El huracán Ingrid sorprende al mundo
Betancourt ha pasado de la selva a los Campos Elíseos con un 'glamour' que los siete años de secuestro en manos de las FARC no le han robado. Francia la honra y se pone a sus pies
Durante los frecuentes quebrantos emocionales del cautiverio, cuando los padecimientos y el desconsuelo hundieron su ánimo, Ingrid Betancourt pensó a diario en el suicidio, según propia confesión. La evocación de su madre y de sus dos hijos, el convencimiento de que la necesitaban, impidieron que se quitara la vida en la prisión selvática de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que la secuestró el 23 de febrero de 2002, cuando se adentró imprudentemente en tierras de esa guerrilla. La impecable operación militar del pasado 2 de julio la rescató del horror, junto a otros 13 secuestrados. La mañana de la liberación, saltó tan fuerte y tan alegremente en la cubierta del helicóptero que la devolvía a casa que la nave estuvo a punto de capotar, según su festivo recordatorio. Ingrid, de 47 años, abandonó la jungla y el cuenco para instalarse en el glamour de París, en los ambientes diplomáticos que le son propios desde sus años fáciles y adolescentes en la residencia de la calle Fox de sus padres: en el lujo si lo quisiera, entre el refinamiento intelectual y las porcelanas chinas de la burguesía ilustrada. Aunque lejanamente, emparenta con la dinastía Bettencourt, una de las primeras fortunas de Francia y dueña del grupo de cosméticos L'Oréal. Ahora, más de tres semanas después de su regreso a la vida, reflexiona sobre el futuro: "No sé qué haré; pero quiero ayudar".
"La primera noche en París dormimos los tres juntos. Me volteaba en la cama y abrazaba a mi hija, iba al otro lado y abrazaba a mi hijo"
La impetuosa efusividad de Ingrid Betancourt el día de la liberación, los abrazos y botes, los atropellados agradecimientos, el incontrolable llanto, la catarsis emocional de la mujer retornada a la vida no sorprendieron a los militares que la acompañaron en el vuelo hacia la libertad. La euforia era entendible porque el sufrimiento había sido extremo. Durante los seis años y cinco meses de cautiverio, la ex candidata presidencial del Partido Verde Oxígeno (izquierda) había sido maltratada física y psicológicamente, reducida a la condición de un animal encadenado. "Si quiere hacer sus necesidades, hágalas aquí, enfrente de mí", la intimidó un carcelero. El ensañamiento guerrillero y la dolosa burricie de otros secuestrados, que quisieron violarla, la pusieron a prueba. Conoció las miserias de la condición humana, pero lo peor fue el fallecimiento de su adorado padre sin verla libre. "Aquí vivimos muertos", escribió a su familia.
El pasado 30 de noviembre, las fotografías de la pieza más valiosa de las FARC dieron la vuelta al mundo. Cabizbaja, flaca, abatida, con una melena de años cubriéndole el pecho, era la viva estampa de La Dolorosa. No comía, ni quería hacerlo. Su madre, Yolanda Apulecio, temió que la muerte le pareciera una opción dulce porque los párpados entornados y tristes de su hija, su lúgubre ensimismamiento, parecían convocarla. Pero Ingrid no murió: apenas una hepatitis B y las secuelas de la malaria. Resucitó lúcida y coherente, arrebatada místicamente, soltando adrenalina a chorros. Brincó en el helicóptero, brincó en Bogotá y brinca en París, donde departe con presidentes, ex presidentes, diputados, diplomáticos, periodistas, alcaldes o artistas. La mujer acostumbrada a la cubertería de plata y a la campanilla del servicio retomó los Campos Elíseos y el alto copete; rezó en el santuario de Lourdes, recibe ofertas cinematográficas y editoriales, y devora la vida. No descarta ser presidenta de Colombia.
