Nuevas reglas en Wall Street
La quiebra de Lehman Brothers, la nacionalización de la aseguradora AIG en abierta contradicción con las normas y formas de la economía de mercado, la apresurada fusión del grupo hipotecario británico HBOS con Lloyds, las temidas dificultades de otros bancos de inversión estadounidenses y la alianza de todos los bancos centrales del mundo para afrontar la crisis global de liquidez son signos inequívocos de que la crisis financiera ha entrado en una fase de vertiginosa aceleración y de que los grupos financieros afectados por la depreciación brutal de los activos están luchando lisa y llanamente por su subsistencia. Pero indica además que la era de la banca de inversión sin ataduras ni controles, una especialidad desarrollada y sofisticada en Wall Street, ha terminado, que las autoridades monetarias estadounidenses pueden, deben y parecen dispuestas a imponer severas normas de supervisión que impidan desmanes en el control de riesgos como los que han producido este cataclismo financiero. Que, por cierto, todavía puede deparar sorpresas desagradables; según los analistas menos complacientes, queda al menos medio billón de dólares en activos dañados sin aflorar y sanear.
La convulsión financiera que ha vivido esta semana Wall Street -con preocupantes ramificaciones hacia Europa- es de tal intensidad que ha puesto en cuestión, quizá para siempre, los principios del capitalismo financiero, intocables hasta ahora. Ya no es posible defender que los mercados financieros son eficientes porque optimizan la asignación del ahorro; ni que los agentes financieros disponen de toda la información necesaria tomar las mejores decisiones; ni que las entidades financieras son capaces de desarrollar un mercado complejo y seguro sin la presencia de la supervisión externa. Los hechos demuestran que estas presunciones son erróneas. Los inversores claman por una supervisión que acabe con las extravagancias que han provocado este caos y los políticos, con Barack Obama y un converso regulador John McCain a la cabeza, aseguran que "limpiarán Wall Street". Nada más revelador de este cambio que el esfuerzo combinado del Gobierno estadounidense, la Fed y los bancos para crear una agencia que asuma los activos contaminados. La Administración americana debería llevar bien la cuenta de los costes de esta titánica operación de salvamento; es un detalle que merecen conocer los contribuyentes.
Las autoridades estadounidenses están gestionando este apabullante desorden con innegable profesionalidad. A partir del caso de Bear Stearns, el secretario del Tesoro y la Reserva Federal han dispuesto de toda la información disponible sobre las entidades financieras y de todo el poder para actuar. Los casos de Lehman y Merrill Lynch muestran hasta qué punto Henry Paulson y la Fed actúan de forma discriminada: mientras que en el caso de Merrill se buscaron compradores privados, en el caso de Lehman no se evitó la quiebra porque los directivos y accionistas no se esforzaron lo suficiente. Si pensaban que, a pesar de todo, el dinero público salvaría Lehman, se equivocaron. De paso, la Fed lanzó un mensaje claro sobre los límites del riesgo moral, que debería ser escuchado atentamente por cualquier otro grupo candidato a la quiebra. -
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