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Columna
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Objetivo Bolivia

Manuel Rivas

Evo Morales, en aquel su primer viaje como presidente de Bolivia, causó un gran revuelo en las recepciones ofrecidas por los encorbatados anfitriones europeos. En las vetustas redacciones se teclearon con renovada excitación condenatoria editoriales de aroma colonial. Se le dedicaron comentarios bastos, con el humor del bruto que confunde la gracia con el chisporroteo de un Exterminador Eléctrico. La causa fue el jersey o chompa que vestía Morales con donaire. En la incomodidad, entendieron el mensaje. El tejido era el texto. En un libro fascinante sobre lo durable y la escritura efímera, Inscribir y borrar, Roger Chartier nos habla del doble sentido que desarrolló el verbo latino texere. Por un lado, tejer o trenzar. Por otro, componer una obra. Así que la vestimenta de Evo era algo así como la portada de un nuevo libro para Bolivia. Un programa de reformas para un pueblo en su gran mayoría condenado a la imposibilidad de futuro. El llamado indigenismo tiene algunos desvaríos, pero en lo que representa Evo prevalece la voluntad liberadora: la extrema pobreza y el analfabetismo son inscripciones injustas que se pueden borrar. Y eso más que indigenismo es verdadero patriotismo. Cuando Evo intentó hacer visible todo el texto-tejido del país, incluida esa mayoría humillada, se puso en marcha el proceso para romper las costuras de Bolivia. La teoría del "empate" es un apaño que no se corresponde con la realidad. Morales hizo lo que harían muy pocos gobernantes en el mundo. Dio la voz al pueblo, arriesgó la chompa y la cabeza, y obtuvo más apoyo democrático que nunca, superando los dos tercios de los votos, un 10% más que en las elecciones de 2005. Pero Europa calla ante los incivilizados de la oposición "cívica". Aquí esos actos tendrían la consideración de terrorismo. La esperanza es que en el tejido de la América Latina ya no mandan los vetustos textos ni las viejas embajadas.

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