La culpa
Tan ridículo ha sido por parte del Gobierno retrasar el reconocimiento de una certeza, la crisis, como está siendo el esfuerzo de la oposición por hacernos creer que dicha crisis empezó con este Gobierno socialista. Ambas inexactitudes dejan la amarga sensación de que los debates políticos se generan, más que para servir al país, para obtener ventaja, su ventaja, no la nuestra, ésa de la que nos informan, en un sentido u otro, las estadísticas acerca de la intención de voto y la popularidad de nuestros representantes, algo que parece condicionar el rumbo político a la manera en que los índices de audiencia deciden la programación televisiva.
En el fondo de ese debate sobre la situación económica hay, al menos, un acuerdo, el de que España tiene que espabilar tras años de haber confiado su suerte a la construcción. Los adultos han de ahorrar, los jóvenes prepararse (más) para ser productivos y reducir el hoyo que nos separa de los europeos, los empresarios y los políticos incentivar ese desarrollo y ayudar a cambiar ese tramposo sistema económico. A eso supongo que se refería Solbes con esas declaraciones tan criticadas en las que afirmaba que las crisis pueden activar la reflexión y el cambio. Desde luego. Pero también sería deseable algún tipo de autocrítica, porque, a un lado, nos encontramos los ciudadanos que hemos asistido perplejos al afeamiento de ciudades y pueblos, a la entrega indiscriminada de licencias de obras, a la destrucción de zonas medioambientalmente valiosas; al otro, han estado, no uno ni dos, sino todos los partidos políticos que han gobernado la nación, las comunidades, los ayuntamientos. Y ahora se habla de la burbuja inmobiliaria como si hubiera sido un inevitable desastre de la naturaleza y no una dejadez (o enriquecimiento) de la clase política. Es lo que tiene la culpa cuando está tan repartida.
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