Menos recursos, mayor crecimiento
Reconciliar el crecimiento económico mundial, en especial en los países en vías de desarrollo, con las crecientes limitaciones de la oferta mundial de energía, alimentos, terreno y agua es la gran incógnita de nuestro tiempo. En todo el mundo se están disparando los precios de las materias primas, no sólo de artículos que salen en los titulares, como los alimentos y la energía, sino también de los metales, la tierra arable, el agua dulce y otros insumos cruciales para el crecimiento, porque el aumento de la demanda está presionando las limitadas reservas del planeta. En todo el mundo, el crecimiento económico está disminuyendo ya debido a las presiones provocadas por el precio del barril de petróleo a 135 dólares y por los precios de los cereales, que se han duplicado con creces en el pasado año.
El mundo rico debería financiar un enorme programa de desarrollo tecnológico a los países en vías de desarrollo
Para mantener el progreso económico en el mundo se necesita una nueva estrategia de crecimiento mundial. La cuestión básica es que la economía mundial es ahora tan grande que está llegando a límites jamás alcanzados. Hay 6.700 millones de personas, y la población sigue aumentando en aproximadamente 75 millones al año, principalmente en los países más pobres del mundo. La producción anual por persona, ajustada a los niveles de precios en diferentes partes del mundo, alcanza una media de 6.400 euros, lo cual supone que la producción total ronda los 43 billones de euros.
Naturalmente, hay una enorme diferencia entre los países ricos, en los que la producción media por habitante es de 26.000 euros, y los más pobres, con una producción de 640 euros per cápita o menos. Pero muchos países pobres, sobre todo China y la India, han alcanzado en los últimos años un crecimiento económico extraordinario gracias a que han sabido aprovechar las tecnologías punta. Como consecuencia de ello, la economía mundial ha crecido en torno a un 5% en los últimos años. A ese ritmo, la economía mundial duplicaría su tamaño en 14 años.
Sin embargo, esto sólo es posible si se mantiene una amplia oferta de los insumos clave para el crecimiento, y si se contrarresta el cambio climático provocado por los humanos. Si se restringe la oferta de materias primas vitales o si se desestabiliza el clima, los precios subirán drásticamente, la producción industrial y el gasto de consumo caerán, y el crecimiento económico mundial se frenará, puede que en seco.
Muchos ideólogos del libre mercado ridiculizan la idea de que las restricciones de los recursos naturales vayan a causar ahora una desaceleración significativa del crecimiento mundial. Dicen que los temores a "quedarnos sin recursos", sobre todo sin alimentos y sin energía, llevan con nosotros 200 años, y nunca hemos sucumbido. De hecho, la producción ha seguido aumentando a un ritmo mucho más rápido que la población.
En esta opinión hay algo de cierto. En el pasado, la mejora de las tecnologías permitió que la economía mundial siguiera creciendo a pesar de la fuerte limitación de los recursos. Pero la fe simplista en el libre mercado está equivocada al menos por cuatro razones.
En primer lugar, la historia ya ha demostrado que la limitación de los recursos puede perjudicar al crecimiento económico mundial. Tras la gran subida de los precios de la energía en 1973, el crecimiento anual mundial cayó de aproximadamente un 5% entre 1960 y 1973 a aproximadamente el 3% entre 1973 y 1989.
En segundo lugar, la economía mundial es mucho mayor que en el pasado, de modo que la demanda de materias primas y de insumos energéticos clave también es muchísimo mayor.
En tercer lugar, ya hemos agotado muchas de las opciones baratas antes disponibles. El petróleo barato se está acabando rápidamente. Lo mismo se puede decir del agua subterránea. La tierra es también cada vez más escasa.
Por último, nuestros anteriores triunfos tecnológicos no conservaban de hecho los recursos naturales, sino que permitían a la humanidad explotar y usar estos recursos por un coste total menor, con lo cual se aceleraba su agotamiento.
Si pensamos en el futuro, la economía mundial deberá introducir tecnologías alternativas que ahorren energía, agua y tierra, o que nos permitan usar nuevas formas de energía renovable (como la solar o la eólica) a un precio mucho más bajo del actual. Muchas de esas tecnologías existen, y se pueden desarrollar otras incluso mejores. Un problema clave es que las tecnologías alternativas son a menudo más caras que las que ahora usamos y que están agotando los recursos.
Por ejemplo, los agricultores de todo el mundo podrían reducir drásticamente su consumo de agua cambiando de los sistemas de regadío convencionales al goteo, que usa una serie de tuberías para proporcionar agua directamente a cada planta y al mismo tiempo conservar o aumentar las cosechas. Pero la inversión en el regadío por goteo es, en general, más cara que los métodos de regadío menos eficientes. Los agricultores pobres tal vez carezcan del capital necesario para invertir, o de los incentivos para hacerlo si el agua se obtiene directamente de recursos disponibles públicamente o si el Estado subvenciona su uso.
Los ejemplos similares abundan. Con mayores inversiones será posible aumentar las producciones agropecuarias, disminuir la energía necesaria para calentar y enfriar edificios, reducir el consumo de los coches, y muchas más cosas. Con nuevas inversiones en investigación y desarrollo se pueden mejorar aún más las tecnologías. Pero no se está invirtiendo lo suficiente en tecnologías que ahorren recursos, porque las señales del mercado no proporcionan los incentivos adecuados y porque todavía no hay la suficiente colaboración entre los gobiernos para desarrollar y extender su uso.
Si seguimos el derrotero actual -poniendo el destino en manos de los mercados y dejando que los Gobiernos compitan entre sí por un petróleo y unos alimentos escasos -, el crecimiento mundial se ralentizará debido a las presiones ejercidas por la limitación de los recursos. Pero si el mundo colabora en la investigación, el desarrollo, la demostración y la difusión de tecnologías que ahorren recursos y de fuentes de energía renovables, podremos seguir alcanzando un progreso económico rápido.
Un buen lugar para empezar serían las negociaciones sobre el cambio climático ahora en marcha. El mundo rico debería comprometerse a financiar un enorme programa de desarrollo tecnológico -energía renovable, coches de bajo consumo, edificios ecológicos- y a introducir un programa de transferencia de tecnología a los países en vías de desarrollo. Dicho compromiso debería también aportar a los países pobres la confianza crucial en que el control del cambio climático no se convertirá en un obstáculo para el desarrollo económico a largo plazo. -JEFFREY
D. SACHS
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