El último escritor heroico
Con Alexandr Solzhenitsin muere uno de los últimos escritores heroicos. Fue un hombre dedicado a una vocación de manera exhaustiva, la vocación de escribir, una ocupación semejante a la del sacerdote que se dedica a la cura de almas o a la del médico que elige su profesión por dedicarse a sanar a sus semejantes. La vocación, y la subsiguiente entrega a ella, convierte a Solzhenitsin en un verdadero forzado de la Literatura, un perfeccionista que no quiso dejar un cabo suelto en sus historias. A lo cual hay que añadir que le tocó vivir una época en la que ser insobornable se pagaba muy caro. Él era un hombre alucinado en la medida en que estaba convencido de que su misión en la Tierra era dejar testimonio del horror, no sólo del horror que le tocó vivir sino, sobre todo, del horror que les tocó vivir a todos aquellos de sus semejantes que se vieron perseguidos y aplastados por la temible maquinaria anuladora del estalinismo. Su acicate era la solidaridad con la gente perseguida por una atroz decisión totalitaria, pero también su propia visión iluminada del destino de Rusia.
Siempre soñó con escribir un fresco histórico del calibre de 'Guerra y paz'
Ésa es, en realidad, su conexión con una línea fundamental de la gran literatura rusa. El escritor que de manera más apasionada -y arbitraria a veces- se ocupa del alma rusa es sin duda Feodor Dostoyevski, pero el verdadero maestro de Solzhenitsin es León Tolstoi. Yo creo que Solzhenitsin siempre soñó con escribir un fresco histórico del calibre de Guerra y paz y a fe que tenía redaños para ello, pero le tocó vivir en una época en la que un mundo como aquél no era posible porque las pasiones humanas que podían formar parte de su literatura se jugaban en un territorio bien distinto y su urgencia expresiva era otra. Estamos en un momento crucial en la historia del mundo: todo ha cambiado, esto es el mundo al revés, tanto para las esperanzas en un futuro mejor como para las decepciones de un presente que poco a poco se ha ido tornando amenazador para todo disidente, pues no hay peor lugar para un disidente que el periodo de asentamiento de un movimiento revolucionario. Y Solzhenitsin cumplía, quizá sin saberlo, con aquella máxima de Mao que acabó adquiriendo un valor tanto más terrible cuanto más se hacía amarga realidad precisamente entre quienes deberían haber sido sus cumplidores: "Quien abre los ojos ya no vuelve a dormir tranquilo".
Solzhenitsin fue expulsado de la todopoderosa y única Unión de Escritores Soviéticos. Uno de los más premiados escritores de la época es Mijhail Solojhov, autor que tenía alcances de epopeya (epopeya cotidiana del heroísmo cotidiano, el sueño de los jerarcas soviéticos) y se quedó en un trabajo tan competente como falto de tensión dramática titulado El Don apacible. Solzhenitsin escribía con la misma minuciosidad documental de Sojholov, pero la diferencia entre ambos es paradigmática: donde Sojholov creó una esforzada reproducción realista un tanto roma y que resultó grata al régimen por sus valores positivos -y el suyo es un libro notable- Solzhenitsin escribió con una rabia literaria y personal que le honra. Y no me refiero a novelas como Un día en la vida de Iván Denisovich, que se apoya en su internamiento en el campo de Ekibastuz, en Kazajistán, o El pabellón de cáncer, que proviene de su estancia en un hospital de Tasjent, sino en la tetralogía La rueda roja, de la cual sólo conocemos en España la primera parte, Agosto 1914, y que es, quizá, su obra cumbre porque es en ella donde la ficción toma el mando de manera definitiva y le acerca más al gran fresco histórico. Los tres volúmenes de Archipiélago Gulag son, por el contrario, un verdadero alegato documental donde este último aspecto prima sobre la ficción, pero también donde la escritura muestra una potencia dramática verdaderamente convincente. De hecho, la literatura de Solzhenitsin siempre tuvo fuertes connotaciones autobiográficas; incluso en Agosto 1914 su experiencia en el Ejército durante la II Guerra Mundial -al término de la cual es detenido y encerrado en la prisión de Lubyanka de Moscú, futura sede del KGB- se muestra en la puesta en marcha de la actividad militar ante una guerra que se abre en vacío de una Rusia anclada en el siglo XIX.
Guste más o menos, la literatura de Solzhenitsin posee la fortaleza y el empuje de los grandes escritores del siglo XX. El tiempo dirá hasta dónde llegó ese esfuerzo heroico de un hombre que, en el siglo de los totalitarismos, no se dejó abatir por la adversidad ni por la maldad y dedicó a ello su vida. No pertenece a la maravillosa vena satírica de la literatura rusa que va de Gógol a Bulgakov porque su ímpetu carece de humor, sino al empeño agotador de los grandes creadores de historias de aliento, como su admirado León Tolstoi.
El hombre que desveló el Gulag al mundo.
- El valor en el frente. Nacido en 1918 en una familia de intelectuales del Cáucaso Norte, Alexandr Solzhenitsin se licenció en matemáticas y física en 1941. Ese mismo año se incorpora al frente como oficial de artillería contra las tropas nazis. Las dos medallas recibidas por su valor no impiden su condena, en 1945, a ocho años de trabajos forzados en Siberia por criticar a Stalin en una carta. Al salir, se le destierra a Kazajistán, donde empieza a escribir en secreto.
- El Nobel y el KGB. El "deshielo" de Nikita Jruschov le permite la publicación, en 1962, de Un día en la vida de Ivan Denísovich, sobre un preso en un campo de trabajo. Con la caída de Jruschov su obra pasa a la clandestinidad. Publica en el extranjero El Primer Círculo y Pabellón de Cancerosos, alegorías del sistema soviético. En 1970, recibe el Premio Nobel, que le será entregado en Suiza cuatro años después. La presión el KGB se intensifica.
- El exilio. La aparición en París de < Archipiélago Gulag (1973), donde pone caras y voces a las víctimas de la represión comunista, desata una violenta campaña en su contra. La prensa lo denuncia como traidor. En 1974 pierde la ciudadanía soviética y es expulsado del país. Se exilia en Suiza y en Vermont (Estados Unidos), donde se consagra a la literatura: otros dos volúmenes de Archipiélago Gulag o el poema narrativo Noches Prusianas, compuesto de memoria en su cautiverio.
- Regreso a Rusia. Tras la caída del Muro, recupera su ciudadanía en 1990 y regresa a Moscú en 1994. En sus últimos años denuncia la corrupción de la nueva democracia rusa. En 2007, Putin le otorga la máxima condecoración de Rusia.
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