Desafío para la UE
La Unión debe corregir errores pasados y definir una nueva estrategia con Rusia
La reunión del Consejo Europeo que se celebra hoy puede resultar un arma de doble filo en la tensión entre la UE y Rusia. Una exhibición de las diferencias entre los Veintisiete por la estrategia a seguir se convertiría, de inmediato, en una victoria de Moscú, que seguiría asentando por vías de hecho la situación impuesta en Osetia del Sur y Abjazia. Los prolegómenos de la reunión no han sido conducidos con cautela: al margen de si las sanciones serían o no eficaces, crear expectativas sobre la posibilidad de aplicarlas contra Rusia sólo puede provocar interpretaciones equivocadas si no se adoptan.
El conflicto de Georgia demuestra que la Unión tiene que revisar su estrategia con Rusia, sustituyendo un modelo que es resultado de la improvisación. Moscú sabe que, en el trato con la UE, ha podido maniobrar a través de la selección de sus interlocutores, modulando a conveniencia sus compromisos con las instituciones comunitarias y con cada país miembro. Este juego, al que se han prestado no pocas capitales europeas, era inconveniente; hoy, además, es arriesgado. Incluso sin la crisis georgiana, la UE ya tenía que haber definido, por su propio interés, una política común ante Rusia.
En cuanto al fondo, la UE se enfrenta al lastre de pasadas decisiones. Algunas tienen difícil marcha atrás, como la independencia de Kosovo, admitida por parte de algunos miembros y que ha servido de coartada a Moscú. Tampoco será fácil volver sobre el error de no haber considerado en su momento como iniciativas compatibles la condena a Tbilisi por haber recurrido a la fuerza contra Osetia y Abjazia, y la condena a Moscú por la desproporción de su respuesta y la ocupación de algunas zonas de Georgia.
Pero no ocurre lo mismo con las condiciones del alto el fuego, en el que la UE, a través de la presidencia francesa de turno, admitió una discusión internacional sobre los dos territorios georgianos contradiciendo su propia doctrina sobre la integridad territorial. El Consejo debería sopesar si, una vez roto por Moscú, merece la pena seguir reafirmándose en el acuerdo de alto el fuego. El punto más relevante, la retirada de las tropas rusas, seguiría siendo exigible en virtud de la legalidad internacional, y la UE se vería libre de su precipitado compromiso de discutir el futuro de Osetia y Abjazia. Se trata, en cualquier caso, de un cálculo y una decisión difíciles, que tendría que ir acompañada de una mayor iniciativa en el Consejo de Seguridad, con independencia de que Rusia haga valer su veto.
Parece que Moscú da por concluida la explotación de su victoria y sólo aspira a ir legitimando la situación por vías de hecho. Mientras los Veintisiete no estén en condiciones de dar otra respuesta, como es el caso, es preciso que arrojen el mayor lastre posible de pasados errores y que multipliquen los mensajes de que Rusia ha violado el orden internacional y, por tanto, no logrará convalidar los pasos que ha dado.
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