Una pequeña Italia en Sevilla
Más de 600 vecinos de Utrera exigen por escrito la marcha de los rumanos
La barriada de la Paz, en Utrera (Sevilla, 49.000 habitantes), sigue con atención las medidas de Silvio Berlusconi contra los gitanos en Italia. Ve su realidad reflejada en televisión. Cincuenta familias de rumanos, en su mayoría de esa etnia, llegaron al pueblo hace dos años. Los vecinos no se cortan: "Con ellos llegó el desastre". Han enviado al ayuntamiento 603 firmas para que los expulse. El alcalde, Francisco Jiménez (Partido Andalucista), ha declarado que estudiará "este difícil caso".
"Ni hablar de racismo", advierte una vecina ante el asentimiento coral de otras cuatro. Es mediodía y hacen la compra de última hora. "Convivimos con marroquíes, ecuatorianos, chinos, un negro y de todo". Dejan las bolsas en el suelo y se explican: "Somos gente humilde, pero decente. Nunca tuvimos ni medio problema".
Cerca de allí, dos mujeres de origen marroquí conversan en el parque. "Sí, también los sufrimos", responden. Una se coloca el velo oscuro: "La gente de aquí es maravillosa", afirma. "Pero los rumanos acumulan suciedad en los portales, pelean con navajas, cristales, botellas...".
Las utreranas se acercan por detrás y añaden más detalles: duermen 30 "en la misma casa" o "apiñados en furgonetas", mantienen relaciones sexuales "en medio de la calle", hacen sus necesidades en los portales "y se limpian con sus vestidos". Y así una lista interminable de críticas inmisericordes. Aseguran que no trabajan, "sólo mendigan en los supermercados".
Una chica rumana, muy alta, dobla la esquina. Ya es por la tarde y su marido, empleado de Renfe, está a punto de llegar. Las mismas vecinas, que comienzan el paseo diario, coinciden en que ella "es de las buenas". La joven, de 30 años, también se distancia de "los otros rumanos". Diferencia entre los gitanos y los que, como ella, no lo son.
De la tienda de chucherías del barrio salen tres niños. Agarran de la falda a su madre y le tiran de la camiseta. Ella pertenece a "los otros". Es rumana y gitana. "Sí, tenemos líos entre nosotros", confiesa. "Han pegado a mi madre, me echaron de mi casa, me rajaron la mano con un cuchillo...". A diferencia de las demás entrevistadas, no le importa dar su nombre: Zina Papará. "Me van a encontrar igual", asume mientras aparta a sus hijos.
La Guardia Civil reconoce que se ha producido un aumento de llamadas de denuncia en los últimos meses. Sobre la intervención de armas, explica que "nada fuera de lo normal".
La versión difiere del testimonio de Juan, un jubilado de 77 años. "El domingo todo estaba lleno de sangre. Palos, cristales... de todo", cuenta apoyado en su bastón.
Anochece. Una familia llega de trabajar en el campo. El hijo, de 29 años, lleva vaqueros y un polo oscuro: "Sí, somos gitanos pero no nos metemos en líos", se molesta. "Aquí hay de todo, como en todas partes".
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