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Reportaje:

Aquí perviven tesoros románicos

Hasta 41 enclaves de Madrid conservan vestigios del arte medieval monástico

En Madrid hay arte románico. Y más del que se pueda imaginar: hasta 41 ciudades, pueblos, aldeas, incluso desmontes esparcidos por todo el territorio de la Comunidad de Madrid atesoran vestigios arquitectónicos, en menor medida escultóricos, pictóricos u ornamentales, con diez siglos de distancia entre hoy y su hechura. Se trata de templos misteriosos, como el de Santa María la Antigua, en Carabanchel Bajo; vigorosas murallas, como las de Santorcaz; o puentes medievales como el de Talamanca del Jarama, cuya iglesia de San Juan Bautista, con su prodigioso ábside semicircular de nervios posados sobre columnas de esbeltos fustes, expresa en piedra y ladrillo una belleza que casi 1.000 años no han logrado, aún, marchitar.

Por primera vez, una enciclopedia compendia este arte en Madrid

En todos estos enclaves madrileños, como en San Pedro el Viejo, junto a la calle de Segovia, o en la torre de la iglesia de San Nicolás de los Servitas, se mantiene viva, pese a su senectud, la impronta de un arte que definió la concepción más propiamente europea del espacio y del volumen arquitectónicos. Su anclaje en la racionalidad de la tradición romana lo convirtió en gozoso preámbulo, además, de cuanto habría de venir luego, desde el gótico hasta el barroco.

Pero este patrimonio resulta muy desconocido para el gran público madrileño por numerosas razones, entre ellas, la falta de estudios sistemáticos que lo compendien, lo divulguen y faciliten su estudio. Sólo su conocimiento permitirá amarlo y cuidarlo también, como parte sustancial de una época de Madrid que, todavía, muestra densas nubes sobre su relato.

Miguel Ángel García Guinea, y José María Pérez González, Peridis, presentaron ayer en el Museo Arqueológico Nacional la Enciclopedia del románico, codirigida por ambos, cuyo volumen 28, de 600 páginas, dedican monográficamente a este arte en Madrid. Ha sido ilustrado con casi todos los vestigios subsistentes en la Comunidad de Madrid y exhibe artículos de especialistas en arquitectura, museística, esmaltes, miniaturas y sociología medievales, como Antonio Momplet Míguez, Ángela Franco Mata, María Luisa Martí Ansón, Soledad de Silva Verástegui e Iñaki Martín Viso, respectivamente.

Según el profesor Momplet, el románico presenta aquí la particularidad de una hibridación en su estilo, en forma de mixtura de influencias derivadas de la condición fronteriza que, a la sazón, Madrid poseía. Y ello entre un norte castellano cristiano, con arquitecturas de arcos de medio punto, arquivoltas escalonadas, bóvedas de cañón y ritmos tectónicos sobrios, y un sur colonizado desde el siglo IX por un islam andalusí que se expresaba a través de concepciones mágicas, orientales, sobre el espacio, la forma y el ornato. Piedra y ladrillo, ambas románicas y mudéjares, lograron en Madrid muy bellas fusiones. Hay pues en el arte altomedieval madrileño elementos de austeridad cisterciense, como las bóvedas del monasterio de Santa María de Valdeiglesias -defendido ejemplarmente por el arquitecto Mariano García Benito-; perviven también hechuras mudéjares como las que tachonan ábside y paramentos de la ermita de los Milagros, en Talamanca, o en San Pedro Apóstol, de Camarma de Esteruelas. Vestigio románico impar, castigado por los grafiteros, son las ruinas del monasterio de San Isidoro hoy en el Retiro. Hasta aquí llegaron desde Ávila, trasladadas pieza a pieza por el arquitecto Velázquez Bosco para invitar a los paseantes a emocionarse con sus piedras y mamposterías, ordenadas con un canon cuya métrica sencillez, románica, despierta en quien la descubre la ensoñación que en lo esencial duerme.

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