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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

A peor en Kabul

No basta con más tropas. Afganistán es una causa perdida sin la implicación a fondo de Pakistán

Junio ha sido el mes más sangriento para las fuerzas aliadas en Afganistán desde que se produjo la invasión, hace siete años. Casi medio centenar de soldados han muerto el mes pasado. Los talibanes han incrementado el número y el alcance de sus acciones y atentados más espectaculares, incluyendo la capital, donde esta semana un ataque suicida a las puertas de la Embajada india ha provocado la mayor carnicería desde 2001, más de cuarenta muertos, la mayoría civiles que hacían cola para obtener un visado. Como sucedió en abril, cuando se atentó en Kabul contra el presidente Hamid Karzai, a las autoridades afganas les ha faltado tiempo para acusar a Pakistán de estar detrás de la matanza, extremo desmentido reiteradamente por Islamabad.

Las teorías para explicar el recrudecimiento de la guerra, que empieza a desplazar a la de Irak en las inquietudes de Estados Unidos, van desde un progresivo abandono de Irak por parte de Al Qaeda, donde la situación es cada vez menos propicia, hasta el establecimiento de una nueva base segura de los talibanes en la turbulenta frontera con Pakistán. Han pasado siete años desde el comienzo de una intervención que fue planteada en su inicio, y tras su posterior sanción por la ONU, como un pulso decisivo para los intereses occidentales, de los que no se pueden perder, y la solución militar sigue sin llegar a Afganistán, pese a la implicación creciente de la OTAN desde 2004 y a los cientos de millones gastados allí.

Los refuerzos de tropas y la convicción política y bélica son imprescindibles para combatir una amenaza terrorista global. Pero no bastarán, ni tampoco el dinero de la ayuda internacional, mientras EE UU y Europa no entiendan que Afganistán y Pakistán forman parte del mismo desafío y actúen en consecuencia. Los dos países asiáticos comparten una frontera gigante y sin ley habitada por millones de desesperados, desde donde se atiza el conflicto y donde los talibanes encuentran santuario.

Pakistán ha considerado históricamente Afganistán un feudo propio, y así ha venido siendo manejado por sus servicios secretos. Pero, sobre todo, es la hostilidad entre sus Gobiernos, pese a compartir la formidable amenaza común del islamismo fanático, la que determina una situación ingobernable. La cooperación de buena fe entre Islamabad y Kabul es la piedra angular de la evolución de la guerra. Sin ella, Afganistán es una causa perdida.

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