Los últimos del Puerta de Hierro
Sólo quedan 60 pacientes en el centro, que mañana se cierra definitivamente
"Todo lo bueno y lo malo de mi vida me ha pasado aquí". De sus 48 años, Pilar ha estado 21 entrando y saliendo del hospital Puerta de Hierro. Es una más. La conocen los médicos, las enfermeras, los celadores. Y ella se sabe el hospital al dedillo. Sus virtudes -"esta luz es magnífica", dice señalando la ventana- y sus defectos, como una patente falta de reformas que ha ido carcomiendo un hospital modélico de la sanidad pública española, un referente en trasplantes. Este domingo Pilar se despide del Puerta de Hierro. Una ambulancia la trasladará al nuevo centro, en Majadahonda. Más espacioso, más moderno, pero, se teme, también más impersonal.
"Me da pena, claro. Aquí se han criado mis hijos". Dos niños que tenían tres y dos años cuando a ella le diagnosticaron una enfermedad crónica del intestino, el mal de Crohn. Han sido muchos ingresos desde entonces. Muchas visitas a esas habitaciones de amplios ventanales que se construyeron en 1964 como parte de una clínica privada que presumía de contar con todos los adelantos de la época. Poco queda de aquello. Al edificio, ya medio vacío, ajado, inhóspito, le espera la demolición. En su lugar se construirá un hospital de media y larga estancia.
El Puerta de Hierro estaba ayer acabando la mudanza. Las administrativas empaquetaban archivos, historias clínicas, pruebas. En las cajas, apiladas en despachos y pasillos, el mismo cartel: "Destino: Majadahonda". No es una mudanza cualquiera. Es coger un hospital entero, con sus pacientes, sus 2.600 trabajadores -500 médicos, 1.300 enfermeros- y parte de su equipamiento, y llevárselo a 16 kilómetros.Un traslado de tal envergadura que no podía transcurrir sin problemas. Los trabajadores, da igual preguntar a los de limpieza, cocina, enfermería, administración o medicina, se quejan de las prisas, de falta de información y de poca previsión, de que "aquí todo funciona por rumores", decía ayer una administrativa, agobiada porque los pacientes, mal citados, siguen llegando a unas consultas ya vacías.
En el nuevo hospital, aseguran dos administrativas de dos servicios diferentes, la situación en las consultas recién abiertas no es mucho mejor. Hay días que, por errores en admisión, se presentan el doble de los pacientes citados. "Los médicos intentan verles a todos, hacen lo que pueden, pero no dan abasto". Mientras lo cuenta, el teléfono no para. En cinco minutos llaman dos pacientes con el mismo problema, desesperados. Sus médicos les dijeron que pidieran cita para unos días después de verles. En Majadahonda les han dado hora para mucho después. "Y tienen patologías graves, que pueden poner en peligro su salud", se lamenta una. "¿Cómo les ayudo? Ya no podemos citar nosotras. Es descorazonador".
Pilar comparte habitación, en la segunda planta del edificio principal, con Valerika, de 51 años, que se recupera de una operación delicada. Cuando lleguen a Majadahonda tendrán habitaciones individuales. Les hace ilusión estrenar un hospital que por la tele se ve luminoso, enorme, impecable. "Pero los enfermos lo que queremos es trato humano", insiste Pilar, y muestra una lámpara que no funciona. "Los de mantenimiento ya no vienen". Una auxiliar sirve la merienda. Valerika pide té en lugar de leche. Claro que puede ser.
Las enfermeras, unos metros más allá, se afanan en guardar material de curas en cajas marrones. Se lo llevan todo. "No lo vamos a tirar, ¿no?" En algunas habitaciones vacías se acumulan mesas auxiliares y palos de sueros. Es el único mobiliario que llegará a Majadahonda. Las camas, de las que machacan la espalda a los que tienen que acostar y levantar a los pacientes, se quedan. Los sillones, la mayoría destripados, también. La mudanza llega hasta la lavandería. "No coger sábanas. Son para Majadahonda. No se tiran a la basura", avisa un cartel.
Pilar y Valerika se han acostumbrado estos días a los traslados. "Nos van cambiando a medida que cierran controles de enfermería", dice Pilar. Ayer por la tarde esperaban uno más. En su planta y en la tercera, donde está la UCI, aún queda algo de actividad. Todavía hay pacientes paseando su gotero por el pasillo. Ayer quedaban unos 60 -de las 500 camas del hospital-, los que, por su estado, no han podido recibir el alta. Hace días que ya no ingresa nadie. Las urgencias se derivan al Clínico, La Paz y la Fundación Jiménez Díaz.
Donde no hay pacientes, como en la primera planta, el Puerta de Hierro ya es un hospital fantasma. Los pasillos, con su peculiar trazado en s, están desiertos. Nadie atiende los mostradores. Se oye cada pisada, cada respiración. El último suspiro de un hospital que se jubila a los 44 años.
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