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Columna
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El nuevo Coliseo

Cada fin de semana, los mercados de la aldea global se convierten en circos en los que hombres y mujeres que, hasta hace pocos meses, se dedicaban a gastar los millones ganados en la Bolsa, se transforman en gladiadores. Luchan para poner las manos sobre el poco efectivo aún disponible en las cuentas. En la tribuna de honor no se encuentra Nerón, sino el Departamento del Tesoro estadounidense y la Reserva Federal. Pero no nos engañemos, el que decide la suerte de los morituri es el mercado, apiñado en las gradas. La única regla del juego es que no hay reglas.

La semana pasada, Fannie Mae y Freddie Mac se salvaron; esta semana, en cambio, para Lehman Brothers, el pulgar ha apuntado hacia abajo. Y así, después de 158 años, este banco, que sobrevivió a la crisis del 29 y a las dos guerras mundiales, ha cerrado sus puertas. Ha sido un espectáculo tremendo y excitante al mismo tiempo: en dos ocasiones se ha encontrado Lehman a un paso de lograr un acuerdo de compraventa y las dos veces se le ha escapado la salvación entre los dedos.

Lehman Brothers ha caído en la arena de un circo sediento de sangre y sin la menor regla de juego

El banco ha utilizado una táctica equivocada, era el murmullo que corría entre la multitud que salía, al acabar los juegos, del moderno Coliseo. Por eso ha merecido la muerte. Es verdad: los tratos con el Korean Development Bank fracasaron porque el presidente, el legendario Richard Fuld, nombrado banquero del año en 2007, pidió un precio demasiado alto. Una semana después, el Bank of America y Barclays abandonan las negociaciones después de que el mercado haya acercado peligrosamente el precio de las acciones a cero. Lo hacen porque Henry Paulson, al frente del Tesoro estadounidense, se niega a garantizar una cobertura del balance negativo del banco. Pero el banco es sólido todavía, y vale mucho más de lo que se ha ofrecido. Seis meses antes, cuando Bearn Stearns se encontraba en la misma situación, la Reserva Federal se apresuró a prestar al comprador, JP Morgan Chase, 12.000 millones de dólares para adquirir el banco al precio de 10 dólares por acción, en vez de los dos ofrecidos inicialmente. El banco no valía tanto dinero y, de hecho, hoy hemos vuelto a un valor de tres dólares. ¿Cómo puede un gladiador financiero establecer una estrategia de combate convincente cuando no hay reglas del juego?

En este juego diabólico de supervivencia, no puede haber reglas; ése es el pilar de la economía neoliberal, es el mercado el que decide. Y el mercado es la razón de que se lleven a cabo los juegos. El Tesoro, la Reserva Federal, incluso los dos candidatos a la presidencia, entrevistados durante las frenéticas negociaciones, se remiten a las decisiones del mercado. Bearn Stearns tuvo suerte, he aquí una regla que incluso la plebe romana conocía bien: ¡el destino! Fue el primer gran banco en dificultades, el mercado no estaba preparado para esa sangre, no había visto nunca a los gladiadores financieros en el circo. Era además un banco excesivamente endeudado, contra el que se estipularon otras pólizas de seguro en caso de posible bancarrota, los seguros de crédito (en inglés, credit default swaps, CDS). Merecía quebrar, pero los aseguradores habrían tenido que pagar cifras de mareo a los que poseen los CDS, y la crisis, como una extraña ola, arrastraría centenares de bancos. Lehman, por el contrario, es un banco sólido y se ha declarado en bancarrota con una valoración de crédito, una tasación bancaria, AAA. Pero el mercado, ahora, se ha acostumbrado a la sangre en el circo, le gusta y quiere ver correr mucha. Si no hay suficiente dinero para salvar a todos, la bancarrota de Lehman Brothers es una amputación necesaria, la primera de una larga serie.

Despojados del todavía enorme poder del Dow Jones, los señores del universo de La hoguera de las vanidades de Tom Wolfe son como la plebe romana, propensa a la histeria y sedienta de sangre. Quienes deberían mantenerla a raya, las autoridades monetarias y el Gobierno, no están en situación de hacerlo; ninguno puede regular el mercado porque no existen instrumentos, leyes, reglas para hacerlo. Hemos construido unas finanzas mundiales ingobernables, anárquicas, unas finanzas canallas, y el único modo de volver a imponer el orden es la lucha entre los gladiadores. Poco importa que esta carnicería haga aumentar de forma vertiginosa la tasa de desempleo, mine nuestra economía y queme cientos de miles de millones de dinero nuestro, depósitos bancarios, ahorros, pequeñas inversiones. El objetivo de la plebe es darwiniano: matamos a los débiles para crear los superbanqueros, los tiburones blancos. Abandonadas las negociaciones con Lehman, Bank of America adquiere pocas horas después, a precio de ganga, Merrill Lynch, el tercer banco de inversiones en EE UU, que, por miedo a acabar como Lehman, acepta la oferta sin dudarlo.

Pero no hay que hacerse ilusiones, los juegos no van a resolver la crisis. Los gladiadores sólo distraían a la plebe, no pudieron salvar a Roma. El imperio se derrumbó porque el emperador ya no sabía cómo administrarlo. Y este imperio podría derrumbarse por los mismos motivos. Si, hacia el final de los juegos, los superbanqueros imponen de nuevo la ausencia de reglas, nuestro destino estará sentenciado. Esta semana hemos disfrutado también con la lucha por la supervivencia de AIG, la mayor compañía de seguros del mundo. Fue su turno en la arena y consiguió sobrevivir.

Traducción de Mª Luisa R. Tapia.

Loretta Napoleoni es economista italiana, autora de Economía canalla.

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