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Reportaje:Chiringuito de verano en... Es Portixol

Cuenta atrás entre 'llaüts' y calamares

El Bar-lovento, chiringuito de pescadores en Palma, cerrará antes de fin de año

El chiringuito Bar-lovento, con sus maderas algo desvencijadas, su techumbre de uralita y cañizo y su clásico entoldado azulón, tiene los días contados. Desaparecerá cuando se extinga la concesión otorgada por la junta que gestiona Es Portixol, el puerto más modesto y popular de los cinco que hay en la ciudad.

Plantado a un paso del mar, este local ha sido el corazón del muelle durante casi 25 años. Ahora, toca el relevo. El futuro está a la vuelta de la esquina, tiene forma de aséptico quiosco prefabricado y un pomposo nombre fashion: Animabeach. Abrirá antes del próximo verano. A Pepe Osuna, que ha regentado durante dos décadas el Bar-lovento, le dijeron que su chiringuito ya no reunía los criterios exigibles y le advirtieron de que ni siquiera se molestase en hacer reformas. La única opción era ir a concurso por la adjudicación del nuevo bar marítimo, con unas condiciones económicas prohibitivas.

"¡El día que venga la excavadora, me ataré al tejado con cadenas!", exclama un parroquiano

Así pues, y de la noche a la mañana, habrá que decir adiós a esa privilegiada primera fila que permitía presenciar el sosegado, pero constante espectáculo portuario: el aletargador chup-chup de los llaüts al entrar y salir por la estrecha bocana, la trabajosa operación de botadura de una embarcación recién reparada, las velitas de los barcos tipo optimist paseándose por el horizonte. Y habrá que despedirse, también, de las generosas y económicas tapas de pescadito frito, calamares, pimientos de Padrón, quesos e ibéricos, del repertorio de ensaladas básicas y de los pa amb olis con tomate y aceitunas mallorquinas. Una carta breve pero llena de aciertos seguros, platos caseros que los propietarios bautizaron con nombres de mar y que se han de acompañar con una cañita, un refresco o un vaso de vino.

La clientela es variopinta, mayoritariamente local. Paseantes y ciclistas urbanos hacen un alto a media mañana, para proseguir luego el recorrido por el mar, hacia el barrio hermano d'Es Molinar. Los padres se aposentan en las mesas a la sombra mientras sus hijos corretean o se dedican a perseguir a los cangrejos que dormitan sobre las rocas. Hacia la una del mediodía, la cosa se anima: es la hora en la que los aperitivos comienzan a coincidir con los almuerzos. El olor a cocina marinera también se acaba convirtiendo en un buen reclamo para los turistas extranjeros. Como no saben muy bien qué pedir, unos señores ingleses se dejan aconsejar y les cae un variado de frituras con el que se chuparán los dedos. Llegan más parejas, con más niños. Triunfa la tapa (media o entera) de calamares. Con todas las mesas llenas, el barullo en la terraza es considerable y las camareras casi no dan abasto.

Los de siempre, los de toda la vida, se refugian dentro. Acodados en la barra, beben más que comen, dan palique al personal y protestan por el inminente cierre de su segunda casa: "¡El día que venga la excavadora, me ataré al tejado con cadenas!", vocifera teatralmente Pau mientras revisa junto a sus amigos una caña de pescar. En la cocina, a la vista de todos, Angelines espera los pedidos con el delantal manchado de aceite, y se lamenta: "mis hijos han crecido aquí. Me da mucha pena, y sé que a muchos clientes también".

Pepe, el mandamás, es sevillano y vino a la isla a los 16 años. Algunos le reclaman que ponga en marcha una recogida de firmas, pero él parece bastante resignado. Trata de consolar a los parroquianos recordándoles que, llegado el momento, el negocio se trasladará al otro lado del puerto, a un bar-restaurante ("con carta y menú") que compró cuando supo que le cerraban el chiringuito. "Me hubiera gustado retirarme aquí, pero no ha podido ser".

La cocina cierra a las cuatro de la tarde y se vuelve a abrir cuando cae el sol, a eso de las ocho. Las cenas y conversaciones a ras de mar son un lujo que aprecian muchos palmesanos, y las veladas se pueden alargar tranquilamente hasta la una o las dos de la madrugada. Ya casi no hay trajín de barcas, y los aviones que hace unas horas se divisaban a lo lejos, en descenso hacia el aeropuerto, son ahora lucecitas intermitentes que se reflejan en el agua. Un par de gatos rondan por la puerta trasera, tratando de pescar las sobras de la jornada. Cualquier día de éstos se encontrarán el chiringuito cerrado y tendrán que ir a buscarse la vida a otro sitio.

- Bar-lovento. Calle Troneras s/n. Es Portixol. Palma de Mallorca.

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