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Columna
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¡Optimismo!

Hace pocos días me propusieron participar en un reportaje que reuniría opiniones positivas acerca de la situación. Me estaba rompiendo la cabeza metafóricamente -porque me parecía cínico emanar optimismo-, cuando, literalmente, me escoñé. Según el médico al que acudí después, sufrí un accidente vascular que me precipitó al suelo y me dejó un ojo como el triángulo de Dios del querido Máximo. Bien, me dije. He aquí el mensaje optimista: de este mundo te llevarás lo que saques y nada más.

Primer consejo, los huevos fritos están riquísimos y si te los van a prohibir, ya da igual comerse dos más. Lo mismo para el dry martini, la cañita y la botella de vino compartida con los amigos. Los amigos y las amigas: ésos son de verdad y para siempre, y si se van porque hay crisis económica, es que no eran y, por consiguiente, puerta.

Dos, confesar a quienes me leen -ahora que se ha puesto de moda el columnismo/ismo- que yo sí escribo para los que sienten como yo, y que no pretendo poseer verdades objetivas. Las tengo subjetivas, y muy buen puestas, por cierto. Si además cae alguno de los otros, pues mejor que mejor.

Tres, aconsejarles que se aparten del camino de esos que corren detrás de los lingotes de oro y las cajas de seguridad (verán que los de siempre se reciclan en seguratas: es lo que hizo el Mundo Libre en Irak). Son muy peligrosos, porque van ciegos de codicia. Ignoran que, siendo la existencia corta como es, nuestra obligación consiste en convertirla en ancha y profunda, no en dorarla. Además, ¿qué diablos haríamos con un lingote cosido al dobladillo, dándonos mamporros contra la tibia?

Y cuatro, Malcolm en Macbeth: "Lloraré lo que crea, creeré lo que sepa; y lo que pueda remediar, si la ocasión es para mí propicia, lo remediaré". Shakespeare fue el más sensato. Casi 400 años después, sirve.

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