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Reportaje:La copa llega a Colón

La Eurocopa llega a Colón

Hora y media de paseo triunfal de la selección de fútbol - La celebración finaliza ante miles de hinchas con el 'Que viva España' interpretado por Manolo Escobar

Iker Casillas, el capitán de la selección española de fútbol, colocó un osito de peluche en la Copa de Europa y se despidió de los seguidores en la Zona Cuatro, en Colón. Eran ya las diez de la noche de ayer. Dos horas antes, el trofeo aterrizaba con la escuadra y fue enarbolado de mano en mano (Torres, Ramos, Casillas), en un paseo triunfal hacia el centro en autobús descubierto. Miles de banderas, móviles que se alzaban, cámaras digitales, aficionados corriendo al paso del autobús y medio millar de motoristas les acompañaron.

Minutos antes, sobre el gran escenario de la Federación Española de Fútbol, la fiesta pareció viajar en el tiempo: después de mil saltos, cánticos, una estrambótica perorata de Reina y el inevitable manteo a Luis Aragonés, apareció Manolo Escobar. Y sonó Que viva España.

Juan, de 20 meses, llevaba el chupete rojo. Había muchas familias
Los pilotos aceleraban, los tubos de escape escupían densas humaredas
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Delante, otra vez la marea roja, aguantando el calor. Porque la tarde fue masivamente joven, pero la segunda y la tercera edad hicieron un derroche de energía. "Ayer no me atreví a venir, pero hoy tenía que estar aquí", decía Encarna, una andaluza de Linares de 59 años, por supuesto con blusa roja.Manolo y Ascensión (de 72 y 68 años, respectivamente) se sumaron a la ocasión, sudorosos pero contentos. "Estamos de paso en Madrid, y no hemos querido faltar". Agustina "con muchos años, hija", decía coqueta, pugnaba por lograr una camiseta roja para su nieto. Toda la familia venía de la Costa del Sol de vacaciones, y había hecho escala en el hervidero de Colón, antes de regresar a Cantabria. El hervidero se cobró sus víctimas: el Samur atendió a 49 personas, casi todas de lipotimias y pequeñas heridas, y trasladaron a seis al hospital.

A su lado unas jóvenes de 17 años, Lucía y Cristina, exhibían rotulado en el escote el nombre de Torres. Habían venido desde Majadahonda a las cinco de la tarde, y no se iban hasta que pudieran acercarse a sus ídolos. "Nos encanta el fútbol. Esto ya no es cosa de hombres".

Una cría de 10 años lloraba porque no podía hacer llegar a sus ídolos un poema de amor. Hubo chillidos, lágrimas de emoción, vivas a España, porompomperos colectivos. Juan, de 20 meses, rosadito por el calor, llevaba hasta el chupete rojo. "Es por la ocasión", decía su padre empujando el carrito, como otras muchas familias. Él llevaba camisa roja y su mujer una camiseta de la selección. Desde el sol de 40 grados de las siete de la tarde hasta el anochecer, el crío había sostenido la bandera como si fuera un sonajero. "Esto une más a España que cualquier otra cosa. Hemos perdido pudor a la bandera", decía Miguel Ángel, el orgulloso padre. Y más que unidos estaban todos los asistentes a Colón, pegados como lapas pero felices. Y los que podían rebullirse se lanzaban a la carrera, rodeando los escenarios de Cuatro, para tocar la copa de los ganadores como quien toca el manto de la Macarena. Las cámaras y los móviles, en permanente incandescencia, lo querían registrar todo. Los aviones surcando el cielo con la bandera, el manteo de Aragonés, los chistes y los agradecimientos de los futbolistas... Una mujer de 75 años, en zapatillas, parecía tener ruedas en vez de piernas. "Esto es muy importante. Recordadlo", decía solemne un padre a sus dos hijos, bien camisetados de rojo. Mientras, una pareja se comía a besos en la hierba, con la bandera española como sábana. "¡Campeones, oe, oe!", gritaban entre beso y beso.

Hasta llegar a Colón, la selección española tuvo una escolta de lujo. Una caravana de motos se fue concentrando de forma improvisada tras el autocar para perseguir a la selección. Sólo llegaron hasta el puente de Juan Bravo, donde un grupo de antidisturbios a caballo impidió su paso. Pero los 400 motoristas ya se habían convertido en otro de los espectáculos de la celebración. La comitiva de moteros de todas las edades y condiciones hacían rugir los motores de sus motocicletas. Ciclomotores, scooters, customs, de carretera... de todos los modelos daban color a la caravana. Los pilotos de las de más cilindrada aceleraban para que los tubos de escape escupieran densas humaredas. Y calentando los neumáticos con derrapes. Las motos llamaban casi tanto la atención como el propio autobús de la roja. Los conductores, con la bandera de España como capas, tocaban la bocina al ritmo de los cánticos de la afición. "Campeones, Campeones, oe, oe, oe!!!". Muchos conducían con una sola mano, alzando la otra para saludar. Miles de aficionados vestidos de rojo, con la cara pintada descomponían el gesto al paso del autobús.

Los accesos a la carretera de Barcelona (A-2) fueron cortados. Y decenas de coches adornados con banderas y bufandas de España aprovecharon para estacionar en los arcenes y tomar literalmente la autovía. Otros vehículos pararon en el otro lado y los conductores, muchos de ellos acompañados con niños, cruzaban la autovía. La policía municipal y la Guardia Civil iba apartando a la multitud de la calzada para que pudiera circular el autobús descapotado.

Antes, durante el paseo triunfal de la selección, la gente alzaba sus teléfonos móviles y cámaras digitales. Querían conservar un recuerdo de los jugadores que rompieron un maleficio que ha durado 44 años. Desde el aeropuerto de Barajas a Colón, la selección estuvo arropada por sus aficionados. La mayoría de ellos son demasiado jóvenes para rememorar el gol de Marcelino que dio el triunfo a España en la Eurocopa de 1964, incluso para recordar la final perdida contra Francia en 1984.

Los puentes y pasarelas sobre la A-2 estaban abarrotados de gente, igual que los dos lados de la Avenida de América. El autobús redujo su marcha al pasar por el intercambiador de Avenida de América, para que todo el mundo pudiese disfrutar con sus ídolos. Aficionados al fútbol, como Álvaro, talaverano de 25 años, que quiso seguir el recibimiento desde el puente de Eduardo Dato, porque "a saber cuándo vuelve a pasar". O sin serlo, como Sergio, que trabajó como cámara en la retransmisión y asegura que "va con el carácter de la gente española, pasa cualquier cosa y se celebra". Incluso los guardias de seguridad de los hoteles y empresas de la calle de María de Molina abandonaron momentáneamente su puesto de trabajo para ver pasar a los héroes de Viena. Las sonrisas tras el paso de la comitiva reflejaban felicidad. Tenían el botín, una foto de los campeones. Y la seguridad de haber visto algo único en sus vidas. Como Antonio, que llevaba a su hijo Jorge subido a hombros y no paraba de decirle: "¿Has visto cómo la copa estaba ahí?".

Reportaje elaborado con información de Jesús Sérvulo González y Álvaro H. Rivero.

Vista general de la plaza de Colón repleta de hinchas que esperan la llegada del trofeo de la Eurocopa.
Vista general de la plaza de Colón repleta de hinchas que esperan la llegada del trofeo de la Eurocopa.BERNARDO PÉREZ
Una corte de 400 motocicletas siguió al autobús de los jugadores.
Una corte de 400 motocicletas siguió al autobús de los jugadores.ÁLVARO GARCÍA

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