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El futuro de la UE
Columna
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¿Quién teme a la Europa feroz?

Mientras la Unión Europea intenta recuperarse de la resaca provocada por el no irlandés, vamos conociendo algunos datos que nos permiten entender qué pasó el 12 de junio. Un estudio de opinión (Eurobarómetro Flash 245, Comisión Europea, junio de 2008) llevado a cabo inmediatamente después del referéndum dibuja un panorama muy preocupante para el futuro de la integración europea.

En primer lugar, el sondeo muestra que el Gobierno irlandés no se tomó el referéndum lo suficientemente en serio. La mitad de los que se abstuvieron y uno de cada cuatro de los que votaron no lo achacaron a la falta de información acerca del tratado. Además, el estudio también muestra que los promotores del fueron tan poco persuasivos en sus argumentos que hasta los partidarios del Tratado de Lisboa consideraron que la campaña de la oposición había sido más convincente. Teniendo en cuenta que la mayoría afirmó haber decidido su voto durante la campaña (un tercio incluso confesó haber cambiado de opinión gracias a ella), el resultado no es tan sorprendente como pudiera parecer.

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Pero de forma más importante, el estudio pone de manifiesto que la Unión Europea no sólo tiene dificultades de comunicación, sino un severo déficit de legitimidad en algunos sectores sociales y, a la par, un importante problema generacional. Por un lado, el se impuso claramente entre los mayores de 55 años (por nada menos que 25 puntos de diferencia), profesionales y empresarios (por una nada despreciable diferencia de 20 puntos) y entre las personas con estudios superiores (por 14 puntos). Al otro lado, el no ganó abrumadoramente (¡por la increíble cifra de 50 puntos!) entre los trabajadores manuales, entre los menores de 30 años (por 30 puntos) y entre las mujeres (por 12 puntos).

Esta polarización de la opinión pública irlandesa es coherente con algo que se observa también en los otros Estados miembros: que para la clase trabajadora, integración europea y globalización son dos caras de la misma moneda. Así, al igual que una mayoría clara de europeos (63%), considera que la globalización beneficia a las empresas, no a los ciudadanos, un sector creciente de la opinión pública europea percibe la integración como un proyecto de contenido fundamentalmente económico y de corte liberal que amenaza su seguridad en el empleo.

¿Hay razones para temer a Europa? Desde luego. Desde los años ochenta, las políticas de creación y liberalización de mercados han avanzado muy rápidamente, dando lugar a una Unión Económica y Monetaria con plena libertad de circulación de bienes, capitales, servicios y personas. Sin embargo, las políticas correctoras de mercado o de carácter redistributivo (sanidad, educación, fiscalidad, pensiones, medioambiente, etcétera) o han avanzado muy lentamente o han quedado confinadas en el ámbito nacional, siendo percibidas como inoperantes o carentes de viabilidad por los ciudadanos.

Este carácter sesgado de la integración europea provoca tensiones sociales que no se pueden ignorar, so pena de conducir a una grave crisis de legitimidad cuyos efectos son ya evidentes. Las manifestaciones en Bruselas contra las políticas de la Comisión son habituales, pero nunca se había visto, como hasta ahora, quemar banderas europeas (dado el precio del combustible, se trata de un esfuerzo simbólico que merece la pena anotar).

Por tanto, el euroescepticismo tiene una base racional, no meramente sentimental, como a veces se pretende. Una abrumadora mayoría de los irlandeses (el 85%) valora positivamente la pertenencia de su país a la Unión Europea y desea seguir perteneciendo a ella, pero al mismo tiempo hay sectores económicos y sociales que no se benefician de la integración tanto como otros, lo que les lleva a manifestar su descontento en cuanto tienen la oportunidad.

Tan grave como la fractura social que apunta el sondeo es la fractura generacional. La Unión Europea ha vivido hasta la fecha de los sentimientos de identificación forjados sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial. Pero la reconciliación franco-alemana, aunque a la luz de los sondeos todavía conmueva a los mayores de 55 años, difícilmente constituye un motor de europeísmo para las generaciones más jóvenes.

Sin una narrativa propia distinta de los logros del mercado interior, es difícil que la Unión Europea encuentre un anclaje identitario entre las generaciones más jóvenes. ¿Desaparecerá esta Europa masculina, rica y vieja cuando lo hagan aquellos que hoy la apoyan o seguirá indefinidamente en manos de los varones, más cualificados y de mayor edad?

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