"Ingrid Betancourt forma parte del grupo de líderes que consideran que, ellos solos, son capaces de cambiar el mundo; el resto son complementos", dice Eduardo Chávez, que trabajó con la ex secuestrada, codo a codo, cuatro años (1998-2002). El torbellino franco-colombiano mantiene intactas su inteligencia política y su habilidad para construir mensajes. "Es una comunicadora por excelencia", agrega Chávez, director de una revista de ecología. "No sólo le presta atención al lenguaje, sino también a los gestos, a los movimientos. Eso lo sabe hacer muy bien". La selva, opina, perfeccionó sus capacidades porque tuvo mucho tiempo para pensar, estructurar y articular ideas. "La Ingrid de antes era de reacciones más fogosas. Ahora piensa más en las consecuencias de sus palabras". Pero no hay falsedad en su discurso, inoculado por su padre, el conservador Gabriel Betancourt, que fue ministro de Educación en el Gobierno del general Gustavo Rojas Pinillas (1953-1958) y embajador. "El Estado es para servir y defender a los pobres; los ricos ya tienen quien los defienda", le repetía a su hija.
La noche de su llegada a la capital francesa, el pasado 4 de julio, a bordo de un avión del presidente francés, Nicolas Sarkozy, durmió en la misma cama de sus dos hijos, Melanie y Lorenzo, de 22 y 20 años. Necesitaba sentirlos, estrujarlos. "Me volteaba a la izquierda y abrazaba a uno; me volteaba a la derecha y abrazaba al otro". Siempre fue así: apasionada, tozuda, vitalista, caprichosa a veces. Irrumpió en la política colombiana repartiendo condones contra el contagio de la corrupción, y denunciando en el Congreso a los diputados vinculados al cartel de Cali. La sacaron del hemiciclo casi a rastras. Su carácter no parece haber cambiado mucho. Quiere comerse el mundo y es lógico su apetito, según explica Lucía Nieto, psicóloga de la Fundación País Libre, que apoya a las víctimas del secuestro en Colombia. "Está en la etapa de la euforia, de aprovechar al máximo la alegría de sentirse en libertad. Esa hiperactividad es coherente con una mujer que tiene y ha tenido su liderazgo".
Un periodista español que la escuchó en el telediario de las nueve de la noche de France 3 la encontró "como recién salida de la ducha, arrolladora". Incansable e iluminada, cautivó a Francia, cuya nacionalidad adquirió al casarse con el diplomático Patrice Delloye. Protagonista de la vida política gala, ha sido instrumentalizada por unos y otros, aunque a veces supo imponer su voluntad. Sarkozy y su esposa, Carla Bruni, la recibieron en el aeropuerto; el Elíseo le ofreció una recepción, y le impuso la Legión de Honor. Su retrato colgaba del Ayuntamiento. La multitud que la escuchó junto al alcalde, el socialista Bertrand Delanoë, comparó su liberación con la caída del muro de Berlín.
Alojada en los lujosos hoteles Meurice, Raphael y Fouquet's, todos grand palace, Ingrid Betancourt se entrevistó con el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon; acudió al Senado, que la ovacionó; también los diputados. Visitó al ex presidente Jacques Chirac, que le dijo: "Usted ha creado en torno a su persona la unanimidad del corazón y el espíritu". Francia rendida a sus pies, enganchada. ¿Por qué? El periodista Jacques Thomet, autor del libro ¿Historia del corazón o razón de Estado?, sostiene que parte del interés oficial francés arranca de la supuesta relación sentimental, amorosa, entre la joven alumna bogotana Ingrid y su profesor de Ciencias Políticas el año 1981, el que había de ser titular de Exteriores y primer ministro Dominique de Villepin. El ex director de la agencia France Presse en Bogotá (1999-2004), añade que la diplomacia antepuso intereses personales y dañó las relaciones entre París y Bogotá. En julio de 2003, un Hércules C-130 despegó hacia Manaos (Brasil) con 11 espías. Su misión: rescatar a Betancourt. La operación, descubierta, acabó en fiasco.
