Cisma comercial
El fracaso de la Ronda de Doha perjudica una vez más a los países más pobres
Nueve días de discusiones al más alto nivel han arrojado en Ginebra el peor de los resultados: el desencuentro entre las economías consideradas emergentes y los grandes ha desmoronado las negociaciones comerciales de la Ronda de Doha en el seno de la Organización Mundial de Comercio, mantenidas durante los últimos siete años. En una situación tan delicada como la que atraviesa la economía mundial, este reiterado choque entre ricos y pobres es una rotunda mala noticia. En el mejor de los casos, el fracaso abre un periodo de interinidad en el que los riesgos de involución en los avances conseguidos son elevados. Y lo agrava la elección presidencial estadounidense en puertas. Al nuevo inquilino de la Casa Blanca le habría sido fácil aceptar un paquete de liberalización comercial cerrado. Tras el desacuerdo, presumiblemente, la Administración estadounidense tendrá asuntos más importantes de que ocuparse que la Ronda de Doha.
Ha sido la renovada capacidad negociadora de China e India, enfrentadas a las posiciones estadounidenses y europeas, la que ha impedido cerrar unos acuerdos que en los últimos días todavía consideraba posibles el director general Pascal Lamy. El desenlace es de alguna forma representativo de esa nueva escena global en la que las grandes potencias van reduciendo de forma significativa su importancia. Es más, precisan en muchos casos del empuje de países hasta hace poco considerados en vías de desarrollo. China, India, Brasil y Rusia son hoy responsables del 60% del crecimiento mundial, al tiempo que algunos de ellos son financiadores de esos déficit de ahorro que mantienen economías tan avanzadas como la de EE UU. Pekín y Delhi, en concreto, han puesto pie en pared ante las pretensiones estadounidenses de mantener en la práctica el techo de sus subsidios agrícolas. Los mayores perjudicados por lo sucedido serán los países más pobres, de producción poco o nada diversificada, aquellos que, en general, dependen de su agricultura como monocultivo exportador.
El colapso de las negociaciones de Ginebra no va a hacer retroceder al comercio mundial a las eras oscuras. Aun siendo elevados los costes directos del fracaso, son mayores los indirectos. Porque aunque países como Brasil, India o China no vayan a dar marcha atrás a sus medidas de los últimos años en pro de un comercio más abierto, el grave daño a la OMC es evidente. Su crédito para seguir auspiciando acuerdos globales ha resultado menoscabado. Y si en aspectos aparentemente manejables, como los subsidios o aranceles agrícolas, los acuerdos multilaterales parecen imposibles, qué decir de otros asuntos que esperan en la agenda con una vocación igualmente general, como el comercio de servicios o el cambio climático. El fracaso de la Ronda de Doha acredita una seria miopía política que desacredita una vez más la cada día más necesaria gobernación global.
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