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Columna
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Adiós a Dios

A eso de las ocho y media, cuando iba hacia casa con su chica, su hijo y la chica de su hijo, Juan Urbano se fijó en las otras personas, aquella gente a la que, por raro que parezca, no le importaba el partido de fútbol en el que España, oé, oé, oé, ganó la Eurocopa a lo grande, siendo la mejor desde Rusia hasta Alemania, cuando nuestros futbolistas salieron de la gran final peinados, igual que salía Tarzán del río en el que luchaba contra los cocodrilos.

Ahí estaban, con el paso cambiado y la espalda vuelta a la mayoría, y se fijó en ellos al pasar con el coche, observó a los que disfrutaban de la tarde sentados tranquilamente en las terrazas del paseo de Rosales, dando una vuelta por el parque del Oeste o caminando por la explanada casi vacía del Palacio Real. A Juan, que estaba viviendo ese campeonato pegado al televisor, como si le corriera por la sangre el rojo de la camiseta pero que, pase lo que pase, nunca deja de tener una mente asociativa, esos disidentes de la actualidad le hicieron pensar en las personas que son capaces de no seguir el paso de la multitud, los que no se dejan llevar y se atreven a ir a contracorriente. Y de ahí saltó al Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid y a la iniciativa que tomó en marzo esa corporación al poner al servicio de los ciudadanos un servicio jurídico para asesorarlos en el caso de que quieran apostatar, borrarse de la Iglesia católica: ahí te quedas, Rouco, como quien dice. Normal, porque resulta bastante extraño que la religión ya no sea una asignatura obligatoria para los niños pero sí para los adultos, que de una manera u otra la siguen teniendo alrededor toda su vida, toma Semana Santa, toma boda real o funerales de Estado oficiados por el arzobispo de Madrid, toma impuestos visibles e invisibles para financiar a la Iglesia, toma curas manifestándose en la Puerta del Sol, toma Conferencia Episcopal... Y si quieres apostatar, te ponen tantos problemas que la mayor parte de las personas que han pretendido hacerlo por iniciativa propia se rinden ante el papeleo que se les viene encima y que convierte las catedrales en laberintos a los que resulta imposible encontrarles la salida. Por eso está bien que una institución pública ofrezca ayuda a quien la solicite.

Nuestros futbolistas salieron de la gran final peinados, igual que salía Tarzán del río

A Juan le gusta el nombre que le han puesto a ese departamento, Oficina de Defensa de los Derechos y Libertades Públicas, y también le gusta esa gente de Rivas-Vaciamadrid porque parece ir a su aire y no tener miedo a hacer cosas que sean políticamente incorrectas o que no sigan la onda que siguen todos los demás por comodidad, por no meterse en problemas y porque, al parecer, creen que hay cosas que mejor no tocarlas. En el Ayuntamiento gobernado por Izquierda Unida, se trabaja para que los datos personales de aquellos ciudadanos que lo soliciten desaparezcan de las bases de datos de la Iglesia católica, y los abogados municipales, que hasta ahora han recibido cerca de tres mil consultas de ciudadanos de toda España, pero también de Alemania, Francia, Portugal, Argentina, México y Miami, ya han tramitado más de doscientos expedientes y han remitido algunos de ellos a la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD), ya que los obispados o arzobispados, por inaudito que parezca, se han negado a tramitarlos. Como todos los monopolios, la Iglesia tiene puerta de entrada, pero no de salida.

Ayer, el filósofo y campeón de la Eurocopa Juan Urbano, porque ahora todos somos así y podríamos añadirnos eso en las tarjetas de visita, maestro y campeón de Europa, enfermera y campeona de Europa, electricista y campeón de Europa... fue a la estación de cercanías y preguntó cuál era el siguiente tren para Rivas-Vaciamadrid. Pensaba apostatar, porque es su derecho y porque no le gusta que no le dejen marcharse de un sitio al que nadie le ha preguntado si quería ir, como supongo que le pasa a mucha gente que ahora, gracias a la Oficina de Defensa de los Derechos y Libertades Públicas que tiene abierta ese Ayuntamiento valiente, podrá quitarse de encima la obligación de pertenecer a la Iglesia católica, que es una organización muy respetable pero que no puede seguir estando por encima de la Constitución y de la ley. O sea, que si te interesa el partido, enciendes la televisión, y si no, nadie puede obligarte a ponerte la camiseta roja, oé, oé, oé.

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