MODERNIDAD EN LA II REPÚBLICA

Este documental ahora rescatado no es ni tan extraño ni tan inesperado como su título puede hacernos creer. Efectivamente, pertenece a esas películas afanosamente buscadas por los estudiosos del cine y aun por los meros aficionados y curiosos. Se tenía noticia de su existencia desde hace años, pero nadie que no fueran las escasas personas que la vieron en los meses previos a la guerra civil, pudieron admirar sus imágenes. Gracias a las pesquisas del investigador e historiador Román Gubern, ha aparecido La monja torera en su integridad, según el minutaje que aparece en su ficha, y que Gubern da como bueno. El documental proyectado en la Filmoteca es muy moderno y creativo y nos da idea de que en la República el cine abarcaba modos y maneras muy diferentes entre sí, fuera el testimonio directo o el surrealismo.

La aparición de La monja torera coincide con el auge del documental en todo el mundo, también en España, y más aun, de un concepto amplio de película documental, en las fronteras con las películas de ficción. La atribución de estos rollos al cineasta gallego Carlos Velo -que realizó su película más conocida Torero (1956) en México- muestra los difusos contornos entre lo inventado y lo real en términos cinematográficos, porque en ambos casos la toma de imágenes se hace a partir de cosas y personas que existen real y verdaderamente, aunque se combinen para hacer con ellos una ficción. Por eso, toda película contiene dentro de sí su propio documental, un testimonio sobre sí misma.

Los títulos de crédito de La monja torera no llegaron a empalmarse a la copia estándar de la película, por lo que la atribución a Carlos Velo es muy discutible. Carlos Velo fue un excelente documentalista, como se ve en Almadrabas (1934), filme sobre la pesca del atún. Ya exiliado en México hizo entre otras películas Torero con el matador de toros mexicano Luis Procuna como protagonista, que interpreta su propia biografía. Este tema taurino, junto con el carácter documental de sus películas mexicanas, incluida Torero, es lo que ha hecho pensar que los rollos rescatados por Gubern y la Filmoteca pertenecen a la autoría de Velo.

La película arranca con una vista general de la plaza de toros, con la monja haciendo el paseíllo seguida de peones, banderilleros y picadores. Los alguacilillos hacen caracolear sus caballos al sol rojo de la tarde. Sale el primer toro y la Monja -a la que no vemos claramente la cara por velársela la toca blanca y negra- recibe con unas verónicas muy ceñidas, haciendo volar el capote y los hábitos ante las astas del toro. La torera toma la espada y la franela y brinda al público desde el centro del redondel. Se destoca de la montera, pero no de la toca propiamente dicha. Hay algunos planos del público aplaudiendo, así como de una pareja de la Guardia Civil, muy seria tras la barrera. La intrépida sor cita de lejos y se abren las bocas y vemos que pronuncian, que gritan, olés y bravos. La cámara va mostrando planos más y más cercanos de los labios de los espectadores y, paralelamente, de las astas del toro, cada vez más próximas al pecho virginal de la torera. Hay algunas tomas de la banda de música, casi podemos escuchar el clarín, la trompa, los timbales... El paroxismo llega con los pases de rodillas, y con las ceñidas espaldinas (que ahora llamaríamos manoletinas) en las que el toro, negro como un tizón del infierno, pasa sin mancharlo a escasos centímetros del hábito bien planchado de la hermana. ¡Y qué montaje! Se debería dar como asignatura en las escuelas de cine. Dejemos aquí sin destripar la continuación y resolución de la faena y de la película. Pero, como dicen algunos, ya no se hacen películas así.