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Columna
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Morir en Roquetas

Ousmane Kote salió de su casa el sábado noche. Había trabajado duro toda la semana en el invernadero. No iba a la discoteca. Ni a tomarse unas copas en el bar. Quería llamar por teléfono a su esposa, que quedó allá lejos, en Senegal.

En la Plaza de Andalucía de su barrio, Las 200 Viviendas, dos hombres discutían acaloradamente. Uno de ellos era negro, como él. Otro blanco. Un vecino arrojó un cubo de agua para enfriar el ambiente. Una navaja rasgó el aire caliente de la noche. Se clavó en el cuerpo de Ousmane. La marginación y la pobreza se cobraban otra víctima. Una más.

El asesinato del joven senegalés en Roquetas del Mar el pasado fin de semana coloca de nuevo en primer plano un drama que pretendemos ocultar: docenas de miles de inmigrantes viven hacinados en barrios miserables y llevan una vida miserable.

Llegan aquí con el sueño de una vida mejor. Terminan, en su inmensa mayoría, ocupando el último eslabón de la escala social. Habitando barriadas infames, en las que, como señalaba estos días el presidente de Almería Acoge, Juan Miralles, las ambulancias no llegan y la policía tampoco. Nadie les escucha. Solo nos ocupamos de sus vidas cuando una de ellas es dramáticamente segada.

Sin embargo, el tumor está ahí. Antes nuestras narices, aunque no lo queremos ver.

Hace una par de días se ha presentado el Informe de la inclusión social en España 2008, elaborado por la Obra Social de Caixa Catalunya. Sus 215 páginas son un demoledor alegato contra el Estado del bienestar, que no protege a todos. Y menos que a nadie, a los inmigrantes como Ousmane.

El informe avisa de que "las condiciones de vida de la población extranjera respecto a la autóctona constituyen uno de los principales riesgos de fractura social". Los inmigrantes extracomunitarios "son más pobres, experimentan modalidades de pobreza más intensa, tienen mayores dificultades económicas y sus hijos están expuestos a condiciones de pobreza que pueden afectar negativamente a sus oportunidades vitales". Tienen también los peores trabajos que se ofertan en el mercado, esos que no quieren los nativos. Por mucho que se empeñe el ministro Celestino Corbacho, al que el líder de Izquierda Unida Gaspar Llamazares acusa de ser un "propagandista de la xenofobia".

No abrumaré con datos. El informe está disponible en obrasocial.caixacatalunya.es. Sólo un par de ellos, estremecedores: más de la mitad de los hijos de inmigrantes no europeos, es decir, africanos como Ousmane, viven en la pobreza moderada. Los españoles no llegan al 20%. En situación de pobreza alta están el 32% de esos niños, cuatro veces más que los españoles. En pobreza severa los niños inmigrantes son siete veces más que los españoles: un 28% frente al 4%. Sus padres sufren la misma angustiosa desproporción.

El crimen de Roquetas no hay que inscribirlo pues en el odioso debe del racismo y la xenofobia. Quien presuntamente mató a Ousmane Kote era otro desgraciado. Si el español que apuñaló al senegalés trapicheaba con droga o no, es lo de menos. Uno y otro estaban la noche del sábado en la Plaza de Andalucía de Roquetas porque eran pobres de solemnidad. Eso es lo que hay que atajar. Esa desproporción brutal en el reparto de la riqueza.

Chaves advertía en el recién inaugurado espacio regional de la SER La Ventana de Andalucía que no habría que relacionar la marginalidad con la muerte de Ousmane. Cierto. Ser pobre no es sinónimo de delincuente. Pero pregunto: ¿habrían salido a relucir navajas en un barrio residencial por que un par de vecinos discutieran a las 10 de la noche? ¿Se habría tardado hora y media en avisar a una ambulancia en cualquier urbanización de lujo?

La marginalidad y la pobreza son causa de la desesperación. Por eso murió Ousmane Kote.

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