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Columna
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Belén y Belem

Por esas casualidades de la existencia, me ha tocado estar, a pocas semanas de distancia, en las dos ciudades del planeta que llevan por nombre Belén. Recorriendo Palestina, visité primero la legendaria localidad del pesebre, donde cuentan los Evangelios que nació Jesús. Y donde por poco fallezco yo, en los sótanos angostos de la Basílica de la Natividad, espachurrado por una caterva de fanáticos peregrinos, cristianos de la India, emperrados en tocar con sus manos el último y diminuto trozo de la gruta primitiva. Por efecto de supersticiones y fetichismos acumulados a lo largo de dos milenios, esa gruta se halla hoy tapizada de oro, plata, piedras preciosas y otras múltiples opulencias que hubieran ciertamente disgustado al que quiso "ser fiel a los pobres hasta el final".

Esperemos que en la Belem amazónica nazca por fin el modo de salvar el planeta

Esta Belén da pena. Situada en los arrabales de Jerusalén, se encuentra cercada por el avance de los asentamientos ilegales de colonos, y en gran parte asfixiada por la infame "barrera" de separación. Sólo unos pocos puestos de control, controlados por militares israelíes, permiten el acceso a la ciudad cada día más aislada, en donde ya casi no residen cristianos. Hay que recordar que la superficie total de Israel y Palestina (27.290 kilómetros cuadrados) es inferior a la de Galicia (29.512 kilómetros cuadrados), y que allí viven cerca de 11 millones de personas (menos de tres millones en Galicia). En tan áridas tierras, propicias al misticismo religioso, la lucha por el escaso territorio y por los insuficientes recursos hídricos se han convertido, desde hace varios decenios, en una guerra a muerte.

En la otra Belem, la de Brasil, también hay una guerra, aunque de distinto tipo. Porque aquí, en materia de espacio y de agua, todo es diametralmente diferente por su descomunal abundancia. Situada a orillas del grandioso Amazonas -más ancho que el estrecho de Gibraltar-, esta ciudad de unos dos millones de habitantes con sus decenas de rascacielos, sus favelas miserables, sus autopistas y su clima ecuatorial ha ido ganando terreno a expensas de la selva y se extiende ya sobre más de mil kilómetros cuadrados.

Todos los días, al caer la tarde, un aguacero feroz en forma de avalanchas de trombas de agua nos viene a recordar el castigo que debió ser aquel diluvio universal del que habla el Antiguo Testamento. Por ello quizá, aquí también las supersticiones (portuguesas, africanas, indígenas) están tan presentes y se manifiestan sobre todo en las coloridas procesiones a la iglesia de la patrona de la ciudad, Nuestra Señora de Nazaret (otra alusión a la Palestina bíblica).

Para tener una idea de la inmensidad del espacio, recordemos que Belem, es la capital del Estado de Pará, y que la superficie de éste es de casi 1.250.000 kilómetros cuadrados, ¡dos veces y media la de España! Enteramente recubierto al principio por la jungla amazónica, el Estado de Pará posee el mayor yacimiento de hierro del mundo, y las principales reservas brasileñas de bauxita (aluminio) y de cobre. También está entre los principales productores de piña, de yuca, de coco, de aceite de palma y de plátanos. Y es el mayor exportador de madera de Brasil.

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Por sí mismos, estos datos económicos deberían entusiasmar, pues traducen el despegue de un gran país como es Brasil. En realidad no dejan de preocupar, porque significan que el desarrollo de estas actividades se hace a expensas de la selva amazónica, la mayor reserva de biodiversidad del planeta.

La sección brasileña de la ONG Greenpeace ha constatado que el 18% del bosque amazónico ya ha sido destruido, y afirma que cuando se alcance el 40% será demasiado tarde para salvar al pulmón del mundo.

La gobernadora de Pará, Ana Julia Carepa, del Partido de los Trabajadores (el del presidente Lula) se muestra muy consciente del peligro. Denuncia sobre todo la tala ilegal, principal responsable de la deforestación la deforestación salvaje de este inmenso territorio. Propone un plan ambicioso: ¡plantar mil millones de árboles! Y lo quiere tener listo para anunciarlo en el próximo Foro Social Mundial que tendrá lugar en enero de 2009, precisamente en Belem.

Según los Evangelios, en la Belén de Judea nació el que vino a "salvar al hombre". Esperemos que, 2.000 años después, en la Belem amazónica nazca por fin el modo de salvar el planeta.

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