Querido Photoshop
Nunca un programa informático fue tan popular. Y eso que la mayoría no sabemos ni siquiera utilizarlo. El Photoshop. Sus posibilidades y efectos se han convertido en una conversación favorita. Que si a una actriz le han rebanado la cadera en una portada, que si a otra le han planchado la cara. Todos somos hoy expertos en Photoshop. Lo cual no deja de tener gracia, porque en esto del retoque no hay debate posible: cualquier retrato, anuncio o cartel que nos rodee lo está. Incluso esas campañas que tanto alardean de estar protagonizadas por mujeres reales y / o maduras. Todo lo más, puede discutirse si se les fue la mano o quedó disimulado. Más allá de la anécdota y el morbo, el problema radica en asumir como realistas imágenes que no lo son. ¿Cuál es la diferencia entre que a una modelo le inflen los pechos digitalmente o que lleve sujetador con relleno?
Por otra parte, el retoque de imágenes es un arte casi tan antiguo como la fotografía y puede generar auténticos virtuosos. Uno de ellos es Pascal Dangin, francés afincado en Nueva York, que empezó lavando cabezas en una peluquería y hoy emplea a 80 personas en su estudio. Los fotógrafos más respetados del mundo (Annie Leibovitz, Philip Lorca di Corcia...) no dejan que nadie más pose el ratón sobre sus imágenes. Y hay actrices que exigen por contrato que cualquier reportaje pase por sus manos antes de ver la luz.
La revista The New Yorker dedica un perfil estos días a Dangin y defiende su papel como algo más que un técnico experto en borrar pelos y arrugas. Un artista del píxel cuya creatividad y talento está a la altura de los fotógrafos. Pero resulta significativo que su nombre sea completamente desconocido fuera de la industria. Su poder tiene algo de clandestino. Tal vez, porque aunque hemos aprendido a pronunciar Photoshop, seguimos prefiriendo creer en el cuento de hadas.
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