En la misma piedra
No se acaba de entender muy bien por qué el PNV ha secundado la obstinación del lehendakari de tropezar por segunda vez en la misma piedra. La conducta del lehendakari se puede explicar por razones personales, pero la del partido resulta inexplicable.
El PNV ya pagó los platos rotos de la primera propuesta de Ibarretxe. Tras el rechazo por el Congreso de los Diputados de la reforma del Estatuto de Gernika que había sido aprobada por el Parlamento vasco con una mayoría que se constituyó mediante el préstamo de determinados votos por parte de Euskal Herritarok, Juan José Ibarretxe disolvió el Parlamento vasco y convocó elecciones anticipadas, planteando dichas elecciones como una suerte de referéndum sobre la propuesta rechazada por el Congreso de los Diputados. El resultado del referéndum fue claro. El PNV descendió de manera significativa respecto del resultado alcanzado en la elección anterior. Desde entonces, la tendencia a la baja del PNV se ha mantenido en todas las consultas celebradas hasta la fecha.
El sistema político vasco está en una situación de parálisis desde hace casi siete años. Ya está bien
¿Es razonable que el PNV piense que esta vez va a ser diferente y que en las próximas elecciones autonómicas puede rentabilizar políticamente la declaración de inconstitucionalidad de la ley que debía posibilitar la convocatoria de un referéndum por el Tribunal Constitucional? ¿Hay alguien en el PNV que se crea en serio que la peregrinación a Estrasburgo para solicitar el amparo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos puede tener alguna posibilidad de éxito y puede derivarse de ella alguna rentabilidad de tipo político y electoral?
El nacionalismo vasco es un elemento importante de la constitución material del País Vasco. Pero no es lo suficientemente importante como para poder definir o, mejor dicho, redefinir en solitario las reglas que tienen que presidir la convivencia. El nacionalismo vasco no puede pretender convertirse en la Constitución formal del País Vasco, porque el conjunto de la sociedad vasca no quiere que esto ocurra. Todos los resultados electorales lo vienen confirmando de manera inequívoca. El cuerpo electoral vasco viene repitiendo una vez tras otra que considera que el nacionalismo democrático en todas sus manifestaciones, EB incluida, tiene, ha tenido y puede seguir teniendo (o no) respaldo suficiente para gobernar, pero no para intentar cambiar las reglas de juego político. Y cuando el lehendakari le ha pedido expresamente ese respaldo, como ocurrió tras el rechazo de la reforma del Estatuto de Gernika por el Congreso de los Diputados, el cuerpo electoral se lo ha negado de manera inequívoca. Es inimaginable pensar en algún escenario que le pudiera permitir al nacionalismo vasco convertirse en la Constitución formal del País Vasco, porque materialmente no lo es.
El bloque de la constitucionalidad integrado por la Constitución y el Estatuto de Gernika expresa mucho mejor la constitución material del País Vasco de lo que lo hace la ensoñación de Juan José Ibarretxe. Ese bloque fue el resultado de un pacto no solamente con el nacionalismo vasco, pero sí de manera muy especial con él. Si respecto del primer elemento del bloque, esto es, respecto de la Constitución, hubo reservas por parte del nacionalismo, tales reservas desaparecieron con la aprobación del Estatuto. Las actas de los procesos constituyentes y estatuyentes y los resultados del referéndum de aprobación de la Constitución en el País Vasco y del referéndum de aprobación del Estatuto de Gernika lo prueban de manera concluyente. Se pactó porque la constitución material de España en general y la del País Vasco en particular no permitía otra salida. En esas estábamos en 1978-79 y en ésas seguimos estando. En esto apenas ha habido cambio.
Es obvio que se puede pretender una reforma de ese bloque de la constitucionalidad, que refleje todavía mejor la constitución material del País Vasco y de su inserción dentro de España, pero lo que no resulta razonable es pensar que se puede sustituir el bloque de la constitucionalidad sin pacto de ningún tipo, por impulso nacionalista exclusivamente. El nacionalismo vasco ni tiene ni va a tener previsiblemente nunca fuerza suficiente para ello. Esto el PNV no puede no saberlo. El empecinamiento del lehendakari en un objetivo imposible no solamente lo está llevando a él personalmente a un callejón sin salida, sino que puede acabar arrastrando tras de sí al partido. En algún momento, que debería ser ya, habría que poner fin al disparate y reconocer que la realidad es la que es y no la que a algunos les gustaría que fuera. El sistema político vasco está en una situación de parálisis desde hace casi siete años. Ya está bien.
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