Cabeza
Hacía mucho tiempo que no me cogía vacaciones. Me refiero a vacaciones de verdad, de esas de tumbarse a la bartola, no hacer nada y sólo preocuparse de si te vendría bien una tercera hora de siesta, del plato que te pedirás en la cena o del nivel de protección de tu crema bronceadora. Terminé el rodaje de Pagafantas en Bilbao un sábado -todo ha ido muy bien, ya estamos montando y estoy exultante- y el lunes ya estaba rumbo a una isla del Mediterráneo donde pensaba perderme durante una semana.
Mientras tanto, en esa isla, un hombre cortaba la cabeza de su mujer para luego pasearse con ella por las calles de la ciudad. Después, el asesino cogería su coche y empezaría a atropellar turistas a diestro y siniestro. En ese momento yo estaba volando hacia Santorini, la isla griega en cuestión donde sucedieron los hechos.
Es evidente que me tomaba esas vacaciones con ciertas ansias. Dos tipos de ansias muy diferentes. En mi cabeza convivían, por un lado, la agitación de haber terminado de rodar la peli con toda la tensión, emoción, incertidumbre y entusiasmo que ello conlleva y, por otro, el ansia por desconectar, relajarme y descansar. Es curioso -bueno, más que curioso, contradictorio- que uno quiera esforzarse en buscar el relax, que tenga que hacer un esfuerzo para no tener que hacer esfuerzos, pero esas cosas suceden en la vida.
El mayor error que cometí después de la época de la nominación al Oscar de mi corto fue no parar. Me pasé más de un mes dando entrevistas, viajando de aquí para allá y viviendo mucha emoción y tensión. Y, cuando terminó todo, en vez de irme a un caserío perdido, al desierto del Sáhara o a una playa remota, me puse a currar a lo loco. Metí la pata y pasé unos meses con una ansiedad tremebunda. Y me dije que no iba a volver a vivir una situación así.
Por mucho que te guste tu trabajo, por muchas ganas que le pongas, al final te quemas si no eres capaz de parar, respirar un segundo y decirte a ti mismo: "La estás cagando porque estás cansado y no aciertas ni para atrás con lo que estás haciendo".
Por eso volé a Santorini, donde un hombre cortó la cabeza de su mujer. Y en mi cabeza bullían preguntas sobre cómo quedarían montadas algunas escenas, qué música meter o directamente si la película iba a quedar graciosa.
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