editores convertir en edición muy comercial con notable frecuencia), la capitalidad barcelonesa es aún más marcada. Pues también tienen su sede allí la mayoría de nuestros principales sellos literarios y ensayísticos, desde Tusquets y Anagrama hasta Acantilado y Mondadori, Edhasa y Bruguera y Galaxia Gutenberg, Crítica y Paidós, e igualmente muchos de los nuevos, pequeños y brillantes sellos independientes, como Minúscula y Libros del Asteroide. En las últimas semanas Minúscula ha colocado en algunas listas de libros más vendidos esa pequeña joya titulada La isla, y hablamos de una editorial en donde trabajan sólo dos personas: la editora (Valeria Bergalli) y una ex alumna del máster de edición que un grupo de profesionales dictamos para la Universidad Autónoma de Barcelona.
No por casualidad están radicados en Barcelona el 80% de los agentes literarios de nuestro país, que representan a agencias y editoriales del mundo entero, y a autores que viven en muchos lugares del mundo. Siguen la estela de la legendaria Carmen Balcells, y son tan buenas en su oficio que les han elegido muchos escritores que viven en Madrid, como Javier Marías y Juan José Millás, como Mario Vargas Llosa y David Trueba, y varios cientos más.
En Barcelona y su entorno vive un altísimo porcentaje de traductores, correctores, impresores, encuadernadores y distribuidores.
Barceloneses son algunos de los autores más importantes en lengua española, desde Juan Marsé y Eduardo Mendoza hasta Enrique Vila-Matas e Ignacio Martínez de Pisón. Barceloneses fueron durante una buena temporada los García Márquez, Vargas Llosa, Donoso y Bryce Echenique, y barcelonés de Arenys de Mar fue Roberto Bolaño hasta su prematuro fallecimiento, o barceloneses son hoy en día algunos de los nuevos narradores latinoamericanos de mayor interés, como Rodrigo Fresán, Juan Villoro, Santiago Roncagliolo, y Jordi Soler entre muchos otros. Barcelonés es asimismo Jonathan Little, el autor de Las benévolas, un norteamericano que escribe en francés y obtuvo con su primera novela el Premio Goncourt.
También son barceloneses los profesionales que, desde el sector editorial por un lado, y el de los escritores y traductores por otro, negociaron de manera pragmática y finalmente eficaz el desarrollo contractual de la Ley de Propiedad Intelectual del 87, y lo hicieron por supuesto para todo el sector y en nombre de los autores de todo el país, y lo mismo ocurre con quienes negocian este año los nuevos modelos de contratos de acuerdo con la reforma legislativa que actualizó recientemente esa ley.
Todo este tejido industrial y cultural, todo este universo humano de creatividad y profesionalidad, sobrevive tranquilamente en una autonomía en la que, además, florece una importantísima industria editorial en lengua catalana, con un mercado numéricamente inferior al de Portugal, por ejemplo, pero con cifras de ventas extraordinariamente superiores a las del país vecino. Una industria que publica la obra de los grandes de la literatura en lengua catalana (Quim Monzó y Sergi Pámies, Albert Sánchez Piñol y Lolita Bosch, por mencionar cuatro escritores que me gustan mucho a mí) y que, en algunos casos, funciona como parte de los grandes grupos mencionados más arriba y, en otros, de forma independiente, siempre muy vinculada a los pequeños sellos de tipo personal o familiar.
Siendo todo esto así, resulta cuando menos extraño que, si Barcelona es la capital mundial de la edición del libro español y catalán (si hablamos del libro de lectura corriente, de la lectura exquisita y de la lectura masiva), se siga celebrando la feria Liber un año en Madrid y otro en Barcelona. ¿No sería sensato que Liber se celebrara en Barcelona todos los años? ¿No habría que trasladar a Barcelona algunos organismos, para alejarlos de la pomada y acercarlos a la gente que trabaja en el sector? ¿No deberían tener sede barcelonesa los jurados de algunos de los premios nacionales de literatura? ¿No le gustaría la idea, desde la tumba, a Miguel de Cervantes, que nos recuerda que el fenómeno del que estoy hablando arrancó hace un montón de siglos en las imprentas barcelonesas?
Enrique Murillo es escritor y editor.
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