Los bajos instintos
Suele ocurrir. La historia tiene muchos ejemplos de ello. Cuando se les alimenta en exceso y con vísceras, los bajos instintos se hacen dueños de la escena, empezando por la intelectual. De manera que cuando están bien cebados, aparecen con una fuerza irrefrenable. ¡Cuánto sabemos en España de esto!, ¿verdad? Está ocurriendo en este preciso momento y, ante la situación que se acelera, no conviene bajar la cabeza y callar, a ver si escampa. Al contrario, hay que alzar la voz en defensa de la libertad, del pensamiento y de la razón. Es preciso defender los argumentos y, sobre todo, hacerlo desde la responsabilidad democrática. Yo lo vengo haciendo desde hace semanas, en las que quienes hemos votado a favor de la Directiva de Retorno porque pensamos -como José Luis Rodríguez Zapatero acaba de exponer en el Congreso- que mejora la situación existente hoy en la UE al introducir mayores y mejores garantías para los inmigrantes ilegales -que tienen derechos inalienables que el limbo jurídico y la inexistente armonización comunitaria no garantizan- hemos recibido muchas críticas -que respeto y agradezco, como las de Joaquín Estefanía, Soledad Gallego-Díaz y Josep Ramoneda en EL PAÍS, porque sin duda podemos estar equivocados-. Pero el artículo de Juan José Millás titulado El burdel y publicado en este periódico no entra en esa categoría, sino en otra. Quizás el Señor Millás se crea con derecho a llamar prostíbulo al Parlamento Europeo, que siempre ha estado y está a la cabeza de la defensa de los derechos humanos y a calificar a quienes formamos parte del mismo de personas indecentes, decididas a maltratar a los menores y a las personas de raza diferente de la propia. El diccionario nos llamaría ladrones, pederastas y racistas. Como la inmensa mayoría de mis colegas, me he batido el cobre en el Parlamento Europeo día tras día, cumpliendo mi mandato ciudadano, por la libertad y la dignidad de todos los seres humanos, denunciando cualquier clase de dictadura, enfrentándome a cualquier fascista y xenófobo, poniendo mi granito de arena como miembro de la Convención que elaboró la Constitución europea, para que esta Unión tenga una Carta de Derechos Fundamentales jurídicamente vinculante. Por eso me he decidido a escribir esta carta, aunque algunos amigos me decían que no lo hiciera, que era enfrentarme a alguien demasiado poderoso -¡un escritor de éxito!- desde mi modesta posición de eurodiputado. No les he hecho caso, porque desde el mismo momento que aceptas que alguien te agreda y te insulte sin razones, has empezado a perder tu dignidad y, lo que es peor, has dejado de representar la voz de aquellos a quienes representas. Y eso, ni el señor Millás va a conseguirlo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.