Cuando Nicolas Sarkozy entendió la rentabilidad del caso siguió los pasos de Chirac y Villepin y se implicó abiertamente en la liberación. Todo acabó felizmente, pero nada es igual después de un secuestro tan atroz. Así lo entendió la Ingrid Betancourt cuando reunió a los suyos en el almuerzo parisiense del reencuentro: a su madre, ex Miss Colombia antes de dedicarse a la política, sus hijos; su hermana, Astrid; su primer marido, Fabrice Delloye; una tía y varios sus primos. Les dijo que la querían al frente de las concentraciones del pasado día 20 en Colombia contra los secuestros. "Su familia respondió que tenían derecho a compartir sus decisiones más importantes porque habían sufrido y luchado mucho por su liberación", reveló una fuente. Temían represalias de las FARC. Betancourt se quedó en París y la aplaudieron a rabiar en el concierto de solidaridad de Trocadero.
Siempre le gustó el estrellato. "Le encanta. Es una manera de ser. Ingrid es una persona muy extrovertida, maneja muy bien a los medios, se sabe comunicar", resume Clara Rojas, ex candidata a la vicepresidencia con Betancourt, también secuestrada el 22 de febrero de 2002. "Le gusta ser protagonista. Entonces cuenta su historia con todo ese énfasis que le pone... Es respetable su actitud". Acabaron distanciándose al culparse mutuamente del fracaso de una fuga. "Viéndola como está, y por las opiniones que está dando, pienso que volverá a la política. Lo lleva en la sangre".
Clara, que tuvo un hijo con un guerrillero, acaricia una pulsera con imágenes de la Virgen. Ingrid y ella se aferraron a Dios cuando la postración era profunda. Juntas rezaban el rosario y leían la Biblia. El dilema de la mujer afincada cerca del Sena es elegir entre Francia y Colombia: entre dos amores. Y en esa decisión sus hijos cuentan mucho. "Ellos le tienen temor a lo que es Colombia y han vivido fuera del país, pero Ingrid tiene una raíz muy honda en Colombia". Raíces, ambición política y temeraria determinación. Algo hará. No es fácil pararla. Tampoco el día de su viaje a la región desmilitarizada por el ex presidente Andrés Pastrana (1998-2002) para negociar la paz con las FARC.
Las conversaciones fracasaron y las autoridades le pidieron que desistiera, que peligraba. No hizo caso, invocando su solidario compromiso con el alcalde de San Vicente, del Partido Verde Oxígeno. No faltan quienes atribuyen a aquel safari oportunismo electoral: un breve secuestro la habría catapultado en la intención de voto, por debajo del 1% entonces. Las cosas cambiaron e Ingrid apenas conoce límites. "Esta señora es de temperamento volcánico; es grosera y provocadora con los guerrilleros encargados de cuidarla", escribió el comandante guerrillero Raúl Reyes, abatido hace cinco meses. Carlos Alonso Lucio, amigo de pupitre de la "grosera señora", la imaginó chocando con sus carceleros como lo haría un ajedrecista contra un boxeador.
El terrorismo de las FARC la tumbó varias veces, pero siempre se levantó antes de acabar el conteo de protección. La obligaron a marchar descalza, lastrada con cadenas colgadas del cuello; le racionaron el chusco, y se burlaron de su activismo de niñata rica. Cayeron sobre ella las siete plagas y le soplaron que su marido, Juan Carlos Leconte, de quien se ha distanciado, se la pegaba con una actriz mexicana. "¿Abusaron de usted sexualmente?", le preguntaron. "Hay cosas que deben quedarse en la selva", respondió. Pero no todos quieren ocultar los vejámenes encajados por la cautiva más famosa del planeta. Varios compañeros de secuestro embrutecidos intentaron violarla, y el ex senador Luis Eladio Pérez, liberado en enero, la defendió a puñetazos: "Algunos guerrilleros llegaron a filmarla desnuda haciendo sus necesidades y luego se masturbaron mientras veían la grabación".
La psicóloga Lucía Nieto le recomienda desaceleración y cautela para recobrar el equilibrio emocional y el sereno discernimiento. "Necesita un tiempo de elaboración, de decantación". Pero no es previsible el retiro terapéutico de Ingrid Betancourt, su alejamiento de las luminarias, porque, para ella, ocuparse, recuperar el tiempo perdido, a dentelladas si es preciso, es la mejor forma de salir adelante.
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