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Columna
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'Sozialismoa'

Recientemente volví a escuchar, en la presentación del libro de un prestigioso historiador, una idea que forma parte de nuestra tradicional cultura política. "Es cierto que todos los nacionalistas no son de ETA, pero también es cierto que todos los de ETA se llaman nacionalistas", refirió el presentador. Recuerdo la general satisfacción con que los asistentes recibieron el axioma.

La realidad, sin embargo, contradice el argumento. Es literalmente imposible encontrar documento, declaración o entrevista en que ni los militares etarras ni sus seguidores se llamen a sí mismos nacionalistas. En la retórica del socialismo revolucionario vasco, la palabra nacionalista está completamente ausente. De hecho, está proscrita. El entorno batasuno nunca utiliza el término nacionalista. La izquierda radical se siente mucho más cómoda llamándose "abertzale". Es más, durante mucho tiempo ha intentado acaparar la palabra (con la injustificable tolerancia de amplios sectores del nacionalismo democrático) y últimamente ha adoptado, con la misma aspiración de monopolio, la palabra "independentista". Desde luego, los que insisten en que los etarras se llaman nacionalistas hacen un prodigioso ejercicio de voluntad, porque no encontrarán un solo documento que corrobore sus palabras.

La violencia de ETA es incomprensible sin un sustrato que no tiene que ver con el nacionalismo

No obstante, la reciente conmemoración de los pasacalles parisinos de mayo del 68 ha traído a nuestra memoria otra corriente política que incide de forma muy directa en el alumbramiento del terrorismo vasco: el marxismo-leninismo, especialmente en su versión más retrógrada, la que representaron el maoísmo y los movimientos de liberación del Tercer Mundo. Esa corriente explica el comportamiento activista de la izquierda radical, su desprecio por las leyes y por la vida humana. Ni la ley ni la vida tienen valor en el imaginario del Movimiento de Liberación Nacional Vasco, expresión que en sí misma nos transporta a las cavernas más tenebrosas de la izquierda del siglo XX.

ETA firma todos sus documentos invocando una Euskal Herria sozialista. Sus organizaciones dependientes y sus medios de comunicación hacen pública, continua y ferviente profesión de socialismo. El Gazte Topagune 2008, donde se cantó la Internacional, recordaba que su objetivo es la construcción de un Euskal Estatu Sozialista. La representación de la izquierda radical en el Parlamento vasco se tilda a sí misma de komunista. Al margen de querencias personales, el intento de emparentar a los usuarios de esa apolillada terminología con el nacionalismo de Aguirre o Leizaola resulta, como poco, una desvergüenza intelectual.

La violencia de ETA es incomprensible sin ese sustrato que nada tiene que ver con el nacionalismo de inspiración romántica o liberal, pero mucho con la izquierda revolucionaria y sus viejos fetiches ideológicos: legitimación de la violencia política, confrontación con la odiada burguesía, asunción de la tesis leninista de la guerra civil, o fusión de las luchas de nación y de clase, como constata la recurrente cantinela del "Pueblo Trabajador Vasco".

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Es cierto que todos los socialistas no son de ETA, pero también es cierto que todos los de ETA se llaman a sí mismos socialistas. La proposición, en el plano terminológico, es exacta, y en el plano político también. Otra cosa es que éticamente sea injusta. Y lo es ante la cruel evidencia de que muchos socialistas democráticos han sido asesinados por estos otros socialistas radicales. Pero esa horrenda paradoja no sólo demuestra que el término socialismo es más complejo y diverso de lo que todos desearíamos, sino que el término nacionalismo, para disgusto de muchos, también lo es.

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