_
_
_
_
Los deberes lingüísticos se extienden al sector privado
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El pedaleo de las ranas

En un euskopantano rodeado de hermosas montañas vivía una comunidad de ranas. Era una comunidad próspera, llevaban una vida regalada y nada les faltaba, pero ni sus abundantes fiestas patronales de santa Krok, santa Krak y san Krik la libraban de una sensación de aburrimiento. Tenían que hacer algo para vencer el hastío, y se les ocurrió que necesitaban un rey y que le pedirían a Júpiter que les enviara uno. El olímpico escuchó su súplica y les envió desde lo alto una bicicleta, que al caer en el pantano produjo un gran estruendo y espantó a las ranas, haciéndolas huir despavoridas. ¡Vaya si debía de ser poderoso aquel rey!, se dijeron mientras lo observaban de lejos temerosas de otro cataclismo. Transcurría el tiempo y, al ver que no se movía, fueron tomando confianza y se le acercaron, lo rodearon y hasta tuvieron la osadía de subírsele encima. Salvado un pequeño susto, provocado por una ranita que había saltado sobre el pulsador del timbre, la persistente inmovilidad del soberano las hizo caer de nuevo en el hastío y las llevó a despreciar a aquel monarca que, vencida y olvidada la excitación inicial, no les proporcionaba emoción ninguna. De modo que decidieron protestar ante Júpiter y pedirle otro rey, ya que el que les había enviado no les servía.

Las ranas lo jaleaban, hasta que a alguna se le ocurrió preguntar para qué servía tanto pedaleo
Más información
El gran comercio acoge con cautela la obligación de atender en euskera

Júpiter escuchó de nuevo su súplica y, algo irritado por el desdén de las ranas y sobre todo por su ignorancia, tomó la decisión de enviarles un ciclista, prueba de que se hallaba convencido del acierto del primer envío. Se reprodujo el espanto inicial, tras aquel ¡splash! que descoyuntó a más de una rana, pero cuando vieron al ciclista pedaleando sobre la máquina les resultó divertido y pensaron que aquel rey sí era bueno y que les convenía. El rey ciclista pedaleaba y pedaleaba, y las ranas, rodeándolo y subidas a la máquina y a su grupa, lo jaleaban fascinadas. Hasta que a alguna se le ocurrió preguntar para qué servía aquello si estaban siempre en el mismo sitio.

El ciclista, haciendo gala de una retórica de la que retuvieron la palabra demokracia, por lo de la kra, le explicó a la ranita que se equivocaba y que habían llegado ya a Estambul. ¡A Estambul!, clamaron las ranas con entusiasmo, ¡oh qué lagos y qué montañas!, y ¿en cuánto está el PIB?, se les ocurrió preguntar. En 127, les respondió el rey ciclista, y hemos pasado ya Holanda y llegamos a Finlandia. ¡Llegamos a Finlandia!, gritaron las ranas llenas de alborozo, ¡oh qué lagos y qué montañas!, y ¿en cuánto está el PIB? Pedalea que te pedalea, el sol comenzaba a ocultarse con el PIB en 228 y las ranas se sintieron cansadas. Estaban agotadas, con el bajón subsiguiente que eso conlleva al ánimo, y a la tenue luz del crepúsculo la charca les resultó familiar, tan familiar que no dudaron de que se hallaban en casa. Las había engañado, ¡krok!, y sin dejar de pedalear, el rey ciclista les explicó que eran víctimas de un sortilegio, que había un obstáculo y añadió no sé qué de kronstituciones, krleyes, kromanifas y kromañones que las hizo gritar como locas. Sin embargo, cerca ya de que cayera la noche, aquel rey pedaleando en su máquina les pareció un espantajo y decidieron protestar de nuevo ante Júpiter y pedirle que les enviara otro rey. Fue entonces cuando el olímpico, indignado con aquellas veleidosas, les envió la serpiente. El final es previsible, pues la serpiente, empezando por el ciclista y su máquina, las engulló, en efecto, a todas.

En la fábula de Esopo Las ranas pidiendo rey, es el desorden el motivo de que las ranas pidan rey. Zeus les envía un gran leño, lo que no las satisface, y a su segunda súplica les responde con la serpiente, sin que medie benevolencia alguna y les envíe antes, por ejemplo, un aizkolari. La fábula tuvo luego diferentes versiones, y en algunas es una cigüeña la que ocupa el lugar de la serpiente, así en la versión del arcipreste de Hita. Dado el carácter de portadora de nacimientos de la cigüeña, en nuestro caso nos ha parecido más adecuado el rey serpiente. Éste engulle, abarca, encierra, cubre. Luego sólo le falta utilizar el hacha.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_