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Reportaje:

Una prédica entre discípulos

Coldplay estrena en Barcelona su nuevo disco ante 1.500 'fans'

Como un tabernáculo en el que Jesucristo entrase con todos los discípulos menos uno, ese Judas que nunca está de acuerdo y del que resulta aconsejable no fiarse. Jesucristo era Coldplay; el tabernáculo el Espacio Movistar; Judas el fan que al no lograr invitación para el paraíso decía ahora que prefiere a U2; y Jerusalén esa Barcelona que junto a Londres, el pasado lunes, y Nueva York, el próximo día 23, es la ciudad escogida para la presentación mundial de Viva la vida or death an all his friends, el disco del cuarteto que se puso a la venta ayer, el mismo día en que Coldplay se dejó ver entre los mortales cantando sus mejores salmos.

Como todos eran fieles -1.500 fans que habían participado en concursos, enviado múltiples peticiones y pasado por todo tipo de pruebas- Coldplay jugaban con el viento a favor. Pese a ello, quizás para no engañar a la parroquia, comenzaron con dos temas de su nuevo disco: Live in technicolor, instrumental que sólo puede servir para abrir un disco y/o un concierto, y Violent hill, pieza espesa como el puré de garbanzos que en directo evocó menos a Phil Collins que en disco. Al acabarla, Chris Martin soltó un expresivo "ooooooh, grasias" apagado por el griterío que despertó Clocks, éxito añejo que sentó a Martin tras el piano para enhebrar los acordes de la composición, volutas en espiral subiendo hacia el cielo, prosaico en su gélida blancura, de la carpa que albergaba el espectáculo.

Las canciones de su último álbum parecen pensadas para estadios

Misma historia, sólo que con Martin dando saltitos en escena, en la siguiente pieza, otro éxito del pasado: In my place. Recuerdos, manos al aire y estribillo mil veces cantado por cada asistente a lo largo de múltiples días haciéndose pan y peces ante las mismísimas narices, sólo mil quinientas. Milagroso.

Como el siguiente tema, uno de los pocos del disco que no parece lastrado por el plomo de la grandilocuencia, un tarareable y pop Viva la vida que Judas ha dicho parece un plagio de J'en ai marre, de Alizée. Pelillos a la mar, la canción es resultona, se digiere mejor que las demás (ensalada vegetal versus jabalí estofado) y si en la rueda de prensa previa al concierto Coldplay dijeron no conocer a otro de los grupos que también se sienten plagiados, Phantom Planet, ¿por qué van a saber de la existencia de una francesita de nada? Pues eso, a por otro tema. Sonaron Chinese sleep chant, God put a smile y 42. El concierto ya estaba casi por la mitad.

Hasta su final desfilaron casi todas las canciones del último disco, salpimentadas con evocaciones al recuerdo -Trouble, Yellow-, y expuestas con una cercanía que funcionó en un doble sentido, ya que, si para los discípulos resultaba maravillosa, para los gentiles, Coldplay recordaron a Goliat moviéndose en casa de Pulgarcito.

Y es que habrá que aceptar que las canciones del cuarteto inglés parecen confeccionadas para ser tocadas en grandes estadios. Ayer sonaron cerca, una paradoja menos notable que la protagonizada por su discográfica, que pese a tener a su disposición a la prensa europea no distribuyó discos de promoción. ¿Será que ni la propia industria cree en ella misma? Total, se pudo pensar, para eso está la Red ¿no?

Chris Martin, vocalista de Coldplay, en un momento de su actuación ayer en Barcelona.
Chris Martin, vocalista de Coldplay, en un momento de su actuación ayer en Barcelona.REUTERS
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