Al compás hipnótico del faro
Mejillones y albariño en la vieja vivienda del farero de Punta Cabalo, en la ría de Arousa
Ni un cartel anunciador ayuda al curioso, pero uno se explica rápidamente lo extraordinario de este restaurante situado al norte justo de A Illa de Arousa, en el corazón de la ría. "Este sitio maravilloso no admite impacto visual: hay que descubrirlo", nos comenta Juan Ramón, el propietario, no sin un deje de ascetismo. "Somos unos intrusos y no debemos dejar huella de nuestro paso".
La reutilización de las antiguas viviendas de fareros es ya una realidad en Punta Cabalo. En una isla dentro de otra isla, su luz era la mejor noticia para los barcos cargados de peregrinos rumbo a Santiago de Compostela. La torre se ve rodeada por cons (peñascos) arosanos, sugerentes hasta rayar lo pictórico. Detrás del faro está el con de la foca, de indiscutible analogía, cerca de donde los golfiños (delfines) acorralan bancos de pececillos, junto al punto que servía para las aguadas de las naves romanas. En el restaurante se muestran fotos de los fondos marinos, donde aún pervive una colonia de caballitos de mar, dando nombre a la señal luminosa. Para corroborarlo, se organizan rutas de buceo acompañadas por un monitor. Más sorpresas: una lancha transporta a quien lo desee hasta tres islotes de la ría, uno de ellos -el Gidoiro Arenoso-, dotado con playa. La hora de regreso la fija el interesado. Sin embargo, no hay que tener barca para dar con una buena playa. A 300 metros del faro está la estupenda Area de Secada, para quien desee disfrutar de las instalaciones que le otorga una bandera azul.
Tomando unos mejillones en salsa de vieiras o una paella, o paladeando un albariño, todo se disuelve en una colección de momentos mágicos. Sea al mediodía, con el regreso de las dornas y los barcos bateeiros (mejilloneros); sea con el sol cayendo por la vertiente coruñesa de la ría, o mejor en el instante en que el faro de 1853 comienza sus giros hipnóticos.
Al anochecer, el lugar adquiere la rotundidad y el encanto de la noche. Música instrumental con golpes de Rod Steward y pinceladas de Carlos Núñez, cliente del lugar. La retina se adapta allí donde ya no existe contaminación de vatios que compita con la secuencia farera. Ni pipas, ni música de móvil, ni helados. El nivel de sensibilidad, por las nubes.
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