Frustración explosiva
Millones de jóvenes sin horizonte ni empleos se desesperan en Oriente Próximo y norte de África
Desempleo y subempleo atenazan a 100 millones de jóvenes en Oriente Próximo y norte de África, según se leía ayer en las páginas de este periódico. El paro oficial en algunos países de esa región crítica está entre el 25% y el 40%. El real es siempre mayor y muchas veces sin cuantificar, hijo de mecanismos de medición poco fiables o inexistentes y de la renuencia de los poderes públicos a todo dato alarmante. Esa desesperanza se da en países musulmanes con poblaciones abrumadoramente jóvenes, a la vez sociedades poco permeables en las que sus gobernantes suelen estar más atentos a su propia supervivencia que a la solución de problemas generales acuciantes.
Una de las válvulas de escape de semejante situación es una estampida migratoria. Europa sabe mucho de ese fenómeno. Es difícil encontrar un ejemplo más revelador de esta ansiedad juvenil que el hecho de que ocho millones se inscriban, en un país como Egipto, en los sorteos que conceden permisos de residencia en Estados Unidos. Otra espita, mucho más alarmante, conduce a la radicalización político-religiosa, un camino fácil en sociedades estáticas y con fuertes fermentos doctrinales. Un hecho que alcanzó su dimensión planetaria en los atentados de 2001 y que viene impregnando cada uno de los conflictos en los que se contraponen los intereses y las con frecuencia visiones antagónicas del mundo musulmán y de Occidente.
Algunos expertos señalan que una de las claves de esta frustración colectiva en el vasto arco geográfico que va desde Marruecos a Irán es la evolución desde economías proteccionistas a otras de mercado, unido a una explosión demográfica que ha barrido los esquemas conservadores de empleo. Con todo lo que tenga de ajustado, ese análisis necesita alguna explicación adicional. Como que las aspiraciones de los jóvenes en esta parte del mundo, por lo demás absolutamente interconectada con el resto, son mucho más difícilmente manejables en un escenario donde el poder político no suele estar sometido al control popular. Y donde quienes ejercen ese poder lo hacen con frecuencia al servicio de intereses espurios. Son las múltiples barreras a la modernización, que van desde la marginación femenina al desdén por el igualitarismo, el secularismo o la sociedad civil, las que en definitiva privan en buena medida a esa región de las herramientas necesarias para manejar un asunto explosivo y cuyo encauzamiento nos concierne en última instancia a todos.
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