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Columna
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"En Dios confiamos"

Iba conduciendo por una carretera de la costa pensando en alguna fantasía inconfesable cuando la radio del coche dio la noticia del desplome de la bolsa en Wall Street. De eso hace ya unos cuantos meses, pero era la primera vez en mi vida que oía hablar de las hipotecas basura y la verdad es que ni siquiera se me ocurrió pensar en Eisenhower. Hay políticos que tienen un olfato especial para sintetizar el espíritu de un pueblo, y no existe otro país como EE UU donde se halle tan unida la conciencia religiosa y el beneficio capitalista. Por eso Eisenhower hizo grabar en todos los billetes el lema "In God we trust". Si una moneda tan poderosa necesita confiar en Dios, no les digo nada lo que le queda a la libra egipcia o al peso cubano.

El dólar viene a ser al sueño americano lo que el final feliz es a los cuentos de hadas. Claro que hay muchas clases de felicidad. A los países pobres la Divina Providencia solía recompensarlos con un buen clima, con mujeres guapas, con soldados bravos y una situación estratégica privilegiada para que el Pentágono pudiera montar allí sus bases y las multinacionales se dedicasen tranquilamente a hacer su agosto. Pero ya se sabe que Dios es un veleta y en cuanto no le cuadra el balance, se larga a un paraíso fiscal sin importarle que se vaya todo a tomar por el saco. El carajal de las hipotecas basura se veía venir, pero la gran banca cerró los ojos y siguió confiando en el azar de la ruleta rusa.

Hemos inventado la lotería, la letra de cambio, el registro de la propiedad, la OPA hostil, Cáritas y Disneylandia para conseguir equiparar el triunfo espiritual y el financiero, pero tal como pintan los telediarios, ya nadie puede garantizarnos el happy end como en los años dorados de Hollywood.

Se acabó el milagro de la multiplicación de los panes y de los euros, el sueño del maná y la Tierra Prometida, los PAI, el comprarlo por 10 y venderlo por 30 y las vacaciones para todos. Sin embargo, aquí la gente sigue creyendo en los duros a cuatro pesetas. Somos un pueblo con fe.

En otros países vecinos, con gobiernos agoreros, las cosas están de pena. Los ingleses, por ejemplo, se están pertrechando para una crisis peor que la que vivió Gran Bretaña después de la Segunda Guerra Mundial con cartillas de racionamiento y la libra por los suelos. Menos mal que tienen fama de flemáticos. Pero aquí, tranquilos: no pasa nada, oiga, y si pasa, se le saluda. A lo mejor es que somos más listos que nadie, y nos basta con un simple ajuste de presupuestos para salir airosos del mayor descalabro del capitalismo. Así que iba yo tan feliz por una carretera secundaria, silbando con la ventanilla abierta, cuando oí lo del desplome de la bolsa y me pareció raro, francamente. A ver si no cómo se explica que usted no llegue a fin de mes porque un director de un banco perdido de Massachussets decidió conceder un crédito basura a un individuo de Ohio que no le había hecho nada. El mundo de las finanzas está lleno de misterios que no resolvería ni Sherlock Holmes. Ustedes hagan lo que quieran, pero yo a partir de ahora sólo pienso dedicarme a la novela negra. Es el futuro.

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