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Columna
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Pájaros y peces

El ecologismo nació en los países industrializados como una reacción ante la degradación de la naturaleza. Lo encarnó casi siempre la juventud, pues tiene algo de reacción generacional. Los hijos rechazan el mundo creado por sus padres, pero, aun teniendo ese componente juvenil, enlaza siempre con una raíz profunda en cada país. En Estados Unidos actúa el mito del buen mundo salvaje, con figuras como Emerson y Thoreau, y en Alemania el poderoso Romanticismo alemán. Desde el Romanticismo, en cada país hubo intelectuales y artistas que soñaron una casa o una cabaña en el bosque. Allí estaba Heidegger en su retiro de la Selva Negra. La búsqueda de pureza absoluta conduce curiosamente a un mundo sin gente, sólo animales y plantas. Un curioso humanismo antisocial.

El diálogo del bipartito con los ecologistas es el diálogo con una parte de sus bases sociales

Galicia no vivió el Renacimiento ni la Ilustración cabalmente, pero tuvo ilustrados, Sarmiento y Feijóo, que pusieron las semillas de la regeneración del país y propiciaron un fuerte Romanticismo: Antolín Faraldo y la revolución liberal galleguista de 1848, Murguía, Rosalía, Pondal... El galleguismo se fundó romántico y lo siguió siendo siempre, es una parte de su naturaleza (y a mucha honra). El galleguismo quería solucionar los problemas del país y sus paisanos, el sometimiento y atraso, pero portaba una contradicción íntima: como todo movimiento regeneracionista, es al tiempo progresista y conservador. Progresista porque sabe que es preciso modernizar el país y conservador porque quisiera que esa modernización no alterase el paisaje. Industrialización pero sin contaminación. Esa contradicción nos está haciendo sufrir ahora, pues cuando un partido progresista y un partido nacionalista gobiernan la Xunta, una parte de los galleguistas entienden que tampoco éstos protegen el paisaje, el territorio, el cuerpo físico de Galicia.

Hace una semana, la Consellería de Medio Rural acusaba a los ecologistas de la Sociedade Galega de Historia Natural (SGHN) de preocuparse exclusivamente por los pájaros y despreciar a los agricultores, y unos días después era la Consellería de Pesca la que denunciaba intencionalidad partidista en la campaña contra las piscifactorías apoyada por la Asociación para a Defensa Ecolóxica de Galiza (Adega). En un caso la política contestada es la de una consellería gestionada por el BNG y en el otro por el PSdeG.

La SGHN, la más veterana, era inicialmente más conservacionista que ecologista, sus activistas pretendían estudiar y conservar nuestra flora y fauna, aún no incorporaban el ecologismo como ideología política. Formaban parte del galleguismo de un modo más intuitivo que orgánico, amaban el país y era por eso que estaban con el galleguismo. Adega es posterior y nace ya tanto con la ecología como cultura política como por las necesidades del BN-PG -luego BNG- de movilizar y abrir todos los frentes de lucha social. De un modo natural las causas que defendía coincidían casi siempre con los intereses sindicales de campesinos o marineros.

Desde las consellerías afectadas por las denuncias se ha acusado de partidismo y electoralismo a los que critican esas políticas. Parece probable que en parte refleje la competitividad entre los dos socios de gobierno, porque se quiera o no estamos ya en tiempo preelectoral y eso lo contamina todo, pero la cosa es más profunda. En el fondo se trata de la confrontación con la realidad. Mientras gobernó la derecha, los regeneracionistas de este país veían que gobernaban "ellos, los otros", y eso permitió alimentar ilusiones. Pero ahora gobiernan "los nuestros" y esto es lo que hay.

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Creo que es bueno, en general, que existan piscifactorías. El mar ya demuestra sus límites, pero alguien debería explicar a nuestro país las ventajas de tenerlas concretamente en nuestra costa. Por ahora, lo que la gente ve es que se reconduce un plan de piscifactorías mucho más amplio heredado de la anterior Xunta de Fraga. En el otro caso, el de la reordenación del terreno en A Limia, si hubiese que escoger entre los pájaros y los agricultores, uno siempre optaría por el derecho de nuestra gente a vivir del campo. Desde luego, urge el diálogo entre los dos partidos antes de nada, pero ¿no habría que dialogar y tener en cuenta las críticas que hacen los ecologistas? Al final, aunque parezcan olvidarlo, de lo que se trata es de un diálogo consigo mismos, un diálogo entre este Gobierno y parte de las bases sociales que auparon a los partidos que lo integran.

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