Retórica monetaria
Los responsables de los principales bancos centrales han decidido no ocultar su inquietud sobre las amenazas inflacionistas que pesan sobre sus respectivas economías. Tienen razones para ello. Los incrementos en los precios de las materias primas, particularmente el petróleo, han situado la tasa de crecimiento de los precios en niveles sin precedentes próximos; en la eurozona, el correspondiente índice armonizado está en máximos de los últimos 16 años, sin que sea fácil anticipar su reconducción a ritmos próximos a ese límite del 2% que tiene fijado el Banco Central Europeo (BCE).
Aunque esas tensiones inflacionistas no son precisamente debidas a la excesiva pulsación de la demanda interna, sino que coexisten con un manifiesto debilitamiento de la misma en la mayoría de las economías avanzadas, los bancos centrales quieren evitar males mayores y que las expectativas de los agentes no asuman los riesgos de una espiral de precios y salarios. Para transmitir esas intenciones de búsqueda de la estabilidad a toda costa los responsables de los dos principales bancos centrales han sido activos e inequívocos en sus declaraciones. Quizá demasiado.
Hay argumentos para una subida de tipos en Europa por la escalada de precios. Pero el tempo del anuncio es deficiente. Por un lado, añade volatilidad a unos mercados ya muy estresados que no esperaban una sorpresa de ese calibre. Las primas de riesgo asociadas a la crisis bancaria y la extrema sequía del crédito han elevado el Euríbor a niveles máximos: la restricción crediticia es evidente en los mercados financieros, que le están haciendo el trabajo al BCE sin necesidad de tensar la cuerda un poco más. Además, el eurobanco infravalora los riesgos de una desaceleración más intensa. Por ello, la subida se esperaba en el último trimestre del año, con una situación macroeconómica y crediticia más despejada.
En pocas semanas los máximos responsables de la Reserva Federal (Fed) estadounidense y del BCE se han salido del guión habitual. El primero ha valorado como indeseable la excesiva depreciación del dólar y el segundo ha concedido elevadas probabilidades a una inmediata elevación de los tipos de interés de intervención. Tradicionalmente, las valoraciones sobre el comportamiento de los tipos de cambio han correspondido a los directores del Tesoro, limitándose el presidente de la Fed a actuar sobre los tipos de interés. Por su parte, el presidente del BCE no había incurrido en anticipaciones innecesarias, aunque ya amagó el pasado agosto, en plena tormenta subprime, con una subida de tipos que los mercados encajaron mal y que luego no se produjo.
Las reacciones de los mercados de divisas a ambas declaraciones se han neutralizado. Y las restricciones crediticias no son ahora menores en la eurozona que en EE UU, donde emergió la crisis. Por eso sería necesario que, con similar celo, el BCE hiciera lo posible por evitar el estrangulamiento actual de los flujos de crédito entre entidades hasta ahora solventes. Sería paradójico que ese celo y la retórica antiinflacionista acentuara los efectos económicos de una crisis en principio financiera, y que en la gestión de ésta la nota dominante fuera el ahorro de esfuerzos equivalentes a los que otros bancos centrales están desplegando. -
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