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Reportaje:Aste Nagusia

Del desastre a la solidaridad

Las peores inundaciones de su historia arrasaron Bilbao durante las fiestas de 1983

Además de las tres décadas de vida de Marijaia, Bilbao celebra en esta Aste Nagusia otro aniversario mucho más triste: se cumplen 25 años de la mayor tragedia que ha sufrido la ciudad en tiempos modernos, las terribles inundaciones que dejaron 34 víctimas mortales en Euskadi, asolaron el Casco Viejo y sepultaron la alegría de una ciudad que empezaba a escribir la historia de su incipiente modelo festivo, entonces en su sexta edición.

Los datos, fríos como la gota que se incrustó sobre los cielos del País Vasco aquel 26 de agosto de 1983, hablan de unas pérdidas de 200.000 millones de pesetas de entonces (más de 1.200 millones de euros) y un centenar de municipios (la mitad de la comunidad) afectados. Pero el recuerdo atiende también a palabras como solidaridad, unión y esfuerzo. José María Amantes y Marino Montero fueron testigos directos de ello. Ambos pertenecían a la comisión festiva que vio cómo las aguas desbordaban su trabajo, pero no su optimismo, pese a la magnitud de lo que arrastró la Ría.

Bilbao rinde tributo el jueves a los 5.000 voluntarios que limpiaron la ciudad
"La gente sencilla fue capaz de unirse ante una tragedia desconocida"

Los dos recibieron el aviso de la posibilidad de riadas en una comida diaria que entonces celebraba la comisión en un conocido restaurante del Casco Viejo bilbaíno. Aquella Aste Nagusia, como todo el mes de agosto, había estado presidida por un tono gris y lluvioso. Amantes rememora la jornada de aquel día: "Tenía cosas que hacer en casa, así que ese día no tenía previsto acudir a la comida, pero me llamaron por teléfono a casa. 'Tienes que venir rápido. La Ría se va a desbordar y estamos movilizando a todo el mundo', me dijo Julián Fernández", entonces el concejal encargado de la gestión de Aste Nagusia.

"Nadie pensaba que el agua iba a llegar a ese extremo. De hecho, en nuestra txosna de Moskotarrak teníamos colgados una ristra de jamones que no los quitamos hasta el último momento". "El desbordamiento fue sobre las cuatro de la tarde. Si hubiera sido más tarde, todo habría sido más difícil", añade Montero.

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De pronto, lo que era una reunión ordinaria para el seguimiento de lo que estaba dando de sí ese día grande de las fiestas se transformó en un comité de emergencia. Amantes se trasladó a la estación de La Naja para dispersar a los curiosos congregados. "Como iba con el traje de comparsero, la gente no me hacía demasiado caso". A Montero le destinaron al Arenal: "Empezamos a advertir a los miembros de las txosnas de que se llevaran las cosas de mayor valor y que podían ser fuente de peligro, como los equipos de sonido. Yo estaba entonces en Pimpilinpauxa. Teníamos la Marijaia y la llevamos hasta el kiosco. Ahí la dejamos, porque no creíamos que se la llevara la riada". Sí lo hizo. Dos meses después reapareció en Mondragón, dentro de las fiestas de Maritxu Kajoi. "Es una celebración que evoca un milagro, y ese año fue el regreso de una nueva Marijaia. Es la única vez que ha salido de Bilbao", explica con humor.

Ahí no acabaron las tareas para los dos. Amantes alcanzó el edificio de La Bilbaína y se puso en contacto telefónico con Radio Bilbao para pedir a la emisora que lanzase un aviso generalizado. Montero, mientras, trasladó la advertencia a los locales del Casco Viejo. "Casi tuvimos que enfadarnos con ellos, porque ninguno se quería marchar, pero había que hacerlo".

El día siguiente dejó una imagen catástrófica. El agua se había llevado por delante edificios emblemáticos, como el Mercado de la Ribera y el Teatro Arriaga. Fue el momento del balance y de ponerse a trabajar, con un grupo de voluntarios que, antes de nada, debió vacunarse y tomas las medidas de seguridad pertinentes. El Arenal era un estanque de toneladas de fango del que poco o nada se podía rescatar. "No hubo pillajes, básicamente porque todo estaba hecho puré", evoca Montero con ironía. Su compañero de comisión añade un tono más serio a su discurso. "Lo peor de todo fue ver lo que había dejado la riada tras de sí. Los negocios arruinados, las txosnas destrozadas, el Casco Viejo irreconocible. Y, sobre todo, las imágenes de las zonas más afectadas, como El Peñascal, donde el agua destrozó las casas de mucha gente con escasos recursos". Y el mayor dolor, las víctimas mortales.

Una argamasa de solidaridad, de hombro con hombro, tomó la ciudad. Desde las escalinatas del Ayuntamiento, Montero reclutaba voluntarios para las labores de limpieza. Hasta 5.000 personas colaboraron en los trabajos. "Más allá de las autoridades, que también lo hicieron, la gente sencilla de Bilbao fue capaz de unirse ante una tragedia desconocida para muchos", indica Amantes. "La reacción de solidaridad fue lo mejor de aquellos días. Las inundaciones ocurrieron en fiestas y eso ayudó a que se vertebrase mejor el esfuerzo. El sentimiento general era 'con esto podemos", añade su compañero, que vio surgir una "cierta erótica del barro" en los días que siguieron al desastre. "Había cuadrillas de chicos y chicas que no se conocían de nada, pero que a base de trabajar juntos, calzados con botas y con la pala en las manos, crearon una relación de algo más que amistad".

Bilbao homenajeará el jueves a las personas que contribuyeron a la limpieza de la ciudad. El acto se celebrará en el Teatro Arriaga, que entonces quedó devastado. Además, hasta el próximo 30 de agosto, el Mercado del Ensanche alberga una exposición multimedia que da a conocer la dimensión de lo que aconteció la Aste Nagusia más triste de todas.

La reconstrucción del Arenal

- Salvo las tres ediciones de las fiestas (las de 2004 a 2006) que coincidieron con la construcción allí de un aparcamiento subterráneo, el Arenal ha sido la residencia habitual de las txosnas, una de las estampas más reconocibles de la Aste Nagusia bilbaína. En 1983, estas frágiles estructuras de mecanotubo cedieron con extrema rapidez ante la riada. "Las pérdidas fueron grandes. Hubo que llegar a acuerdos con las compañías de seguros y en algunos casos hubo que pagar. En una buena temporada lo pasamos mal", subraya José Mari Amantes.

- Un cuarto de siglo después, el Arenal sigue emitiendo su satisfacción por saberse pieza fundamental del recinto festivo. A su reconstrucción se unió la del Casco Viejo, que supo recuperar la pujanza comercial que siempre le ha caracterizado. El fluir de la ría del Nervión refleja ahora las sombras de la arquitectura de vanguardia y los proyectos urbanísticos que se han instalado en las dos orillas del cauce. En sus proximidades se realizan estudios hidráulicos para situar la rasante de los edficios por encima de las cotas que garanticen que no volverán a inundarse.

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