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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crisis comparadas

Si se pretende establecer una comparación entre la crisis actual de la economía española y periodos anteriores de dificultades económicas, como, por ejemplo, el sufrido a partir de 1992, resultan evidentes los cambios en el tejido empresarial e industrial. Prueba de ese cambio empresarial es la presencia constante en el imaginario económico actual de los móviles o de las líneas aéreas de bajo coste, por poner dos ejemplos significativos. En términos macroeconómicos, la comparación de esta crisis con las anteriores ofrece abundantes motivos de reflexión y, por supuesto, de preocupación. Acaso quepa mencionar de entrada dos circunstancias favorables para la coyuntura económica presente frente a la de hace quince años: por un lado, los desequilibrios económicos actuales son más leves que en 1993 -incluido un superávit fiscal- y se cuenta en el exterior, para bien o para mal, con el gigantesco tirón comercial de China e India.

Desgraciadamente, abundan los factores que parecen apuntar a una crisis más larga de lo previsto. Cuando a finales de 1992 se detectó el comienzo de un ciclo depresivo, las economías europeas tenían un as valioso escondido en la manga de la futura Unión Económica y Monetaria: quedaba un amplio margen para reducir los tipos de interés y, por lo tanto, era posible estimular la economía desde la política monetaria. Ese recurso no existe hoy. Al contrario, casi lo único seguro que puede predecirse es que los tipos de interés subirán para apagar la inflación que llega de la mano del petróleo. Es decir, si después de la crisis de principios de los noventa esperaba un periodo de expansión, más allá de la desaceleración actual esperan crecimientos modestos.

Para empeorar un poco más el panorama, la crisis -o desaceleración- presente se desarrolla en un entorno de precios muy altos de la energía, provocados en gran parte por la avidez del consumo en China, India y otros países emergentes. Casi todo lo que puede ir mal, en esta ocasión va mal, dicho sea con el pragmatismo sintético anglosajón. El Gobernador del Banco de España, en su larga exposición sobre el Informe Anual de la institución, ha descrito esta desaceleración como la confluencia en el tiempo de varias crisis -financiera, inmobiliaria, energética- cada una de las cuales por separado provocaría un acusado empobrecimiento de las economías nacionales; actuando al unísono, el deterioro de las rentas internacionales puede ser muy grave.

La economía española necesitaba un diagnóstico integral de este empeoramiento económico para generar un debate más interesante que el nominalista sobre si atravesamos una desaceleración, una crisis o un periodo recesivo. La trivialidad semántica ha actuado hasta ahora como una barrera ante la cual se han estrellado las discusiones sobre el tratamiento adecuado. Por esa razón, el estado de situación elaborado por el Banco de España llega con cierto retraso. Pero el informe basta para entender que éste no es un paréntesis breve en el crecimiento, que los incentivos recetados por el Gobierno son suficientes y que ha llegado el momento de considerar medidas más drásticas y prolongadas. Las más urgentes son aplicar reformas en profundidad en los mercados de distribución al por menor, de la energía y del transporte. Pero no son las únicas. -

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