Campofrío pierde interés por el extranjero
La cárnica se retira de Rusia tras haber abandonado ya cinco países
A finales de los años ochenta, todavía antes de la caída del muro de Berlín, la empresa Campofrío llegaba a un acuerdo con el Gobierno soviético para instalar una planta cárnica en Moscú. Fue un hito. La primera empresa española que se instalaba en la Unión Soviética. Al frente del grupo mandaba un joven burgalés llamado Pedro Ballvé, que había tenido que coger las riendas de la empresa tras la muerte prematura de su padre, José Luis. Unos años antes, junto a su hermano Fernando, había recuperado el 50% de la entidad, que estaba en poder de la multinacional Beatrice Foods desde 1978. Los hermanos Ballvé pagaron 10.000 millones de pesetas (60 millones de euros) gracias a la financiación del Banco Central de Alfonso Escámez, con el que tuvieron una cercanía filial.
La firma ha caído finalmente en poder de la multinacional Smithfield
Su presidente se endeudó demasiado para hacerse con competidores
Fue aquél el comienzo de un ascenso imparable. La filial rusa, compartida al 50% con una empresa local, se llamaría CampoMós y comenzaría a fabricar en 1990. A la primera planta le siguieron dos más. Su influencia fue notable y Pedro Ballvé se convirtió, pasados los años, en el único español miembro del consejo asesor del presidente Borís Yeltsin, con el que trabó una estrecha amistad. Además, Ballvé entró en la dirección de grupos empresariales como el Círculo de Empresarios y el Instituto de Empresa Familiar; se convirtió en accionista importante del Banco Central, donde Escámez le nombró consejero; más tarde, Juan Villalonga le haría consejero de Telefónica y, tras la integración del BSCH, fue consejero durante un tiempo. También se aventuró en el negocio de la comida rápida con Telepizza, que compró a Fernández Pujals, y tocó el éxito en Bolsa en la etapa de la burbuja tecnológica.
Pero las cosas se acaban. Salió del consejo del BSCH, también del de Telefónica, se alejó de los lobbies empresariales, Telepizza pinchaba en Bolsa y Campofrío empezaba a recular. Ahora Ballvé acaba de vender CampoMós a la firma finlandesa Atria por 75 millones de euros. Es el fin de una aventura apasionante a la que Ballvé se ha visto obligado a renunciar tras el empeoramiento del negocio y por la caída de Campofrío en manos de Smithfield. Fue un viaje de ida y vuelta. Se habían desprendido de una multinacional y ahora caen en manos de otra. Pedro Ballvé continúa en la empresa pero su fulgor se ha apagado.
La verdad es que la cárnica ha sufrido una crisis adelantada. En 2001, la empresa burgalesa tenía una facturación de 1.500 millones de euros, pero en 2007 apenas llegó a los 800, mientras los competidores han tenido una línea ascendente en ese periodo.
Según los expertos, la situación de Campofrío es el resultado de una gestión basada "en un continuo tejer y destejer" en tres frentes. Antes de vender CampoMós se había desprendido de sus filiales en Filipinas, Polonia, República Dominicana, Argentina y Francia, cronológicamente entre 2000 y 2007. Sólo queda Rumania.
En el mercado interior, el grupo se obsesionó por consolidar el liderazgo e impedir la entrada de multinacionales. Para lograrlo, Ballvé decidió comprar los principales competidores, Oscar Mayer y Navidul, antes de que cayeran en manos de esos grupos foráneos. Pero ello supuso un endeudamiento de unos 300 millones de euros que pesaron como una losa en la empresa. Y lo que trató de impedir se le vino encima: una multinacional, Smithfield, cuya entrada con una participación minoritaria no pudo impedir en 2004, se le sentaba en la mesa y luego tomaría el control. La fusión entre ambas empresas culminó a finales del pasado junio, con el mantenimiento de Ballvé al frente de la compañía, aunque con menos capacidad de maniobra. En principio, Smithfield aporta al grupo resultante su buena posición en el área de producción y Campofrío se centra más en la distribución. Ése es el motivo por el que se está replegando en diferentes países.
También fracasó la apuesta para la exportación de carnes frescas, ya que tuvo que vender los mataderos a la cooperativa segoviana Proinserga en 2004. Y a esta cadena de fracasos se unió la pérdida de directivos, empezando por el director general, José Luis Macho.
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