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Reportaje:

El reino de los diseñadores

Viviana Narotzky analiza en un libro el papel del diseño en la construcción cultural de la identidad catalana

¿Cómo consiguió la Barcelona decadente de finales de los años setenta transformarse en la capital española del diseño? ¿A qué se debe la desmedida pasión de los catalanes por el diseño y por qué lo han convertido en uno de los principales elementos de su identidad? A éstas y más preguntas intenta contestar Viviana Narotzky, profesora del Royal College of Art de Londres, en el libro La Barcelona del diseño (Santa & Cole) que, sin entrar en cuestiones estilísticas y formales, analiza el papel del diseño en los procesos políticos y sociales de los años comprendidos entre la Transición y las Olimpiadas.

"El diseño conlleva una carga de modernidad y progreso. En la Barcelona de los años ochenta, eso se juntó con la herencia nacionalista y se convirtió en un símbolo de apertura, vanguardia cultural y desarrollo industrial. Es algo que se reflejó en la voluntad de reafirmar la propia identidad y, a la vez, en el deseo de volver a ser parte de la comunidad internacional", explica Narotzky, que evita tanto la complacencia como la crítica para proporcionar todos los datos necesarios para entender este complejo proceso.

"Mientras que en el Modernismo hay referencias iconográficas muy directas a la identidad catalana, en la década de 1980 el diseño se identifica con los valores culturales y políticos de la modernidad más allá de su representación formal, convirtiéndose así en un instrumento de poder para quien controla su lenguaje", indica la historiadora, que analiza también el uso y la instrumentalización del diseño y la arquitectura por parte de las instituciones.

Narotzky no niega la fractura entre los profesionales del diseño y sus usuarios, ni las polémicas surgidas alrededor de las denominadas plazas duras. "En parte es un problema de clases culturales. Los ciudadanos que habían luchado para conquistar los espacios públicos, cuando vieron que se urbanizaban con una sensibilidad ajena a sus deseos, lo vivieron como una expropiación estética y, sin embargo, reconocieron su carga de modernidad", explica la autora. "Es una fractura que nunca se va a salvar, porque está en el corazón de la profesión", añade.

Un cambio parece llegar de las nuevas generaciones de profesionales, que dejan de lado la arrogancia paternalista de sus predecesores para desarrollar trabajos más en sintonía con el usuario. Según la historiadora, el mayor reto al que se enfrenta actualmente Barcelona en este ámbito es cultural y no tecnológico o industrial. "Ahora es el momento de una valiente apertura cultural", defiende la especialista. "Barcelona tiene un gran renombre internacional y si quiere mantenerlo debe apostar por el mestizaje creativo", concluye Narotzky.

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