Enseñar a volar a una lombriz
La Audiencia Nacional juzga a un cabo español por abusar de una militar francesa en Mostar
Hay tipos para los que la presunción de inocencia no es un derecho, sino un despilfarro. Ya se sabe que se les debe considerar inocentes hasta que no se demuestra su culpabilidad, pero lo cierto es que por más intentos que hagamos, sólo acertamos a verlos con las manos en la masa.
Un cabo del Ejército español, S. G. M., de 30 años, destinado en Mostar (Bosnia), decidió celebrar la Nochebuena de 2006 por todo lo alto y sobre las cinco de la madrugada se introdujo en la camareta de la soldado S. S. del contingente francés mientras ésta dormía. Se recostó en el suelo junto a la cama e introdujo la mano bajo las sábanas y el pijama y le tocó los pechos hasta que ella se despertó sobresaltada. La mujer, de 25 años, vio al sicalíptico macho hispánico, al que identificó porque le había conocido un mes antes en el Bonaparte, el bar del destacamento francés, jugando al billar, y le golpeó para que la dejara.
El cabo olvidó al instante su ardor guerrero y salió corriendo con el rabo entre las piernas, mientras ella le perseguía al grito de "cerdos españoles", lanzándole piedras. El alboroto alertó a otro soldado francés que presenció la poco decorosa retirada del lúbrico militar español.
Por la mañana, la francesa denunció los hechos al mando de la Guardia Civil e indicó que el agresor llevaba una perilla característica y que parecía ebrio. Tanto ella como su compañero identificaron al cabo sin ningún género de dudas en sendas ruedas de reconocimiento.
El caso es que, como los malos estudiantes que siempre alegan que el profesor les tiene manía para justificar sus suspensos, el ardiente cabo admite que había bebido, pero niega la mayor, ya que sostiene que no conoce de nada a la soldado. Un intento tan vano como tratar de enseñar a volar a una lombriz.
Y ello es así porque el cabo trató de cambiar su aspecto y al día siguiente se afeitó la perilla. La explicación que ofreció sobre su maniobra depilatoria es antológica: se la quitó por tradición familiar, ya que su padre también lo hace cada 25 de diciembre.
Además, la amnesia que padece respecto a la soldado no deja de ser sospechosa, puesto que el mes anterior la había invitado a jugar al billar en el Bonaparte, junto con un brigadier francés.
Seguramente alguien pensará que pudo tratarse de un impulso incontrolado, debido a lo señalado de la fecha, estar tan lejos de casa y con prolongada abstinencia, pero, por el contrario, todo indica que se trató de una acción premeditada, puesto que varios días antes el cabo había sido sorprendido de madrugada, con una linterna, mirando los nombres que figuraban en las puertas de los dormitorios del campamento francés.
La expresión del deseo incontrolado le va a suponer al cabo un juicio por abusos sexuales este mismo mes en la Audiencia Nacional, ya que se trata de un delito atribuido a un ciudadano español cometido en el extranjero. La fiscalía le pide año y medio de prisión, aunque previsiblemente no ingresará en la cárcel, salvo que cometa otros delitos.
Lo destacable no es sólo que el tipo sea un acosador, o un necio, por pensar que la mujer no se iba a despertar a pesar de sus manoseos, sino que por esos manoseos la fiscalía pide 12.000 euros por daños morales para la víctima. No es que no se los merezca, que seguro que sí. Lo que lo hace aún peor es que ese dinero no lo va a pagar el cabo lujurioso, sino todos los españoles, ya que, al ser insolvente, el Estado tiene que responder por él. En casos así dan ganas de reclamar la vuelta de los trabajos forzados.

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