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Columna
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Sacarnos las mantecas

Antes, si tenías pasaporte, Europa era la libertad. Saltabas los Pirineos, te ibas a París, te dabas una vuelta por la place Pigalle, te metías en un modesto cabaret de striptease y, joder con la libertad, qué tetas. Europa, vista desde este lado, era el patio trasero de España, donde se hacían guarradas y todo estaba permitido: te podías comprar revistas porno, obras de Sade, de Marx y hasta el Kamasutra, y por la noche hacerte unas ginebras en las cuevas existencialistas de Saint-Germain-des Prés. Y cuando regresabas, te sentías en un inmenso y monótono territorio de cuchicheos y sospechas. Y no solo París, sino Zürich, Ámsterdam, Praga, Berlín, aun con sus muros, menos espectaculares y no tanto de acero, como los que levantaron posteriormente, con el silencio cómplice de la comunidad internacional, los israelíes, para aniquilar a los palestinos, y Marruecos, en el Sáhara Occidental -aún sin descolonizar por España- con el propósito criminal de que los saharauis se abrasen de olvido y hambre, en uno de los lugares más inhóspitos del desierto.

Pero cuando se nos volcó la democracia encima, y nos pusimos a desmontar los Pirineos, Europa se cubrió las tetas y sacó las directivas, para que los socios del club supieran lo que vale un peine. Un club que no tiene nada de social y sí demasiado de neoliberalismo, mercado, finanzas, carbón y corte de mangas para las conquistas históricas de la clase obrera, de la que no quiere ni oír hablar. Resulta una falta de respeto y hasta un insulto para los mártires de Chicago, ahorcados por defender la jornada laboral de ocho horas, y para cuantos continuaron en una lucha tremenda contra el capital y una policía, unas leyes e incluso unas iglesias, puestas sin más contemplaciones al servicio de sus intereses. Se ganaron unos derechos que ahora los titulares de Trabajo de ese club quieren pasarse por los forros, aumentando las horas de trabajo semanal a 65. El dichoso club y su desafortunada directiva no es más ni menos que un muy turbio túnel del tiempo, que nos traslada a las más sórdidas y despiadadas escenas de la explotación y de los abusos perpetrados por los industriales del siglo XIX. Y en qué se fundamenta esa directiva tan atroz como retrógrada, pues en que "supone un paso adelante para los trabajadores y en que refuerza el papel del diálogo social". La verdad es que esos mendas, sin escrúpulo ni rubor alguno, le echan una cara que tira de espaldas. Y menos mal que el ministro de aquí, aunque ha recurrido a la abstención, parece que no está dispuesto a componendas. Lo veremos en el Parlamento Europeo. Como veremos cómo se oponen los partidos de izquierda a esa propuesta que tan descaradamente agrede los derechos de los trabajadores.

Esa Europa borde, de club de políticos campechanos y pizpiretos, que anidan entre las nalgas de la derechona, ya sean modelo Berlusconi, o bien, Sarkozy, quieren exprimirnos las mantecas, dejarnos exhaustos, útiles solo 65 horas semanales, para sacarles las castañas del fuego de la globalización. Que les den, han dicho los ciudadanos irlandeses, que algo se han husmeado, dejando en vilo y con el gesto avinagrado a toda una ralea de constructores de imperios.

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