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Columna
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Agua privada, sed pública

En ese mundo, el agua ya no se vendía en los supermercados, sino en las joyerías, dentro de unas latas de titanio que daban para llenar dos vasos y que costaban 10 euros. Los bancos tenían cámaras acorazadas en las que los ricos podían guardar los toneles de agua que iban acumulando, pero también habían lanzado un ambicioso plan de pensiones para los pobres, una cartilla de ahorro en la que si metías una botella de un cuarto de litro al mes durante 10 años, al jubilarte lograbas unos intereses de 100.000 centímetros cúbicos. Aunque ahorrar no era nada fácil, porque se vivían tiempos de crisis y los países árabes habían subido el precio del barril de agua a 180 dólares. En algunas zonas de Madrid se habían producido disturbios y actos de pillaje, entre ellos una agresión, por parte de varios ciudadanos sedientos y encolerizados, a un millonario que se paseaba por el paseo de la Castellana con un lujoso camión-cisterna descapotable.

Los ciudadanos lloraban porque no podían pagar sus 'hidrotecas' a los bancos

El valor del agua estaba por las nubes, que también eran concertadas, es decir, que el 50% de su propiedad era pública y el otro 50% privada, y que por lo general estaban explotadas por las poderosas multinacionales que podían permitirse el lujo de pagar el precio desorbitado que las empresas aeroinmobiliarias cobraban por el metro cuadrado de cielo. Un precio que seguía provocando quejas, problemas e incluso algunos disturbios en la Comunidad. Los daños producidos por un grupo violento al término de la manifestación convocada el pasado domingo por la UCS, Unión de Ciudadanos Secos, a la que según los organizadores habían asistido casi dos millones de personas y según las autoridades sólo cuatro docenas, ascendían a unos 50.000 euros. En los últimos días, varias personas habían sido arrestadas por piratear agua del grifo, y una banda que operaba en el sur de la capital y que vendía descodificadores de cañerías falsos había sido desmantelada por la policía, que se incautó de un auténtico arsenal que incluía numerosas botellas de plástico, tres cubos y una cantimplora. El inventario de los sucesos se completaba con un atraco en el establecimiento que tiene en la Puerta del Sol la franquicia norteamericana de bebidas basura Water King. Los asaltantes no pudieron abrir los bidones blindados, porque los empleados no conocen la combinación, pero se llevaron varios recipientes llenos hasta el borde de Big Liquid, el agua de cactus, berenjenas exprimidas y coco, que últimamente hace furor entre los consumidores.

A esas alturas, pocos se acordaban ya del día en que empezó esa pesadilla, que fue cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid se presentó en la Asamblea para decir que pensaba convertir el Canal de Isabel II en una sociedad anónima. Pocos creyeron entonces que fuera capaz de privatizar el agua de Madrid como había hecho con la educación y la sanidad, pero no pasó mucho tiempo hasta que incluso los más escépticos tuvieron que aceptar que cuando esa mujer habla de destruir una empresa pública, lo hace en serio. Se entiende, dados los resultados que cosecha con su política. Ayer mismo se conoció un sondeo según el cual su popularidad ha vuelto a subir después de que en un acto multitudinario, celebrado en el Palacio de los Deportes, prometiera construir en cada distrito de Madrid un campo de golf ecológico, en el que el césped se podría regar con Coca-Cola. Los datos de la encuesta revelan que si en este momento se celebrasen unas elecciones autonómicas, Aguirre lograría una nueva mayoría absoluta. En cuanto a sus aspiraciones presidenciales, eran más sólidas que nunca, después de que hubiese logrado apartar de la carrera por el poder a su rival histórico, el antiguo alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, al que acababa de contratar como chófer, con un sueldo de tres latas de agua reciclada al día.

Juan Urbano se despertó de este sueño perverso en el preciso instante en el cual la trama daba un giro hacia la ciencia-ficción y una Esperanza Aguirre gigantesca salía del río Manzanares, que era ancho, profundo y caudaloso, hasta el punto de ser navegado por enormes barcos cargueros que traían agua desde los países nórdicos, le quitaba a la palabra agua sus tres primeras letras, que son las mismas con las que se inicia su apellido, y las ingresaba en la cuenta de la familia. Los ciudadanos la miraban desde los puentes y lloraban porque no podían pagar sus hidrotecas a los bancos. Bajo el puente, unos ladrones recogían sus lágrimas, para destilarlas y venderlas en el mercado negro.

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